lunes, marzo 07, 2022

tomar la tension

Dedicado a Vinicius Domingues por sus comentarios tan afectuosos como inmerecidos sobre mi pagina. Gracias 


Esta historia se inicia allá a principio de los setenta, cuando cursaba los primeros años de Medicina en la universidad de Valladolid.  Al volver a Galicia para pasar las vacaciones de Navidad mi madre, que por aquella época vivía en casa de su hermana, me tenia una sorpresa: no sé muy bien a costa de cuantos equilibrios económicos en aquellos años en los que se había convertido en una experta para hacer que una peseta cundiese como si fuesen tres, me había comprado un aparato para tomar la tensión, un tensiómetro Riester, pues para ella ya me veía como un médico en ejercicio, a pesar de estar en los primeros años de la carrera .









Y lógicamente, ya que tenía el aparato, había que rentabilizarlo. Y nada mejor que hacerlo con las personas que estaban a mi alrededor. Así que en cuanto sacaba el aparato de su funda se ponían en fila todas las personas de casa  para que les tomase la tensión,  para lo que procedía siempre en orden de importancia: primero la tía Geles, seguida de mi madre, después mis primas y por último la mujer de la limpieza o cualquier persona que estuviese en casa. Les tomaba la tensión y se quedaban tan felices. Y esto se repetía una o dos veces más a lo largo de las vacaciones navideñas o de semana santa y en las veraniegas que, por su mayor extensión, obligaban a más controles.




En ocasiones también se avisaba a las vecinas de casa de mi tía. Al otro lado de la calle vivían Gloria, una mujer muy enérgica  a la que siempre recuerdo vestida de luto, con dos hijas adolescentes y su cuñada, Amanda, que lucía un bigote de carabinero portugués. Un recuerdo  de mi infancia que me viene a la memoria es el día que fui con mi madre a casa de Gloria y, al entrar en la galería, nos encontramos a  las cuatro mujeres sentadas en la galería que colgaba sobre el Sil, con los rostros vueltos al sol y los bigotes empapados de agua oxigenada para aclarar el vello. O el día que entré en el cuarto de baño y al salir le dije a mi madre : " mamá, mamá por que hay brocha y maquinilla de afeitar en el baño si solo viven mujeres ? "...mi madre se despidió,  imagino que muy azorada y me sacó en volandas de la casa mientras por el camino me iba sacudiendo cachetes por entrometido.




En todas las vacaciones se repetía el mismo ritual , hasta que al llegar una vez a casa, cuando cogí el aparato para usarl,o me di cuenta que se había soltado la aguja y que lógicamente, no podía hacer la medición de la tensión. Pero no hubo el menor problema. Avisé que iba a empezar la consulta y se colocaron todas en fila. Yo ponía el manguito, apretaba la pera de goma y, mientras veía que la aguja bailaba como loca, a cada una le iba cantando la presión que me parecía recordar de veces anteriores. A mi tía, que siempre se quejaba de mareos, le decía que la tenía muy baja y ella decía " si ya lo decía yo " y reclamaba que le preparasen un café. Como la señora de la limpieza era hipertensa le decía que le tenía muy alta y que dejara de comer cerdo y quitara la sal. Y así con todas las demás, a las que dejaba tan contentas sin sospechar nunca que las estaba engañando.


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