De pronto el papá se pone a hablar con el niño, pero este pasa de él. El papá, vestido con pantalón corto de deportes y camiseta sin mangas como si estuviese en el gimnasio, se levanta y le dice al niño que hay que recoger todos los juguetes que tiene desparramados sobre la mesa, mientras procede a meterlos en la caja. El niño, protestando airadamente, le dice que nones y la abuela que tiene aire distraído, con un trozo de bizcocho a punto de meterlo en la boca pero que está al quite de lo que la interesa, se vuelve hacia el padre y le dice que porque no deja jugar tranquilo el niño, lo que de inmediato ratifica la madre.
El niño de un manotazo recupera la caja y se vuelve hacia el padre al que hace una mueca de burla para enfrascarse de nuevo en el juego. El padre, con aire de cabreo supino, se levanta y se pone a dar vueltas por el aeropuerto.
El niño, contento de tener la situación en sus manos, abandona el juego y se echa en el suelo bajo la mesa, cambiando de pasatiempo. La madre se agacha amorosa y hace que el niño vuelva a la mesa, lo hace levantarse y se pone a jugar con él con el avioncito de marras, bajo la mirada amorosa de la abuela que sigue dándole al bizcocho. Al fondo, aislado del núcleo feliz, el padre sigue dando vueltas por la sala de espera, bufando con cara de enojo.
Como el resto de la familia está felizmente unida y pasa de él, el padre recapacita y vuelve con aire de cordero degollado a sentarse en el extremo del grupo, que sigue ignorándolo.
Cada uno que saque sus conclusiones.
Familia feliz.
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