domingo, mayo 22, 2016

el gran Petrof



Don Maximiliano Cienfuegos Covarrubias, más conocido entre el selecto grupo de sus amigos como el gran Petrof, siempre ha tenido dos pasiones: los buenos habanos de Vueltabajo y la fabricación de aparatos inverosímiles. Y ni el mismo sabría decir cual es el orden de las preferencias. Más que alto, grandioso, su cabeza coronada por un halo de cabello que ha sido más pelirrojo que blanco es ahora, ojos agudos de un azul frío y penetrante que esconde tras los aros de sus lentes de oro, nariz ganchuda heredada de algún antepasado que acabo en las hogueras de la santa Inquisición, pasa las horas muertas en el laboratorio que ha creado en la parte trasera de su casa. El humo de su tabaco crea una neblina que difumina los contornos y su bata está cuajada de pequeñas quemaduras de las miles de chispas que deja caer a lo largo del día. Múltiples ceniceros distribuidos estratégicamente sobre su mesa recogen los cadáveres de sus habanos en medio de su ceniza.




Ahora está enfrascado en su última búsqueda. Hace un tiempo, rebuscando en la librería de viejo donde pasa las horas que lo dejan libre sus tareas, encontró un viejo manual escrito por  un ingeniero de Cochabamba en la que el autor, un tal don Crescencio Hidalgo Argentuela que vivió a mediados del siglo XIX a caballo entre esta ciudad y la de Sucre , en cuya universidad ejerció su magisterio, exponía una serie de supuestos inventos que no pudo llevar a la práctica por estar siempre escaso de posibles. En el índice del libro encontró temas tan dispares como la creación de rosas artificiales a base de excrementos de gallinas negras, o el aplacamiento de la libido desaforada de las gatas ninfómanas con apósitos de infusiones de flor de jacarandá.
Pero de todo su contenido, aquello que más despertó su curiosidad, fue lo que el prócer boliviano denominó " Ingenio reconversor de cenizas de despojos en cuerpo carnal " y con el que aseguraba que podía volverse a la vida a aquellos seres que hubiesen sido tratados con su invento. Fórmulas kilométricas que mas que explicar, confundían junto a dibujos y esquemas incompletos porque las ratas habían dado cuenta de las esquinas de varias páginas.





Pero por algo sus admiradores llamaban el Grande a don Petrof. Horas y horas dedicó a desentrañar las fórmulas, completando con conjeturas propias aquellas carencias, hasta que creyó estar en condiciones de crear un prototipo. Esos días, de intensa actividad, los habanos caían uno tras otro y el aire era apenas irrespirable para alguien que no tuviese sus pulmones. Tan solo salía de su laboratorio, cuando los golpes de su mujer en la puerta para que saliese a comer eran tan fuerte que no le dejaban concentrarse.
Hasta que llegó el momento en que creyó tener a punto su artefacto. Horas de febril actividad en las que se olvidaba de todo aquello que no fuese su invento. Sobre su mesa de trabajo tenía la urna con las cenizas de su vieja gata que, se había encargado de sacrificar e incinerar, poniendo siempre cara de pena cuando su mujer se preguntaba que habría podido ser de la vieja " Michi ". Con sumo cuidado le quitó la tapa a la urna, vertió las cenizas en el recipiente de su aparato y se dispuso a apretar el interruptor para poner el invento en marcha.




De pronto, se abrió de par en par la puerta de su laboratorio y entró la voz estentórea de su mujer y tas ella una ráfaga de viento que levantó una lluvia de ceniza.
Don Petrof, lanzando un alarido, cerró la puerta de golpe y se volvió a ver el estropicio. Toda la mesa está cubierta por un velo grisáceo. Con sumo cuidado fue recogiendo hasta la última mota de ceniza y depositándola en el recipiente. Después se aseguró de cerrar bien la puerta y se volvió hacia el aparato para ponerlo en marcha, entre una sinfonía de chirridos y sacudidas.
De pronto se paró el aparato y, tras unos segundos de silencio absoluto, se oyó un débil maullido. Loco de alegría dio la vuelta a su ingenio para ver el resultado y se encontró a la vieja " Michi " lamiendo dos hojas frescas de tabaco que ocupaban el lugar que deberían tener sus patas traseras, mientras su cuello estaba rodeado por una vitola de " Partagás " y en su cara había un boquete donde deberían estar el ojo derecho y los bigotes.





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