Eric, sentado en su escritorio, mira la pantalla del ordenador que llena de luz el estudio. Se ha hecho de noche en Utrecht. Los cristales del ventanal que dan a la esclusa del Bemuurde Weerdestán empañados por la humedad que sube del canal, las gotas de lluvia repiquetean mansamente sobre los cristales y se deslizan sinuosamente hasta el borde inferior donde confluyen formando pequeños regueros. Todo el resto de la habitación permanece en penumbra, iluminada difusamente por la luz cambiante de la pantalla que deja asomar los recuerdos del pasado verano, cuando recorrió en bicicleta los viejos caminos de un pueblo minero abandonado en las sierras de Jaen. Golpes de ocre de los montes alternando con las manchas verde oscura de los matorrales y los olivos envueltos en un vivo azul de un cielo sin nubes.
Eric echa el asiento hacia atrás, separándole de la mesa y apoya la cabeza en el respaldo del sillón . Su rostro de fauno bueno esboza una sonrisa apenas perceptible, cierra sus ojos de un azul matizado por la niebla, y se acaricia la barba entrecana, mientras las imágenes que hasta hace un momento desfilaban por pantalla, afluyen desde su memoria. Siente como le invade una lasitud agradable, deja caer los brazos a los lados del asiento y nota el abandono que embarga a su cuerpo, como si este quisiera deslizarse hasta el cercano canal en busca de no sabe que.
Se levanta de un modo cansino, se despereza y baja a la cocina por las escaleras de caracol para prepararse una infusión. Se dirige de nuevo a las escaleras pero de pronto parece pensar algo mejor y abre un armario, saca una botella y echa un chorro generoso de ginebra premium en el vaso. Ya más relajado se sienta de nuevo frente al ordenador y se pone a buscar en las redes, pues de un tiempo a esta parte le agrada encontrar páginas que le produzcan placer. Pero no en temas de sexo, que de eso las redes están saturadas hasta el hastío, sino de algo que le de placer o le haga pensar, lejos de la rutina del día a día.
Hay un tema que le apasiona. El mundo de los sueños. Hace poco, buceando en internet, ha encontrado casualmente una página de un tal Carlos, un gallego que vive en el Levante y al leer alguno de sus relatos, se ha dado cuenta de que ambos tienen mucho en común. Descubre en sus narraciones coincidencias, algunas triviales y otras muy especiales, que Eric percibe como secretas señales, como si sus mundos coincidiesen de alguna manera y se hubiesen tejido enlaces invisibles para los demás, pero perceptibles para ellos dos.
Percibe que a Carlos, como a él, siempre le ha fascinado conocer el alcance de lo que sueña y, en especial, de las personas que nos producen una atracción especial. Tendría que haber un mecanismo, habría que crear un aparato que nos permitiese colarnos en el sueño de las personas por las que nos interesamos y formar parte de ellos para que no solo se pudiese compartir lo vivido día a día, sino las vivencias del mundo irreal en el que que uno se deja llevar, olvidando las ataduras de la realidad pues solo en el sueño uno es capaz de vivir libremente.
Cerrar los ojos, sentir como los párpados se van cargando de plomo y se desvanece todo aquello que nos rodea para abrirnos al mundo del sueño. E introducirse ahí por vericuetos inimaginables y vivir la vida dentro del sueño de otro. Sentir la mente del amigo a pesar de encontrarse a cientos de kilómetros de distancia, tan solo con cerrar los ojos y dormir.La misma apetencia por los sueños, ese creer en un mundo irreal que nos rodea y que pueda parecer antiguo pero que no es así, es tremendamente actual y en el que tal vez nos de miedo introducirnos porque ignoramos a que nos pueda conducir.
Eric se acerca al ventanal. El canal apenas se ve bañado por la niebla grisácea, luces de gasa luchan por abrirse paso entre la bruma. Ve pasar dos cuerpos abrazados que parecen fundirse uno en el otro ajenos al frío reinante y con un poso de amargura se vuelve a sentar ante la pantalla de sus sueños, soñando en el modo de conseguir hacer su sueño realidad.
Es muy tarde. A lo lejos suena la sirena de una ambulancia o de un coche policial, amortiguada por el algodón de la niebla. Eric se quita la ropa y se echa en la cama.
Relee una vieja historia del blog de Carlos en la que se refiere a una línea de la red del metro madrileño en la que subyace la idea de que allá abajo, en los túneles, se pierde la orientación, el norte y que en el subsuelo podría haber una red de túneles que conexionasen distintos países, diferentes mundos y que al salir del andén y subir o bajar escaleras se podría estar en cualquier lugar del mundo. París, Amsterdam, Nueva York, Mar de Cristal...... A lo mejor podría haber algo parecido en el mundo de los sueños, que su sueño se relacionase con la de otra persona muy alejada físicamente. Podría haber existido desde siempre, pero se ha perdido su uso y ahora no sabemos como hacerlo. Un ciego puede entender mucho más con su oído, que aquellos que ven no saben como explicarlo.
Esto sucede hoy día con los móviles, que se nos han hecho imprescindibles para hacer cualquier cosa. Nos parece imposible como solo hace veinte años organizábamos el llegar a alguna parte al mismo tiempo cuando queríamos ver a un amigo a pesar de los imprevistos ( uno se quedaba dormido, otro perdía el tren o encontraba el sitio donde esperaba otro con el coche....). Pero al final siempre lo conseguíamos. Y como lo hacían nuestros abuelos?.
En las historias antiguas los sueños tienen un papel importante, y a lo mejor no fue por la magía sino porque había una manera de comunicarse que desconocemos. Hemos perdido una agilidad y nos hemos vuelto muy cómodos con la ayuda de la tecnología. En lugar de enviar un sms "no olvides comprar el pan"', simplemente bastaría con pensar intensamente en tu pareja y soñar con la imagen de un pan hasta que el pillase lo que pretendías.
Aquí en Utrecht también hay una sistema de túneles que cruzan todo el centro medieval. Están cerrados y casi nadie sabe que existen, ni siquiera han estado dentro. Yo sí. Mi abuela un día me tomó la mano para entrar. Todavía me recuerdo sus ojos alegres y brillantes cuando empezamos la aventura. No sé cuanto tiempo estuvimos pero sí esas corredores de ladrillo, y la oscuridad que lo envolvía todo.
La misma oscuridad que reinaba en el hotel que habían tenido mis abuelos y que después habían trasladado a la casita donde vivían una vez jubilados y que estaba dominada por una iglesia enorme justo al otro lado de la calle, una copia gigantesca de san Pedro de Roma.
Me recuerdo que visité san Pedro por primera vez cuando tenía treinta años y jamás olvidaré el golpe en el corazón al entrar en el templo y descubrir que su interior era exactamente era idéntico al de la iglesia del pueblo mi abuela pero en una mayor escala. El interior era exactamente lo mismo, pero yo no.
Me veo pequeño de nuevo. Estoy sentado en mesa camilla con las faldas sobre el regazo, al lado del brasero donde la abuela cocina carne de pollo, el humo de los puros del abuelo, y esa fachada enorme al otro lado de la calle. Una vez al año sale de la iglesia una procesión en la que una interminable fila de monjas muy jóvenes vestidas con un vaporoso hábito blanco y tocadas con un velo de gasa azul celeste muy claro, que se agita a impulsos de el viento que recorre todo el pasadizo. Caminan de modo muy lento y solemne, llevando todas un cirio en la mano que da al centro del cortejo y murmuran una letanía que no podía comprender aunque, imagina, será en holandés. Cuando parece que el cortejo no terminaría de pasar nunca, cesa bruscamente y ante él empieza a caer una lluvia fina de insectos de color esmeralda, saliendo de la oscuridad del pasillo a la luz de una mañana en un lago con un embarcadero solitario a cuyo costado chapotean unas viejas barcas de madera. Desde una de esas barcas mi madre, todavía joven, me invita a remar y se dispone a remar. Navegamos con la barca sobre las murallas romanas de Lugo y veo nuestra vieja casa. A lo lejos suena una sirena. Mi madre me sonríe y dice que no entiende porque esa sirena no para de sonar....
Mierda, ha sonado el despertador.…
" Mierda, suena el despertador ".
Carlos se despereza, pero apenas se mueve intentando una vez más en vano acordarse del sueño que huye de su memoria con la misma velocidad que su conciencia lo persigue, sin poder atraparlo, pero quedan algunos retazos inconexos. Algo relacionado con una abuela holandesa, corredores oscuros, procesiones de monjas , la niebla en los canales.......Y una frase que se repite " Eric ha conseguido , Eric ha conseguido...." Un día más no sabe lo que daría por recuperar su sueño entero. Y siente como si hubiese encontrado un amigo no sabe donde.
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