Aún en medio del más luminoso de los días el interior del laberinto se llena de sombras, una luz muy difusa apenas ilumina los contornos y nuestro cuerpo avanza hasta fundirse en la sombra. Pero aquí la oscuridad no es falta de luz, sino que tiene vida propia y va introduciéndose poco a poco por cada meato de nuestro ser hasta que cuerpo y sombra se hace uno.
Y el saberse perdido hace que uno no necesite el tiempo porque es lo que más nos sobra en este mundo en el que cuerpo y sombra se han hecho uno. Se puede pasar de uno a otro mundo a medida que damos vueltas y mas vueltas sin llegar a envejecer. Noche y día, luz y oscuridad se confunden mientras giramos y giramos en busca de la salida.
Y así seguimos hasta salir del laberinto....o despertarnos del sueño.
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