domingo, agosto 07, 2011

MI PADRE. I

Dede hace un tiempo tal vez a raiz de ver de nuevo " El sur ", esa maravillosa pélícula de Victor Eice he pensado a menudo en mi padre, de lo poco que sé de él y de lo oculto que está todo lo que le concierne siempre aplastado por el recuerdo de mi madre, que parece ser el centro de toda evocación. Cada noche, cuando salgo a contemplar las estrellas en busca del rastro de ella no se me ocurre pensar que tal vez, en alguna remota cuya luz penas podamos ver desde la Tierra, pueda estar él. Es injusto, pienso, que mientras mi madre me viene a la cabeza varias veces a lo largo del día, de él apenas me acuerde a lo largo del año.




De todos los primeros años de la vida no tengo la menor noticia. Por aquellas épocas la familia era de las que se denominaban acomodadas y fué el primero de cinco hermanos. Nació a mediados del 1918 en Lugo en la casa de Conde de Pallares esquina a la calle de la Cruz. Su padre, el abuelo Nicolás que era un hombre muy guapo, al menos según puede verse en sus fotografías, procedía de una aldea costera de La Coruña, Fontán, y había hecho fortuna en Cuba, pues según las crónicas mundanas de la época " era un rico hacendado de procedencia cubana " para establecerse a su vuelta en Lugo donde tuvo muchos negocios.
Allí conoció a la abuela María, que todavía no era Doña María la Mala, una joven no tan hermosa como él pero de mejor familia, pues sus padres tenían fincas inmensas por la parte de Fingoy. Todo fué bien hasta que el bueno de don Nicolás dejó este mundo y tas él se fué la fortuna familiar pues la abuela no supo hacer frente al desastre y, gracias a la generosa ayuda de algún hermano, perdió todo salvo la casa que fué su refugio posterior.




De la familia de mi abuelo paterno jamás he conocido a nadie. Tenía una hermana que emigró a Cuba y que fundó familia allí pero nunca hemos sabido nada de ella ni de sus hijos, parte delos cuales se quedaron en la Habana tras la llegada de Fidel y el resto salió corriendo para Miami. Esta mujer era mucho más fea que su hermano, al punto que cuando mi abuela eneseñaba las fotos de la familia, al señalarla, no decía que era su cuñada, sino una empleada de casa.



De la familia de mi abuela recuerdo a más personas, en especial al tío Liborio que era por entonces el patriarca de la familia, un hombre maduro y gordo, de aspecto bonachçon que estaba muy delicado del corazón, que se había enriquecido en parte ayudando a que su hermana acabase con su capital. Tenía una enormen ferretería en la plaza de santo Domingo y en toda reunión de familia se le hacían mil reverencias por ser el más rico aunque a sus espaldas se cuchicheaba de él porque ya de viejo se había echado una dama de compañía mucho más joven que él, una cuarentona rotunda y recia pero poco educada y no sé bien lo que se le perdonaba menos, que estuviese amancebada por el tío a las traseras de la iglesia o que jalleguizase al hablar, metiendo más pifias que nadie. Pero, en su honor, hay que decir que el buen viejo no podía ser tratado con más mimo hasta que murió.
Siendo mi padre un joven muy exaltado estuvo una temporada en la cárcel en Lugo durante los últimos años de la Segunda República por haberse afiliado a la Falange y que solo la ayuda de su padre, pudo salir sin más problemas de ella, para volver a la misma después de finalizada la guerra por eso mismo, por ser el hijo de un antiguo concejal republicano. De la guerra nunca quiso hablar y todavía guardo un puñado de viejas fotografias de tonalidad café con leche en el que se distingue entre un grupo más o menos numeroso de soldados.



Al ser de los ganadores las cosas le fueron mejor que al común de la población y al terminar la guerra tenía la graduación de capián pero tuvo que pasar dos cursos en la Academia de Zaragoza de donde salió reconvertido en oficial de carrera y como recuerdo de aquella época me queda un viejo espadín, una banda de seda de color fucsia, así como unos pesados cubiertos de plata Manises con sus iniciales grabadas entre arabescos.
Creo que uno de sus primeros destinos en una aldea perdida en los montes Ancares lugueses llamada entonces Los Nogales y que ahora se denomia As Nogais. Me imagino que su función, junto con el puñado de soldados a sus órdenes, sería controlar los maquis que abundaban por la zona al final de la guerra pero de esto, como de todo lo demás, nunca se habló en casa.



En febrero del 41 ó del 42, en la fiesta de las Candelas conoció a mi madre en el cercano pueblo de Becerreá durante una merienda a la que fué invitado como fuerza viva en casa de tió Ramón que era uno de los caciques de la montaña luguesa. Parece que hubo flechazo en cuanto se vieron los dos. Mi madre estaba allí de vacaciones, enviada por la abuela María la Buena para sacarla del pueblo donde la pretendía un señorito que tenía en su contra el ser hijo de divorciados durante la República, lo que lo convertía en casi un demonio.
Pronto se hicieron novios y a partir de entonces, durante los meses que duró el noviazgo, contaba mi madre que su pretendiente recorría a diario los diez kilómetros que separaban ambos pueblos, caminando a través del monte sin importarle lluvia o solanera, barro en el camino o el riesgo de ser asaltado por un maquis.
Como el noviazgo prosperaba, los novios tuvieron que seaprarse para guardar las formas y mi madre se volvió a casa para preparar el ajuar mientras mi padre seguiría haciendo sus razias por los montes. La boda no se hizo esperar mucho. Se casarón en el pueblo de mi madre, en O Barco, y allí desembarcó toda la familia paterna donde estuvieron a mesa y mantel en la casa de la abuela María la Buena durante una temporada para matar todas las hambres pasadas.




Y ahí comenzaron las primeras fricciones. Las hermanas de mi padre no tenían más capital que un viejo apellido que ellas se pensaban procedía de la pata del caballo del Cid y toda la hambre del mundo, porque del esplendor pasado no quedaban más que los recuerdos. Por entonces pienso que la abuela María se convirtió en Doña María la Mala pues, además de perder marido y capital, se le casaba el único hijo que metía comida en casa con lo que no sabían como iban a poder apañarselas en el futuro. Por otra parte, a consecuencia de una inyección mal puesta, había padecido una infección en el hueso de la pierna de la que salió con una cojera que le obligó a usar siempre bota con alza y bastón. Bastón y gesto altanero que no la abandonaron mientras vivió.
Las hermanas de mi padre, me resisto a considerarlas mis tías, se reían de la señoritinga de pueblo con la que se iba a casar su hermano que no tenía más que una belleza de la que ellas carecían y una casa con la despensa llena de la que ellas, en su envidia, procuraban hacer buen uso. No conservo foto alguna de la boda de mis padres pero sé que él se casó de uniforme como mandan las ordenanzas y mi madre vestida de negro riguroso, los lutos obligaban siempre a ello, con un tocado muy bonito que le habían hecho en la mejor sombrerera de la calle Real de La Coruña, según le gustaba recordar.




La luna de miel creo que la pasaron en casa del tio Julián en La Coruña y doña María la Mala se quedó con sus hijas en la casa de O Barco hasta el regreso de los novios, ganando kilos y lustre y aumentando el rencor contra nosotros, que fué creciendo con los años. Finalmente se vieron obligados a volver a su casa donde los cuatro hermanos, para matar el hambre, se pasaban las horas muertas metidas en la cama mientras la abuela hacía caldo con agua y aire, pues no era cosa de que señoritos de tan buena familia como ellos se manchasen las manos en algún trabajo menestral .
Los primeros años de mis padres fueron muy ajetreados y siempre hemos oido que cambiaban muy a menudo de destino. De pensión en pensión, o viviendo en cuartos reralquilados con derechos a cocina y a contagio de piojos vivieron en Madrid, Barcelona y Orense, para tener el primer piso propio en Pontevedra, donde nací yo en el 49. Años después nos enteramos de que mi padre, para poder hacer frente a las necesidades de su madre y de sus hermanos, había firmado unos pagarés a un interés abusivo a un vecino, el señor Dacosta, un sombrerero que tenía su tienda contigua a la casa de la abuela y que fueron una pesa enorme para la economía de mis padres, lo que no fué óbice para que sus hermanas siempre le echasen en cara que las había dejado morir de hambre.



Tras un tiempo en Zamora y en León del que no recuerdo nada, nos asentamos en Lugo, en una casa muy grande en General Tella, al lado del parque de donde ya tengo mis primeros recuerdos y que están dispersos por otras partes del blog.
De mi padre recuerdo su inmensa afición por la zarzuela y lo mal que la cantaba, sin que faltase nunca el comentario de mi madre " tienes menos oido que un lechón ", pero que a él no le impedía atacar las romanzas de Marina o cualquier otra que sonase por la radio en ese momento. O todas las mañanas, al salir del colegio me iba a buscarlo a su despacho y lo esperaba leyendo las esquelas del ABC haciendo tiempo para salir de vinos con todos sus amigos por la Ruanova, donde hacíamos tantas paradas en los bares como personas integraban el grupo. " Cinco Vigas ", " Ferreiros ", " Lemos "...y en todos ellos me sentaba en una mesa y ante mi iban poniendo todos las tapas que daban con el vino y que yo me comía sin chistar, lo que no era inconveniente para que, ya a la hora de comer en casa, me zampase mi ración sin protestar.




Mi padre cuando se sentía feliz era durante el verano, cuando nos íbamos de veraneo a Fontán, el pueblo del abuelo Nicolás. Allí abandonaba uniforme con el odioso cuello duro de celuloide que siempre fué un tormento para él y con un viejo meyba que le llegaba a meida pierna y unas alpargatas blancas iba de casa en casa, para hablar con sus amigos de la infancia, saliendo de pesca con ellos o tomando chatos en las tascas del pueblo. Tal pinta de desaharrapado tenía que un día se presentó en casa un militar de uniforme preguntando por él para entregarle una nota y cuando salió a la puerta no se creía que pudiese ser él hasta que volvió con la documentación en mano. Veranos de playa, vinos y pesca rematadas por la romería de Os Caneiros en Betanzos a la que nunca logramos ir los críos pero la nos traían los farolillos de papel y las guirnaldas con las que adornaban su barca para que jugásemos.



Y las noches de Carnaval cuando salían de casa los dos disfrazados para el baile del Casino, quedándonos los críos solos en casa donde hacíamos nuestro carnaval particular, poniéndonos todos los trapos que se nos ocurrían y dándoles un sorbito a la botellade Cointreau, sintiçendonos libres sin el control de los mayores.
Y ya al final, que mayor me parecía con sus cuarenta y tantos años, recuerdo sus enormes dolores atiborrado de cortisona para aplacar las molestias de los huesos pues hasta el roce de las sábanas le hacía gemir, en un caluroso verano, su último verano en la casa de Monforte en la que los niños hablábamos entre susurros y pasábamos a su lado procurando no hacer ruido para no despertarlo en sus escasos momentos de alivio.

3 comentarios:

pequeño dijo...

Conmovedor relato hermanillo

El oso blandito dijo...

Bravo!!!!!!
de todos los relatos, quizas este es el que mas me ha gustado. Te ha salido de dentro y encima la manera de escribir, de contarlo, de narrar las cosas, los detalles y las sensaciones son maravillosas!!!
Gracias

cal_2 dijo...

hermanos, no sois objetivos......es que me quereis mucho. Pero mil gracias