lunes, agosto 08, 2011

Vidas ejemplares: Racanio y señora


Racanio Ruin es de esas personas indefinidas, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, sino todo lo contrario, todo en él es indefinido hasta la edad porque ha llegado a la conclusión de que gastar, aunque sea en años, no es bueno. Lo único que ha dilapilado es la hermosa mata de peño castaño que tuvo en su juventud porque ahora corona su cabeza una calva monumental, de esas que llaman la atención por el brillo de su superficie y la amplitud de su contorno. Pero salvo el pelo, no creo que haya hecho más derroches en todos los años de su vida y ahora bien lamenta no habérselo cortado todo de golpe cuando estaba a tiempo para venderlo como postizo.
De su Extremadura natal, allá de un pequeño pueblo perdido en las estribaciones de Sierra de Francia emigró muy joven a Cataluña, siguiendo los pasos de tantos y tantos mozos de su pueblo, en busca de un sitio donde no pudrirse sin sacar ningún rendimiento, pues la tarea de las tierras era tremendamente cansina y un año con otro acababa con las mismas ganancias: ninguna. No hubo trabajo que no intentase ni tarea que no afrontase con el único fin de ganar buenos cuartos porque, para hambres y miserias, ya había pasado bastantes, hasta que acabó de soldador en un taller de fontanería.
Todos los dias de paga, cuando terminaba su jornada, salía muy alegre del taller apretando el sobre con fuerza en su mano derecha prudentemente escondida en el bolsillo de la chaqueta junto a la libreta de ahorros y no respiraba hasta depositarlo en el mostrador de sucursal de la Caja de Manresa que había frente a su pensión y era grande su alegría cuando el oficinista le felicitaba por el modo en que aumentaban sus ahorros mes tras mes.
Un día se fijo en que compartía cola casi todos los meses con una chiquita rubieja, no gran cosa la verdad, pero con una carita pecosa que le atrajo aunque, más adelante, se dió cuenta de que era un tanto bobalicona. Armándose de valor, al cabo de varios meses de fijarse en ella, una día la esperó a la salida del banco con ánimo de pegar la hebra. Un poco esquiva al principio, pronto se fué abriendo y mientras compartían una gaseosa en la terraza de una cantina cercana, la joven le contó que se llamaba Simplicísima, que tenía veinte años y que trabajaba de aprendiza en casa de una modista muy buena y que pronto podría independizarse pues estaba a punto de sacarse el título de profesora de corte y confeción por el método Marty pero que, por el momento, tenía que contentarse con vivir en casa de su hermano soportando los desplantes de su cuñada.
A partir de entonces Racanio tenía otro motivo más para desear la llegada el día de paga y eso hacía que trabajase con redoblado ardor ante el contento de su jefe y las miradas atravesadas de sus compañeros. Continuaron viéndose, primero los días de paga, después los domingos, más adelante algún día entre semana y se pasaban las horas muertas hablando y paseando, aunque Racanio prefería sentarse en un banco de alguna plazuela pues no era cosa de gastar las media suelas del calzado en tanto ir y venir. Al final, cuando tenían la garganta reseca de tanta charla entraban en cualquier tasca y se tomaban un orange crush a medias.
Y llegó lo que tocaba. Boda, piso e hijos. Buenos, hijos no, que no venían aunque los primeros tiempos recurrieron al condón para retrasar su llegada y poder hacer frente a las letras, pero cuando Simplicísima empezó a ponerse pesada con el rollo de la maternidad lo intentaron con verdadero ahinco pues, como decía Racanio, no hay diversión más barata ni que dé tanto gusto. Pero sin éxito y la buena de Simpli se moría de envidia viendo como sus amigas iban teniendo hijos una tras otra y ella, seguía vacía por dentro.
Así que consultaron con el médico de la seguridad social que ya se sabe que es donde están los mejores y, sobre que no cuestan un duro. Pruebas y más pruebas aunque los médicos no se ponían de acuerdo en cual de los dos estaba seco pero que, o se sometían a un tratamiento muy costoso o no habría niños. Racanio echó cuentas de lo que se iban a ahorrar en condones y de lo que gastaban sus amigos en sacar adelante a sus hijos y convenció a Sim ( cada vez le acortaba más el nombre, pues hasta en la saliva se puede ahorrar ) que si Dios los había querido sin hijos no había que contrariar su voluntad.



Fueron pasando los años y todo seguía igual aunque ahora la paga se la ingresaban en el banco directamente y ya no había que ir con el sobre pero, por lo demás, nada había cambiado. Trabajando los dos, ahorrando casi todo el jornal, muchos paseos que son sanos para la salud, nada de bares o de cines que lo único que hacen es embrutecerlo a uno y cuando tenían vacaciones, corriendo para el pueblo que los padres siempre tenían la despensa llena y se podían pasar las horas muertas en los bancos de la plaza sentando cátedra porque Racanio siempre se las dió de leido y de intelectual y estos pelagatos del pueblo no tienen idea, ni sensibilidad ni nada. Claro que lo peor era a las horas de la comida, cuando tenía que discutir con los sobrinos por la comida, porque no entendía como no le dejaban las mejores tajadas del pollo y tenía que comer lo que no querían los críos.
Al final del verano volvián a casa con el coche hasta los topes con patatas, legumbres y todo lo que se podía arramplar de casa de los padres porque está no hay nada más sano, ni mejor que las cosas del pueblo. Y que cuesten menos, decía para sí. Y el coche arrancaba carretera adelante mientras el pañuelo de la madre les mandaba un adiós que no miraban.
Un día la señora Consuelo que vivía pared con pared con sus padres les llamó por teléfono para decir que la madre estaba muy malita en la Residencia y que se vinieran cuanto antes, si querían verla con vida. El Racanio ya se jodió un tanto porque ese fin de semana había acordado unas chapuzas y se las iba a perder pero, por el que dirán, le dijo a la mujer que preparase la maleta que había que salir arreando estopa.
Llegaron tarde. En la planta le dijeron que Rufina estaba en el depósito con su marido y para allí bajaron los dos. El abuelo estaba hecho un ovillo en un rincón con el bolso de la mujer entre sus manos. Rancanio se informó y le dijeron que hasta media tarde no podrían hacerse cargo del cadaver, así que le dijo a su padre que se lo llevaba para casa que allí no se pintaba nada.



De camino en el coche, el padre dijo de preparar café y aguardiente para los vecinos que iban a venir a dar el pésame a casa, pero Racanio le dijo que esas cosas ahora no se llevaban, que ya irían al tanatorio y allí no había que dar convites. A poco de llegar se acercó por la casa su primo Cosme y tras las frases de rigor, dijo que se iba que tenía que llevar un encargo en el taxi a un notario de Béjar y que esperaba volver para el velorio. Racanio, que siempre las pillaba al vuelo, le preguntó que si iba de vacío y como el viaje ya estaba pagado, si podían acompañarlo que siempre tuvo ganas de conocer Bejar y así hacían tiempo hasta que pudieran velar a la madre.
Y es que como le gustaba decir a Racanio " pajaro que pasa por mi tejado, ha de dejar pluma ".

2 comentarios:

pequeño dijo...

Es cuestión de aprobechar el tiempo que no estamos para tirar nada aunque sea el tiempo

cal_2 dijo...

no estoy de acuerdo " pequeño ". A veces en lugar de aprovecharlo tanto, no estaría de más derrochar un poco el tiempo y no escatimarlo a las personas que nos quieren, en lugar de guardarlo para cuando no estén.