lunes, febrero 08, 2010

Aquí durmió Pessoa


En el verano del 85 fuimos de vacaciones con una amiga a Portugal. Entramos por Badajoz y fuimos con el coche hasta el Algarve. En esa época se enmezclaban las torres de apartamentos de diez pisos con campos de patatas en un urbanismo salvaje que tan bien conocemos en nuestras costas. Poco recuerdos de los días pasados esa zona, salvo una diarrea con fiebre muy elevada, las aguas del mar tremendamente frías, unas puestas de sol maravillosas y un aire huracanado en el cabo de San Vicente. Por lo que salimos como cohetes en busca de Lisboa.
Llegamos a la ciudad en un atardecer y después de cruzar el Tajo por el impresionante puente " 25 de Abril " entramos en la parte moderna de la ciudad donde habíamos reservado el hotel. Poco después de cruzar el puente vimos el letrero del hotel al lado izquierdo de la autovía pero no conseguimos, por más vueltas que dimos, llegar a donde estaba situado.
Caía la noche y con ella nos entró la neura de no tener donde dormir. Llegamos a los alrededores del parque Eduardo VII donde se encuentran los hoteles modernos de la ciudad y comenzamos a preguntar si disponíamos de habitación. Después de tres o cuatro negativas, entramos en uno que nos dijeron que sí tenían hanitación, pero sin aire acondicionado. ¿ Pasar calor nosotros ?, ¿ pero que se creían ?. Nada, a seguir buscando. Tras varios fracasos volvimos a dicho hotel, pero alguien con menos remilgos que nosotros la había ocupado.
Eran las diez de la noche y seguíamos sin habitación. Cenar, si pensarlo con los nervios. Así que entramos en un bar y pedimos la guía de Páginas Amarillas. Al abrirla por la sección de hoteles vimos anunciado

HOTEL MODERNO

"Ese hotel, dijo nuestra amiga. Me suena el nombre. Han estado de vacaciones unas compañeras de mi oficina y me dijeron que era muy bueno. Y que allí había dormido Pessoa " . Sí, tenían habitaciones, respondieron cuando llamamos. Nos esperaban, no había problema para alojarnos.
Para que más recomendación Hasta Pessoa había sido cliente del hotel. Le señalamos la dirección a un taxista para que nos llevase hasta allí. Me monté en taxí y detrás intentaban seguirnos Alfonso y Amparo con nuestro coche, pero en más de una ocasión creí perderlos de vista por el dédalo de calles arriba y abajo por las que nos llevaba el taxista con aire suicida. Este me preguntó en un par de ocasiones que si estábamos seguros de donde íbamos, que él tenía una casa para recopmendarnos. Nada, nada, vamos ahí le decía yo. Seguro que este ignorante no sabe lo de Pessoa, me decía para mis adentros.
El taxista dió un frenazo y me señaló una fachada. Pagué la carrera y al poco llegó nuestro coche. Estábamos en una calle estrecha, con adoquines de piedra que bajaba hacia el Tajo. Una lona cubría la fachada del edifico y un letrero de neón vertical ponía el nombre del hotel en letras rojas. Al entrar la misma luz rojiza apagada envolvía el vestíbulo y a un costado estaba un mostrador de madera con un retrato de un Hare Krisna colgado de la pared. Y tras el mostrador un hombre de aspectó hindú nos atendió solícito. Nos dió las llaves y subimos hasta la cuarta planta.
La misma luz rojiza había a lo largo de las escaleras y en el pasillo de nuestra planta y un olor a incienso lo impregnaba todo. Cuando entramos en la habitación se nos cayó el alma a los pies. La misma luz, los muebles tenían aire ajado, el cobertor de raso de las camas echaba para atrás y un olor a cañerías invadía el ambiente. A nuestra amiga le dió un ataque de histeria y dijo que allí no dormía, pero era ya casi medianoche y no teníamos donde ir. Así que nos metimos los tres en una habitación y en la otra dejamos las maletas
Tapamos los desagues con los vasos de cristal que había en los lavamos y extendimos unas toallas para no acostarnos directamente sobre las sábanas. Y nos metimos en las camas. El trasiego de personas por el pasillo, el ruido de las puertas que se abrían y cerraban y el miedo a que cualquier bicho viniese a hacernos compañía a la cama, no nos dejó dormir tranquilos en toda la noche.
Por fín se hizo el día y saltamos de las camas como si estas estuviesen ardiendo. Abrí la puerta del balcón para ver donde nos encontrábamos y al avanzar el pié me encontré pisando en el vacío, no había suelo debajo. Volvi atrás asustado y me dí cuenta de que el edificio no tenía fachada, sólo un andamiaje que cubría el frente del edificio y por eso había una lona tapándolo todo.
Cerramos las maletas y bajamos a recepción. " No, teníamos prisa y no íbamos a desayunar. Por favor, preparenos la nota ". Diez mil pesetas por las dos habitaciones. No estaba mal, para haber dormido allí Pessoa. Dí la tarjeta de crédito, eché una mirada de despedida al Hare Krisna de la pared y salimos como huyendo del hotel.
Más tarde, mientras paseábamos por los alrededores de la Plaza del Comercio, se me antojaron unas sandalias franciscanas que vimos en el escaparate de una zapatería. Entramos, me las probé y al ir a pagar me dí cuenta de que no aparecía la tarjeta de crédito. Dejamos al dependiente estùpefacto con las sandalias en la mano y fuimos al trote hasta el hotel. Allí, seguía el mismo personaje tras el mostrador y en la bacaladera estaba la Visa. Resoplidos de alivio, gracias por todo y salimos de nuevo a la calle.
Verdaderamente Lisboa es maravillosa.....pero siempre hemos tenido percances en ella. Esperemos que en la próxima visita todo vaya bien.

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