
Papa Polilla está muy cansado de oir el mosconeo de su mujer, todo el día quejándose de que vaya vida tan asquerosa que llevan, malviviendo en un viejo abrigo de lana guardado en un trastero, para alimentar a sus cientos de hijos. Pero la verdad es que la pobre tiene razón, una vez más está preñada y apenas puede moverse por la carga de huevos que lleva con ella. Una vez más recuerda a su marido cuando la sedujo diciéndole que vivirían en una palacio y comerían de los mejores paños del mundo y ahora se ve obligada a estar a oscuras, pariendo y criando hijos y más hijos para que se alimenten de la lana de un abrigo que apesta a naftalina.
Y así, día tras día, sin dejar de quejarse en cuanto abren los ojos. Pero una mañana de verano, Papa Polilla le dice a su mujer que se asegure que todas las crías tienen alimento suficiente y que se prepare porque van a salir de vacaciones, lo tiene todo planeado para disfrutar de unas vacaciones. Loco estás, dice ella, como vamos a salir de casa ahora que estoy a punto de parir de nuevo. Nada, que confíe en él y que lo tiene todo estudiado y bien organizado.
Ella está remisa, pero su marido la va empujando suavemente hasta que los dos asoman las antenas por una rendija entre las maderas del cuarto trastero. En un principio la luz los deslumbra, pero pronto se hacen a ella. Papa Polilla recomienda sigilo y avanzan con cuidado por el pasillo hasta llegar al cuarto donde está un chaqueta de punto tirada de cualquier modo sobre una butaca. Trepan los dos y buscan un recoveco en la lana donde descansan del esfuerzo realizado. Y esperan.
Cuando están medio amodorrados, un enércgico taconeo los espabila. Papa Polilla le pide calma a su mujer y los dos se ven zarandeados por la prenda que coge la mujer con energía, sin sospechar la carga que lleva. Las polillas se quedan muy quietas bajo una costura de la prenda y notan como el suelo se mueve bajo sus patas. Papa Polilla saca la cabeza y mueve las antenas para orientarse. Un manotazo pasa rozándolo y se esconde a tiempo. Mama Polilla comienza a quejarse, que parece que las crías quieren salir, que a ver a donde la lleva. Papa Polilla le pide paciencia y que espere, que no se le ocurra parir ahora.
El cuerpo se para y mama Polilla ahoga un grito. El ruido de los coches al pasar le da mucho miedo. Papa Polilla le dice que han de salir, que se mueva rápida, pero mama Polilla se mueve bomboleando la tripa como puede. Papa Polilla le dice que de un salto grande y aterizan los dos en un cuello de un abrigo de pieles. Mama Polilla olfatea y dice que este sitio es bueno, que aquí las crías no pasarán hambre, pero su marido le dice que están a punto de llegar a su destino, que no desespere.
Al cabo de unos minutos le dice que salte a tierra con él. Se esconden bajo la boca de un canalón y papa Polilla dice que ya están muy cerca.
De pronto le da un tirón para que la siga y se cuelan por una puerta que está a punto de cerrarse. Mamá Polilla resopla y dice que ya están ahí las crías, que no puede más.
Se acomodan los dos sobre una superficie muy suave y mullida. Mamá Polilla se relame de gusto ante la calidad de la lana que la envuelve, se relaja y pone un centenar de crías. Después se queda exhausta y feliz. Papá Polilla sonríe al ver la cara de dicha de su esposa y observa como poco a poco las crías van espabilando y comienzan a comer.
A su alrededor montones y más montones de alfombras de todos los tipos se elevan formando verdaderas montañas. Las hay turcas y persas, clásicas y modernas, pero todas de las mejores lanas. El paraiso que le había prometido.
Afuera, don Pedro baja la reja metálica de su tienda y se despide de las dos empleadas que, tras darle un par de besos y desearle felices vacaciones, se alejan muy contentas. Don Pedro observa que el cartel que acaba de pegar tras el cristal está bien colocado, comprueba que la tienda queda bien cerrada y la alarma, conectada. Se frota las manos y sonriendo va en busca de su coche.
ALFOMBRAS IMPERIALES.
CERRADO POR VACACIONES DEL 1 AL 16 DE AGOSTO
PERDONEN LAS MOLESTIAS.
Nota de enteradillo: Esto del google es una maravilla. Allí me entero de que las polillas adultas no comen lana ni nada de lo que pensamos, sino que se alimentan de ellas mismas. Las únicas que se alimentan de tejidos y pieles son sus larvas, provocando esos boquetes en nuestra chaqueta preferida, mientras los adultos al tener atrofiada la via bucal se alimentan de la queratina de su caparazón. Por eso, cuando se han comido casi toda la estructura que los recubre, mueren. Y las hembras antes, por que con tanto trasiego de preñarse y parir, agotan primero las reservas.
Maravillas de la naturaleza.
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