domingo, octubre 23, 2016

el nacimiento de eric

Eric, a poco que le tires de la lengua con una cerveza delante,  confiesa que ha tenido vocación de pulga cojonera desde antes de nacer y que piensa seguir siendo así mientras le quede aliento y, si en algún momento siente que el conformismo le ronda por la cabeza, espera que haya una mano amiga que le de pasaporte. Un golpe en la nuca, como a los conejos, y listo.
Eric cuenta a sus amigos que su nacimiento en Utrech, hace ya muchos más años de los que hubiera deseado, fue como un guiño a la la nueva vida que se le ofrecía, una pirueta de clown inconformista para demostrar que a él no le dominaba nadie, como el primer acto de rebeldía en una existencia que siempre ha querido que fuese lo más alejada posible de las normas de una sociedad bien pensante. De ahí su deseo de no dejar la lucha contra los convencionalismos que lo intentan asfixiar.




Y sigue contando. Sus padres se sentían felices ante su nacimiento porque, de acuerdo a lo previsto, este se iba a producir a lo largo del 30 de abril, día en la que todo el país ardía en fiestas en honor de la soberana, la querida reina Juliana, fecha en la que celebraba su aniversario. El médico había previsto el nacimiento para las primeras horas del día, de acuerdo a todos los indicios. La bolsa se había roto y las aguas eran limpias, el cuello del útero había alcanzado su diámetro óptimo, las contracciones seguían su ritmo periódico y creciente.....pero Eric no salía.
Al final de la tarde, viendo que la situación se estancaba, mi padre avisó al doctor van Dorp, que se encontraba en una fiesta en casa con sus amigos. Este se presentó en smoking y con aire de no bien disimulada contrariedad y decidió trasladar a mi madre a la clínica, con ánimo de terminar cuanto antes con el parto y volver a la celebración.



El doctor pautó un gotero con oxitocina y lo mando abrir a tope. La medicación entraba a raudales, a través de los cristales de la habitación se veía los reflejos multicolores de los fuegos artificiales, la madre empujaba......pero Eric había decidido no salir mientras durase el día 30. A pesar de que todo inducía a que saliese por el canal del parto, él se atrinchero bien amarrado a la placenta y apoyando sus pies en la pared del útero materno, se dispuso a esperar al cambio de día.
El médico ya no disimulaba su malestar, sin dejar de mirar continuamente a su reloj, sabiendo que ya se había terminado para él la fiesta. El padre daba vueltas y más vueltas en el pasillo contando y recontando las baldosas verdosas del suelo, procurando esquivar aquella que tenía una melladura en su angulo mientras la madre, que ya no tenía más fuerza, se sentía desfallecer, cansada de empujar. Y Eric se reía dentro de su refugio.




Cuando se oyeron las campanadas de medianoche en una iglesia cercana a la clínica, Eric cejó su resistencia, se dejó llevar por el torrente que lo arrastraba y asomó su cara roja como el uno de mayo en el que había logrado nacer. El doctor van Dorp aseguraría después que más que llanto, lo que salió de la garganta de Eric, fue un rugido de satisfacción.
Mientras, en la calle, seguía la fiesta y los fuegos de artificio, pero ahora eran todos rojos. 


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