Se corrió la voz cual reguero de pólvora, a pesar de que todos los bigotudos ´vivan bajo las aguas de los mares.
Todos los langostinos y gambones, aliados a gambas, nécoras y similares emigraron a las zonas más profundas de los océanos, allí donde no fuese posible la llegada de las redes. Del cono Sur, el grito de rebelión pasó a las costas de África y de allí pasó al Pacífico hasta llegar a las costas de Australia y de la China. La rebelión se propagó a langostas y bogavantes de Alaska hasta que en cuestión de pocos días, los pescadores no recogían en sus redes más que algas o alguna sardina despistada.
Lo más asombroso fue también que, de pronto, comenzaron a desaparecer todos los crustáceos almacenados en las cámaras frigoríficas de los supermercados. No se sabe cómo fue pero por algunos rastros encontrados en esas zonas o a la vista de unas sombras difusas grabadas en las cámaras de seguridad, se piensa que comandos de voluntarios veganos se encargaron de hacerlos desaparecer para devolverlos a las profundidades de los mares. A la plana mayor de Mercadona hubo que atenderla en urgencias al estar al borde del colapso, los de Carrefour ingresaron en bloque en las UVI de la zona y los dependientes de " El Corte Ingles " vagaban como zombies entre los arcones de congelados vacíos.
Pero la cosa no quedó ahí. Los corderos abandonaron sus rebaños, dejando a sus madres con las ubres reventando de leche y se refugiaron en lo alto de las montañas, más confiados en las proximidades de los lobos, que de los cuchillos de carniceros. Los lechones hicieron lo mismo, los pavos siguieron sus pasos irguiendo sus crestas con dignidad y hasta las estúpidas de las gallinas rompieron las alambradas de las granjas donde las explotaban miserablemente y buscaron el camino de las cumbres, controlando a todos sus polluelos, que correteaban felices por ver la luz del sol y salir de excursión. Los patos se declararon en huelga de hambre y no hubo modo de conseguir ningún hígado rebosante de grasa con el que hacer bloques de foie.
El revuelo que se formó en los mercados o en el interior de las grandes superficies fue inenarrables Legiones de madres desesperadas con la planificación de la cena de Nochebuena no sabían a qué recurrir y se devanaban los sesos pensando en el menú que tendrían que presentar a sus familias.
Esa noche se cenó verdura, mucha verdura y las sardinas en lata o los mejillones en escabeche se convirtieron en los manjares más apreciados. A los postres, con la fuente de turrones y polvorones en medio de la mesa, ante las copas medio vacías de sidra El Gaitero o de cava, los chupitos deorujo fríos, las familias empezaron a pelearse, sacando esas viejas rencillas que se lanzan como cohetes tras las entrañables comidas navideñas. De las voces a los mamporros, esa noche los juzgados de guardia no dieron abasto a tramitar tantas denuncias de agresiones.
Esa Navidad no fue feliz en ninguna parte, pero todos los servicios médicos del mundo tuvieron unas guardias muy descansadas porque no tuvieron que atender tantas indigestiones y tantos excesos provocados por los atracones. Y los basureros se afanaron a recoger todos los cascos de botella, porque comida no se tiró ninguna. Eso sí, los traumatógolo, atendieron más lesiones de los normal, pero a eso están habituados en todas las fiestas.
Y en las profundidades abisales de los mares o en las más altas cumbres de las montañas reinó la tranquilidad.
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