domingo, noviembre 28, 2010

La " Suspiro "


I.
Si alguien pregunta por Isabel en el Departamento de Recursos Sociales seguro que te responden que allí no hay ninguna persona con ese nombre. Si insistes mucho diciendo que una prima suya te ha dicho que trabaja en esa oficina desde hace al menos veinte años, tal vez alguno de los trabajadores más observadores te responde que sí, que tal vez sea la rubia que tiene su mesa en el extremo sur de la oficina, allí donde los enormes ficheros crean una muralla tras la cual sea fácil pasar desapercibida. " Sí hombre, le dice ese hombre a sus compañeros, es esa chica menudita de pelo pajizo, que siempre va vestida de negro y que se parapeta tras unas enormes gafas de sol, ya sabeis esa que los bedeles llaman * Suspiro * porque se mueve por los pasillos como un soplo de aire ". Nadie la ve fichar a su llegada al trabajo, ni salir a la hora del desayuno, ni volver del mismo cargada con bolsas de El Corte Inglés, como hacen la mayoría de sus compañeros.
Incluso se vuelve difíl llegar hasta su mesa de trabajo, como si una serie de estrátegicos obstáculos invisibles hiciesen más ardúa la tarea de localizarla. Una mesita auxiliar sobre la que bosteza un ordenador antidiluviano, una estánteria con todos los tomos de Aranzadi en mitad de un pasillo, una moqueta gris y polvorienta medio suelta que casi te hace ir de bruces, todo eso y mucho más hay que esquivar para alcanzar los ficheros metálicos que sirven de protección artificial a Alicia.
Todavía hay que salvar una barrera más, su mesa esta cubierta por montones de amarillentos expedientes cuyos cintajos de un rojo desvaido cuelgan deshilachados. Detrás de todo esto se encuentra Isabel y si consigues llegar hasta ella, al hablarle notas como se va haciendo chiquitita, hundiéndose en el asiento como si quisiera meterse dentro de sí hasta llegar a esfurmarse, hasta el punto de que tienes la sensación de estarle hablando al viento.




II.
La noche del viernes, después de terminar el cursillo sobre " Técnicas humanas sobre facilidad en el despido laboral ", alguien del grupo propone cenar juntos y tomar una copa. Unas pretextan el cuidado de los niños, otros algún compromiso previo o, quedando solo cuatro compañeros del Departamento dispuestos a ir de fiesta. Alguien propone cenar en un bar del puerto donde siempre hay pescado fresco y los cuatro llaman a sus respectivas mujeres para decir que la reunión va para muy largo y que llegarán tarde a casa, con esa habilidad en buscar las disculpas que da la práctica.
La cena resulta bien, los ánimos se van caldeando a fuerza de un Albariño que entra como la seda y tras los cafés brota la propuesta de seguir la fiesta tomando un par de copas.
Aparcan en el jardín de un bar de copas de las afueras. Sobre la fachada del chalet, las luces de neón de color nranja muestran una figura parpadeante de una mujer con una copa en la mano y un nombre escrito en neón rojo sangre, " Fra Diávolo ". La puerta cerrada a cal y canto se abre como por ensalmo cuando uno de ellos musita su nombre al gorila que casi cubre con su cuerpo el acceso. En el interior, luces tamizadas dejan entrever costosos muebles de diseño, los pies se hunden en gruesas alfombras y en el ambiente flota un olor a tabaco y perfumes densos.
El que parece viejo conocido de la casa guía al resto del grupo hasta un rincón de la sala. Allí, sentada tras una gracil mesita está sentada una mujer imponente. La luz ténue tamiza sus rasgos y no deja notar las arrugas que surcan su cara, pasando todo a segundo plano ante la evidencia de un cuerpo rotundo, de un traje de fiesta tan sencillo como costoso, que se manifiesta aún más cuando se pone de pié. Saluda a todos como si fuesen viejos amigos y pregunta por sus preferencias, haciendo gala del muestrario de mujeres que tiene a su disposición. Del precio no se habla, pues son unos señores, como es lógico.
Cuando la madame levanta una mano discretamente hacen su aparición unas gacelas que se reparten a los cuatro amigos. Pasan el tiempo y primero uno, luego otro, van regresando hasta volver los cuatro compañeros a la sala. Vuelan las " Visa Oro ", ninguno se sorprende del precio, alguno piensa como explicar este gasto a la mujer y se despiden de la " madame " que ha acudido presurosa a saber si han quedado satisfechos. Uno de ellos sale con la vaga sensación de que esa mujer le resulta familiar pero no sabría decir de donde.Se despiden de la madame y esta, cuando van a salir, les dice que si desean volver pregunten por ella, por la " Suspiro " mientras una sonrisa, no se sabe bien de burla o de complicidad, inunda su rostro.

1 comentario:

El oso blandito dijo...

me encanta
Que bueno Carlos, que bueno!!!!!!