domingo, abril 19, 2015
" A la rica sopa "
Pascual lleva no sabe bien cuanto tiempo lleva despierto. Entre los malditos dolores y los ronquidos de ese pedazo de bestia que duerme en la otra cama no consigue conciliar el sueño. Por enésima vez en la noche busca a tientas el reloj y la linterna que guarda bajo la almohada y mira la hora. " Mierda, todavía son las seis ". Falta una hora para que empiecen esas brujas a dar palmadas y levantarnos a todos. El olor a habitación mal ventilada, a sudor y el tufo que sube del orinal lo hacen sentirse más incómodo. Da otra vuelta en la cama y se pone a pensar en la Loreto, maldita sea y que pronto la perdió, que mala suerte en la vida. Lo que más quería se fué hace ya tantos años que ni siquiera puede recordar la fecha.
Ya va para tres años que vegeta en esta maldita residencia y gracias a que tenía unos cuartos ahorrados con los que pagarse la estancia, que si no vaya usted a saber donde habría acabado, porque con los malditos sobrinos no sé puede contar. Hace un par de navidades lo sacó Fidel a su casa, pero no ha vuelto a hacerle mención ningún año más. A lo sumo alguna llamada por teléfono y ahí te pudras. Y las otras dos sobrinas, con eso de que tienen hijos pequeños no pueden venir a verlo, no sea que alguno de estos viejos les peguemos algo....como no sean años.
Suena estrépito de palmadas en el pasillo, se abre la puerta y asoma Leo, una de las auxuliares: " Venga, vagos, que es hora de espabilarse. El desayuno espera " grita mientras sube la persiana. Pascual intenta levantarse, maldita sea esta puta espalda, piensa mientras tantea con los piés en busca de las pantuflas. " Joder, casi meto un pié en el orinal ". Sacude a su compañero que todavía está medio adormilado y se acercá al lavabo para salpicarse la cara con cuatro gotas, que el agua es mala para todo, hasta para las carretera.
Se pone toda la ropa, que afuera hace frío y las corrientes son muy traidoras. Agarra el bastón, se cala la boina y sale renqueando al pasillo. Saluda a la gente que se encuentra camino del comedor y, una vez allí, busca su sitio en la mesa. Como siempre es el primero, así que puede elegir el tazón de café con leche que esté más lleno. Con las galletas no se puede hacer trampas que vienen en paquetes de cinco y si alguien se encuentra el suyo abierto, hay bronca. Tantea en busca de todas las pastillas que están ante su sitio, nueve en total, " para lo que sirven ", piensa mientras se echa dos cucharadas colmadas de azucar ahora que nadie lo ve, " a la mierda la disbetes ". Ruido de zapatillas arrastradas, carrasperas, sillas que se mueven y la auxiliar que rumia la bendición de los alimentos " que le den a los curas por donde amarga el pepino " masculla en lugar de rezar.
Se le acerca la Leo y dice que no se olvide que hoy le toca ir al médico, que sí se ha mudado como le recordó anoche, que la última vez vaya sofocón con la camiseta que llevaba puesta. " Que sí, cojones, que voy mudao ". Acaba su desayuno, se limpia la boca con la manga y sale despació camino del vestíbulo a esperar que lo recojan junto con los otros que tienen visita al especialista. Por lo menos verá la calle, piensa, aunque los lleven como borregos. Y si hay suerte tal vez esté en la consulta la enfermera pechugona que por suerte la vista es lo único que no le falla.
Los viejos suben como pueden a la furgoneta acuciados por el conductor, que van a llegar tarde como siempre al hospital y si se les pasa la hora de consulta tendrán que esperar ni se sabe cuando a que los citen de nuevo. " A ver, ¿ estais todos ?, a tres os toca revisión con el urólogo y dos con el de los huesos. Arreando y poneros los cinturones, no sea que alguno se escurra y se me escalabre ". Pascual se pone a mirar por la ventanilla, que bonito es ver la vida, aunque sea de paso, piensa. Si es bonita así, que no sería poder vivirla.
En la sala de espera del médico ya se sabe, nunca hay prisa así que es cuestión de pegar la hebra con los de al lado. Se establece un concurso de a ver quién está peor o toma más medicinas o cada cuantos días les toca el sintró. Una hora de espera, dos minutos dentro y volver dentro de seis meses. Pascual sabe que tiene que esperar a que terminen todos, a ver si llegan a la residencia para la comida y avanza cansinamente con la boina en una mano y el bastón en la otra hasta la entrada.
Junto a la puerta y barrida por las corrientes ve a una ciega sentada en su silla plegable que vende cupones. Urga en los bolsillos y comprueba que tiene unas monedas. Las saca y le parece que tendrá suficiente para un cupón. Es viernes y el premio es mayor. " Bonita, dame uno que termine en siete que así se llamaba el perro que tenía en el pueblo ". Lo guarda en la boina y se la encasqueta porque ahí seguro que no lo pierde.
Después de la cena Pascual se sienta delante de la tele y se saca el cupón que tenía guardado bajo la boina. Esta un poco húmedo por el sudor. Pide que busquen la cadena donde sale el sorteo de los ciegos, que ha cambiado de canal. Oye las protestas de unas mujeres que están atentas a un programa del corazón, pero hace oidos sordos y mira con atención como van saliendo los números. " El mío, es el mío " grita antes de caerse redondo al suelo. Unos cachetes en las mejillas y un paño húmedo en el cuello lo vuelven en sí. " Que sí, que me ha tocado todo, el número y la serie ", balbucea todavía medio atontado. La Leo pone el teletexto y le pide el boleto. " Que sí, que al Pascual le ha tocado una porrada de euros ". Este le arrebata la papeleta y dice que nadie la toque.
Esa noche pone una silla apoyada en el pomo de la puerta y se acuesta con el cupón metido en la chaqueta del pijama. Tampoco duerme pero esta noche tiene motivos para ello pues no se fía ni de su compañero de cuarto y sigue el ritmo de sus ronquidos por si está fingiendo. La noche se le hace interminable y tanto encendió la linterna que al final se agotaron las pilas. Vueltas y más vueltas en la cama hasta que, como cada mañana empezó el estrépito por los pasillos.
Una día más, piensa Pascual. Un día más, pero han cambiado las cosas aunque no se hace a la idea de cuanto dinero le ha tocado, nunca ha tenido más que cuatro cuartos ahorrados y un número con tantos ceros detrás se le vuelve un misterio. Se abre la puerta como cada mañana y asoma una Leo diferente, no les urge a que se levanten, al contrario. Una enorme sonrisa cruza la cara de la auxiliar y se acerca a la cama de Pascual como si fuese un inmenso tarro de miel. " Pascualito, bonito, tengo un sobrino que trabaja en Bankinter y me ha dicho que te pregunte si puede visitarte. No sea borrico y atiéndele bien, eh ? ". Ya empezamos, piensa para sus adentros.
Se viste como cada día y al llegar al comedor todo el mundo le sonríe. Encuentra dos paquetes de galletas al lado de su taza, pero faltan sus pastillas. Le tocan en el hombro y al girarse está Leo con un platillo de porcelana donde bailan las pastillas.
"¿ Qieres otro poco café con leche ? ", pregunta solícita mientras Pascual ve las caras enfurruñadas de sus compañeros de mesa.
Las horas hasta la comida son largas y Pascual se sienta en un rincón de la sala. Nota el roce del boleto sobre la calva. Ahí está seguro. Apoya las manos en el bastón y se deja adormecer. Un repique de tacones lo sobresalta. Se le echan encima las dos sobrinas que discuten entre sí sobre quien ha de abrazarlo primero. " Tío, que ganas tenía de venir a verte, no sabes cuanto te echamos de menos " grita una. Y la otra, intentando sacar de en medio a su hermana " Este domingo te vienes a casa y te hacemos un arroz con pollo como los que tanto te gustan ". Carantoñas y arumacos, palabrería sin fin, Pascual no ve el momento en que lo dejen solo. Finalmente se marchan las dos, dejándole la calva y la cara llena de baboseo, con la amenaza de volver pronto.
Aún no se ha perdido por los pasillos el taconeo de las sobrinas, cuando aparece el Fidel con un una caja de mantecados en las manos. " Se me han adelantado esas zorras, eh?. Aquí el único que te sacó en navidades he sido yo, así que no sé a que vienen ahora esas malas putas ". Continúa con la misma letanía un buen rato, alternando con promesas sobre las próximas navidades o sobre la habitación que va a quedar vacía en su casa, " que es la tuya, bien lo sabes. Es que se casa el Oscarito, ¿ sabes ? ". " Y mañana, sin falta, tendrás que ingresarlo en un banco, no sea que te lo robes, si quieres puedes hacerlo en mi cuenta ". Y se marcha, amenazando con volver pronto.
Se acerca la Leo para preguntar cuando puede venir su sobrino y el portero dice que han llamado varios parientes preguntando si podían visitarlo. Pascual empieza a estar harto de tanto trajín, entre todos le están revolviendo las cuatro ideas que le quedan y siente que ya se le acabó la paz. Si por lo menos tuviera a la Loreto a su lado, otra cosa sería.
Al llegar la hora de la cena Pascual tiene la cabeza como un bombo, no han parado de meterle caña en todo el día, unos con zalamería, los otros con envidia, que si va a repartir, que para que quiere tanto a su edad. Cuanto mejor estaba antes de saber nada. En la mesa siguen las bromas y las caras de envidia.
Pasan con el carro de las comidas y van llenado los platos con sopa. " Otra vez sopa y será de sobre ", oye decir. Pascual mete la mano bajo la boina y saca el boleto. Lo pone con disimulo sobre las rodillas y lo corta en tiras. De cada tira hace una pelotita y se la mete en a boca acompañada de una cucharada de sopa, así pasa mejor. Cuando se ha tragado el último trozo del cupón siente que vuelve a estar tranquilo.
Se acarce la Leo y le pregunta que tal está la cena. Pascual responde: " Ha sido la sopa más rica que he comido en toda mi vida ".
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2 comentarios:
No me extraña que la sopa estuviese buena. Desde que se inventó la tortilla de cartulinas, la creatividad de la gastronomía no ha conocido sus límites
hola rEDONDEADO, COMO ME ALEGRA SABER DE TI, AUNQUE SEA CON ESTE COMENTARIO....AÑORO TU BLOG. UN SALUDO
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