Desde que nos hemos separado sé que no puedes descansar tranquilo, que tu aparente firmeza oculta el miedo a la nada, que cuando caminas de modo aparentemente despreocupado en realidad lo haces con miedo porque temes que te falle el suelo bajo los pies. Me han contado que cuando te abandonas en brazos de otra persona ya no te atreves a cerrar los ojos cuando la besas, que lo haces con los ojos bien abiertos porque, si los cierras, aparezco yo.
Y no he vuelto a besar a nadie, pero te aseguro que tampoco puedo cerrar los ojos pues, en cuanto lo hago, estás junto a mi y no puedo soportar la desilusión de verte esfumar en cuanto los abro. De ahí el martirio de cada noche cuando los cierro con idea de dormir pues entonces tu presencia se hace insufrible. Si los cierro con ánimo de descansar, estás ahí y no poder tocarte se vuelve insufrible, pero es peor si los mantengo abiertos porque se hace imposible que pueda conciliar el sueño. Y en esta pelea me debato hasta que el cansancio me rinde y duermo pero no descanso.
Noche tras noche, día tras día no cierro los ojos...
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