Esa noche, por suerte para Alfredo, la luna llena está velada por un encaje de nubes y su luz difusa ilumina el camino empedrado que lleva a la casa como en un sueño fantasmagórico. Desde hace varios días, Alfredo ronda por los alrededores de la casa que va a ser su próxima faena, hasta que ha comprobado las costumbres de la mujer que parece habitar ella sola. Por suerte no tiene perros, aunque desembarazarse de ellos es pan comido para alguien tan profesional como él. La mujer siempre llega sola en su todoterreno al caer de la tarde. Suele ir cubierta con un pañuelo que deja escapar un pelo rubio y se parapeta tras unas enormes gafas de sol.
Bloquear la alarma ha sido pan comido para él y ahora, enfundado en el mono negro de trabajo, hace tiempo sentado en una piedra del camino a que caiga la noche y todo quede en calma. Deja de oírse la música que escapa por las ventanas abiertas y las luces de la casa se van apagando una tras otra hasta que no escucha más que los ruidos de la noche.
Alfredo piensa que ya es momento de pasar a la acción y cuando se levanta se estira pues siente el cuerpo entumecido por la espera. Se agacha para recoger del suelo la bolsa de faena y rebusca la linterna aunque espera no necesitarla para orientarse, pues cree haber estudiado bien el terreno. Se acerca lentamente a la casa, una vivienda de dos plantas aislada en medio del campo. Seguro que el dormitorio está en la cara sur de la planta superior pues allí siempre es la última luz que se apaga. Se acerca lentamente, evitando hacer ruido al caminar, aunque el chasquido de alguna ramita que rompe al avanzar, le hace dar un respingo. Encuentra la enredadera que había visto durante las rondas previas y comprueba que el tronco es lo suficiente firme como para soportar su peso. Trepa como un mono, eso es fácil para alguien como él tan habituado a hacerlo, salta el murete del balcón y se deja caer suavemente en el suelo de la terraza. La luna ahora está totalmente velada por las nubes y, en dos zancadas, se cuela dentro de casa a través del ventanal abierto.
Dentro de la habitación se va orientando. Una lucecita roja parpadea en el monitor del ordenador. Sombras de estanterías llenas de libros, un sillón en un rincón y una puerta abierta al fondo. Abre la linterna y busca algo que pueda interesarle. Aparentemente no encuentra nada, levanta los marcos de los cuadros en busca de una caja fuerte sin resultado alguno. Se dirige al pasillo y va abriendo muy lentamente la primera puerta a la derecha. Parece ser el dormitorio.
La habitación está apenas iluminada por una luz difusa. La lámpara de la mesilla está velada por una gasa blanquecina. Oye una respiración acompasada. La mujer que habita la casa duerme despreocupada, el cuerpo a medias tapado por una sábana con una mano desmayada sobre el pecho. La melena desparramada sobre la almohada y una sonrisa plácida preside su rostro. Es tal el aire de serenidad que emana de ella, que Alfredo se queda paralizado contemplándola y piensa que ha de tener un sueño inmensamente hermoso para sonreír así. Que maravilla sería poder formar parte de ese sueño, piensa e, incapaz de hacer nada de lo que llevaba varios días planeando, deshace el camino y abandona la casa.
Durante unos días lucha con la idea de volver pero es consciente de que se trata de una locura, que no comprende como no puede olvidar la imagen de la sonrisa y el deseo de verla de nuevo se hace insoportable. Una madrugada, harto de resistir, coge el coche y se acerca por el camino de la montaña. Apaga las luces a una distancia prudencial de la casa y repite el camino del primer día.
Contempla la misma imagen de la otra noche, tal vez la sonrisa algo más crispada y Alfredo piensa en como podría meterse en su cabeza para formar parte de sus sueños. Piensa que todos tenemos dos vidas: una que discurre por los caminos trillados del día a día cuando estamos despiertos y otra cuando cerramos los ojos y el sueño se apodera de nosotros. Y el quisiera formar parte del mundo soñado, la realidad le parece demasiado aburrida, pero perderse en los sueños de esa mujer sería la vida que el quisiera seguir.
Pasa las horas apoyado en la pared observando como la mujer se mueve mientras duerme hasta que se da cuenta de que la luz del día comienza poco a poco a hacer presencia. Se marcha apresurado y cuando abandona la casa, ha de esconderse tras un murete, pues ve que un coche baja por el camino envuelto en una nube de polvo.
Y a partir de entonces vuelve cada noche, las horas del día se le hacen eternas pensando en el momento de meterse al coche y enfilar el camino que lleva a la casa. Sabe que, antes de después lo descubrirán y que nadie entenderá porque lo hace. Le da igual pues, mientras llega ese momento, tal vez encuentre un vericueto por el que colarse en sus sueños. Y vivir allí mientras ella siga soñando.
2 comentarios:
Una vez más gracias por todo.
Ya sabes que espero que pronto publiques otro relato para seguir saboreando tu imaginación exprimida en palabras.
Un abrazo enorme
gracias a ti por ser el autor de la idea y el motor de este relato. Otro abrazo igual
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