lunes, abril 09, 2012
El bus de La Tómbola
En la ciudad cercana hay una línea de autobús que me da muy mala espina. Se trata de aquella que va del barrio de la Tómbola al Cementerio. Y vuelta. Pero en este caso el autobús siempre regresa vacío, a excepción del conductor que parece conducir el vehículo como un autómata.
El Barrio de la Tómbola es un conglomerado de calles y plazuelas más o menos caótico que se fue formando en la segunda mitad del pasado siglo para dar acomodo a todos los manchegos que llegaron a la ciudad en busca de El Dorado. Bloques de casas sindicales todas iguales en su estuctura decrépita, balcones oxidados cruzando sus fachadas y sábanas secándose al sol, alternan con edificios de diez pisos que parecen quererse tragar algunas casas molineras que sobreviven en medio sin saber bien como han conseguido escapar a la codicia de los especuladores.
La línea de buses tiene su parada en un lateral de la plaza del Bingo e inicia los viajes a las horas en punto atravesando la ciudad en una diagonal más o menos zinzagueante, pero nunca sigue el mismo trayecto pues unas veces el autobús serpentea por calles como si buscase el mar, mientras otras sube las cuestas penosamente en dirección al viejo alcázar moro. Pero la llegada siempre es la misma, inexorablemente llega a las menos cuarto al acceso sur del Cementerio, cerca de la llamada puerta de las " viudas ".
En la planta baja del número 14 de la calle del Bingo, semiesquina a la plazuela de la Pedrea, esta mañana se está produciendo un pequeño escándalo. Manoli, una abuela pizpireta de una edad nunca revelada pero que puede oscilar de los sesenta a los noventa y pico, se debate como puede del acoso de su hija y de dos de las nietas. " Que no, que yo no salgo de casa no voy en ese autobús, que como en casa ni hablar ".
La hija porfía que todo es por su bien, mientras que una de las nietas no para de hablar por el móvil, tranquilizando a su hombre que la espera al final de la calle, con la furgoneta llena de trastos, dispuesto a ocupar la casa en cuanto la vieja ahueque el ala.
Entre las tres la sacan a rastras de su casa, mientras Manoli intenta agarrarse como puede al marco de la puerta, pero la fuerza de las otras es mayor y la llevan entre empujones y carantoñas a la parada del autobús. Le meten un euro en la mano para que pague el billete, mientras el conductor acciona la puerta desde el interior. Manoli sube trabajosamente los cuatro peldaños y en un arrebato intenta volverse atrás pero la manija de la puerta no responde a sus intenciones, a pesar de todo el empeño que pone en ello. Levanta la mirada y se caga en los muertos del grupo que la despide lacrimógenamente.
Avanza renqueante por el pasillo y se deja caer en el primer asiento que ve libre. A su lado está sentado un hombre más o menos de su edad con el que se ha echado más de un pasodoble en el club de jubilados de la calle del Décimo. Sin apenas responder a su saludo, este le cuenta lo cabreado que está porque sus hijos lo han subido engañado al autobús, que él malditas las ganas que tenía de hacer este viajecito y repite lo mismo que ella, que como en casa de uno, ni dios.
El autobús avanza petardeando por calles en dirección al mar y de vez en cuando va haciendo paradas para dejar que suban las personas que están esperando bajo las marquesinas. Todos llevan aire contrariado salvo una chiquita con cara de alucinada que dice continuamente " a la tercera va la vencida, a la tercera va la vencida " mientras aprieta con fuerza en sus manos tres cajas de valium 10. En cada parada va subiendo gente pero nadie consigue apearse a pesar de enfrentarse con el conductor, que sigue manejando el trasto con aire de total indiferencia. Pasa por delante de la residencia de ancianos de las Hermanitas de los Pobres Descarriados del Beato Wenceslao y no hace caso a los esforzados requerimientos que hace la madre superiora para que se detenga, haciendo una vaga señal de que no hay plazas libres. Habrá que esperar al siguiente viaje.
El bus sube trabajosamente la cuesta que lleva a la plazoleta en cuyo fondo se divisa el muro de mampostería del cementerio bordeado de la consabida fila de cipreses y en el que se abre como una negra boca la puerta de las Viudas. El que más y el que menos sabe que ya se ha terminado el viaje para él.
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