Por la ventana abierta llega a ráfagas el aroma del jazminero batido por el viento. La noche es cálida y en la habitación se ha quedado condensado el bochorno que ha reinado toda la tarde en el exterior de la casa. Los relámpagos sacuden el cielo dejando momentáneamente que se silueteen las vagas formas ocultas del jardín y los truenos siguen a continuación como un rodar sordo de piedras que bajasen hasta el valle.
Gloria acomoda la luz del flexo para centrarse con más atención en el libro que parece huir de sus manos. Un reguero de sudor baja por sus sienes, bordea el cuello y parece buscar el hueco entre sus pechos, humedeciendo el reborde de su camisón. Menos mal que está a solas en la habitación y no puede ser observada por las otras monjas o, lo que sería peor, por los niños que están bajo su cuidado. Los niños, malditos demonios con cara de ángeles piensa, mientras se esfuerza una vez más en acabar la pagina del libro pero esta parece resitírsele con toda la fuerza. No sabe que hacer, pero no puede estar quieta ni un momento, se levanta y se asoma a la ventana, con las manos engarfiadas en el reborde de metal, estira su cuerpo para sacarlo lo más posible al exterior y sacude la cabeza varias veces, cada vez con más fuerza, como si quisiera que volasen las ideas que no la dejan en paz. En realidad una sola idea, la única que culebrea por su cabeza como si un interminable ejército de hormigas la estuviese recorriendo.
El recuerdo de Mario la persigue todo el día desde el momento en que abre los ojos, su imagen es igual al de un adolescente que vió un día en un libro de arte del Renacimiento. Su mirada limpia y pícara al tiempo, una corona de rizos castaños coronando sus rasgos perfectos, unos labios gordezuelos y un cuerpo rotundo y desgarbado al tiempo se entremezclan en su mente y no puede ni rezar, ni comer, ni vivir si no es a través de esta obsesión. Y lo peor de todo es que el crío se ha dado cuenta de todo y se divierte jugando cruelmente con ella.
Gloria se acerca al lavabo que está en un rinón de su celda, abre el grifo y humilla su cabeza bajo el chorro de agua fresca que resbala por su cuerpo. Pero ni aún así se apaga su fuego. Se seca con rabia, frotándose fuertemente la cabeza con la toalla, oprimiendo las sienes. Se mira al espejo donde se refleja su cara cansada, el flequillo húmedo y necesitado de un poco de tinte, su pelo más cano que castaño.
Vuelve a la cama y se deja caer. Toma el libro que está sobre la mesilla, se pone las gafas e intenta leer de nuevo. " Dios hablará esta noche ", cuantas veces la hizo temblar de emoción cuando lo leía en el Noviciado, a través de sus páginas llegó a sentir verdaderos arrebatos de emoción y ahora no consigue leer ni un párrafo.
El recuerdo. Mario volviendo esta mañana del altar, avanza por el pasillo de la capilla después de haber comulgado, la cabeza gacha y una sonrisa cándida en sus labios. Al acercarse al banco donde se sabe espiado por sor Gloria, se lleva la mano a la bragueta con disimula y una sonrisa de fauno cruza su cara como un relámpago y se arrodilla tras ella. Gloria se encoje al sentir la respiración de Mario en su espalda y lucha con todas sus fuerzas contra el deseo de darse la vuelta. En cuanto el sacerdote termina la misa, sale precipitadamente de la iglesia sin querer enterarse de los codazos de complicidad que intercambian Mario y sus amigos. Todo el día la misma obsesión. Recuerda cuando, al comienzo del curso, llegaron los críos al colegio y como a lo largo del curso han ido cambiando su cuerpo, adquiriendo trazas de hombre. Los pantalones que les sentaban bien en octubre, ahora dejan asomar los tobillos y parecen reventar en la bragueta.
Esta tarde ha hablado con la Superiora pidiendo que la trasladen a una residencia de ancianos o a una clínica de la orden, pero le ha respondido que sus sitio está ahora aquí, que no puede abandonar el puesto y la monja, hundida, no se atreve a decir la causa por la que quiere huir.
Recoge el libro e intenta leer, pero apenas media docena de líneas y ya siente como si se borrasen las palabras. " Dios hablará esta noche ", tal vez demasiado sensiblero, pero en él descubrió su religiosidad y aprendió a amar la música de Ravel. Ahora siente que Dios está callado, no consigue que de su coraqzón llegue la menor emoción a su cabeza, que al cabo de estos años de monmja todo es rutina y Dios no habla ya.
Se pone el hábito de cualquier modo, se cubre con la toca y abre la puerta sigilosamente. Camina despacio a lo largo del pasillo de Comunidad y se vuelve cuando oye cerrarse una puerta tras ella. " Alguna maldita me estará espiando, seguro " piensa. Sube a oscuras las escaleras que llevan a los dormitorios de los de Octavo. Cuando va a abrir la puerta, se da cuenta de su locura y baja las escaleras atropelladamente y corre hasta sentirse segura en el refugio de su habitación.
La luz de la mañana entra por la ventana disipando las horas de angustia pasadas. Se desnuda, deja el hábito hecho un novillo en el suelo y se da una ducha larga, larga con agua fría como si quisiera borrar todo rastro de la noche.
Suena con estridencia el timbre con el que se despiertan cada día. En las otras celdas se oyen ruidos de actividad y Gloria se viste rápidamente. Sale al pasillo, intercambia los buenos días con las otras monjas y sacando fuerzas de donde no las tiene, se encamina al dormitorio de sus chicos. Y allí Mario, cada día más bello, seguro que estará esperando mientras se despereza sentado en su cama.
1 comentario:
Por momentos parece que hasta yo estaba espiando en ese cuarto. Que bonito! eso bonito.
Gracias por compartirlo.
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