
Todas las tardes, a la hora de la siesta, el abuelo sale de la casa llevando en brazos al niño que deposita con mimo en la vieja tumbona de mimbre colocada bajo las ramas del manzano y ahueca los cojines para que esté más cómodo. Siguiéndole los pasos viene la abuela, que cubre las piernas insensibles del niño con un cobertor tejido por ella hace ya muchos años. Lo arropa bien porque todo el mundo sabe lo dañino que es un frío para la vegija, sobre todo en el caso del nieto que no sufre ni padece de cintura para abajo. Después pone cerca de las manos del niño un montón de tebeos de " El capitán Trueno " mezclados con algun cuento de hadas.
El abuelo se sienta a su lado en un sillón desvencijado, saca la petaca del bolsillo, echa unas hebras de tabaco sobre la hojita de papel y va liando un pitillo con parsimonia, mientras la abuela se vuelve hacia la casa. Al poco regresa la abuela trayendo una bandeja cubierta con un pañito blanco como la nieve. La deposita sobre un taburete y ofrece la merienda al niño, pero este hace un mohín de fastidio y dice que no tiene hambre. La abuela no le hace caso y pone en su mano el bollito de pan dulce con dos onzas de chocolate dentro. Le acerca el vaso de leche a la boca y el niño dice que no, siguiendo el juego de cada tarde, la abuela pone los ojos en blanco y saca la punta de la lengua lo que provoca la carcajada en el niño. Cuando se calma, comienza a sorber la leche poco a poco, mientras la abuela va limpiando los bigotes que forma la nata con un pañolito que saca de su manga. Cuando termina le leche la abuela, con sonrisa pícara, saca un caramelo de malvavisco del bolsillo de la bata y se ofrece dulcemente.
El niño se deja caer sobre los cojines y dice al abuelo que se aburre. Coge un tebeo y lo hojea distraidamente, pero ya se los sabe todos de memoria. El abuelo dice que pueden echar una partida a las cartas, el abuelo se deja ganar y sabe que el nieto hace trampas pues le mira las cartas en el reflejo de sus lentes, pero todo vale para sacarle una sonrisa al niño. Ni cartas, ni parchís, ni nada, que lo dejen aburrirse solo dice el niño, poniendo carita de mono triste.
El abuelo le revuelve el pelo con la mano y le pide que espere. Se levanta trabajosamente y va hacia la casa. Al rato sale con un montón de hojas bajo el brazo. Te voy a enseñar a hacer pajaritas de papel, le dice al nieto, ya verás que bien lo pasamos.
Rasga una hoja de una revista y comienza a plegarla hasta darle forma de una pajarita. Se la pasa al niño y este lee en su ala fragmentos de un poema.
" A las aladas alas del almendro de nata
te requiero...".
El niño pregunta al abuelo quien escribió eso. Es un poema de un rojo que murió en la carcel por eso mismo, por ser rojo y por no hacer caso a los curas, pero que ya verás como con el tiempo hasta los frailes dirán que fue bueno, le contesta el viejo. El niño suela la pajarita y una ráfaga de aire la deposita suavemente entre las hojas de la cercana higuera.
El niño quiere más. El viejo pliegue una hoja con letras muy oscuras, que dejan sus dedos manchados de tinta. Se la pasa al niño y este ve un reborde negro y una cruz en el frente
" Don Leoncio de la Vera Florida
de 69 años
falleció bajo el manto de la Virgen del Pilar...".
La tira al aire para que vuele pero esta pajarita, tras elevarse ligeremante, cae al suelo a plomo como si fuese una piedra. El abuelo masculla que a nadie se le ocurre hacer nada con las páginas de defunciones de " ABC " que se dejó olvidado a la mañana el cura, cuando vino a tomarse unas rosquillas en la cocina de la abuela.
Ahora el abuelo pliegue una hoja suave, de papel de arroz en elque se ve un grabado japonés con dos niños jugando con una grulla. Se la pasa y en cuanto el niño la lanza al aire, un ráfaga la arrebata y se pierde en el cielo hasta perderse de vista.
Para calmar el lloriqueo del niño, la abuela presenta una hoja de papel azul tachonada de estrellas que había tenido como fondo en el belén las pasadas navidades. El abuelo le da forma con movimientos precisos y se lo ofrece con aire triunfante al niño. Le dice que la eche a volar pero que no llore si desaparece, siempre puede hacerle más pajaritas.
El niño la tira al aire y la pajarita se eleva un poco, luego cae hasta casi rozar la tierra para elevarse con fuerza y al chocar contra las ramas del manzano, la pajarita se fragmenta en miles de estrellas que se pierden entre las hojas del árbol, inundándolo de luz.
La sonrisa del niño le llena toda la cara. La abuela dice que ya es hora de volver a casa, que hay relente. Le frota las sienes al niño con un pañuelito mojado en colonia " Nenuco ", después le da con fuerza en las piernas con ánimo de volverles la vida, mientras esconde su pena. Después le dice al abuelo que cargue con el niño. Este se lo echa al hombro, mientras dice que va a ver si vende ese saco de patatas. El niño estalla en carcajadas.
Cae la noche en el huerto. Las sombras cubren poco a poco todas las formas, pero el manzano sigue cuajado de estrellas que brillan en la oscuridad.
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