sábado, febrero 15, 2025

NUESTRO CAMINO DE SANTIAGO. PARTE II

La segunda parte del Camino de Santiago lo hicimos a lo largo del verano en seis etapas desde Burgos a León aprovechando días libres. La salida de la ciudad de Burgos una vez superada la universidad y la ermita de san Amaro, es casi tan fea y árida como la entrada pero pronto se termina la ciudad y el Camino se abre a un campo inmenso, totalmente diferente al los paisaje que habíamos visto en las etapas del Norte.

A media tarde nos acercamos a un pequeño albergue situado un poco al margen del Camino. Arroyo de san Bol es un pequeño edificio moderno que se levanta sobre las antiguas ruinas de un monasterio. El albergue parece estar situado en medio de un paraíso y desde su entrada desciende una hermosa pradera rodeada de chopos con una fuente de agua muy fría en su centro. El atardecer con el sol de oro poniéndose, los cantos de cientos y cientos de pájaros,, el rumor del viento entre los árboles y esa agua que era como un bálsamo. Metí la cabeza en el agua y la bebí con glotonería, olvidando las penurias del día.





Decidimos descansar allí, pero el hospitalero no era del mismo parecer pues usó todos los argumentos posibles para hacernos seguir camino. Después de porfiar un rato nos dio acomodo y nos preparó unos espaguetis con una salsa tan picante que creo que la preparó así como pequeña venganza. Pero nos dio igual y el rato que pasamos en la pradera después de cenar fue una delicia.

El albergue no tenía ni luz ni agua corriente, así que después de descansar bien nos levantamos con el amanecer y seguimos camino sin desayunar, ni dar las gracias al hospitalero pues no apareció por ninguna parte.

La mañana de julio era una delicia y emprendimos la etapa hasta llegar a la cercana población de Hontanás. El Camino va subiendo lentamente hasta coronar una cuesta y, al sobrepasarla, se abre el pueblo a nuestros pies. Una larga calle serpenteante con casa a ambos lados y el humo saliendo de las chimeneas. La gente se iba despertando a nuestro paso y nos saludaban desde todas las puertas.

A la derecha de la calle vimos un mesón y entramos sin dudarlo. El mesonero nos puso un café con leche y unas madalenas pero la leche estaba agría y se lo dijimos. " Sois muy finos, pues esas francesas se lo toman sin rechistar ". Pedimos huevos fritos con jamón y el mesonero, un señor pequeño y redondo como una albondiguilla cubierto con un delantal con tanta roña que no lo habían lavado desde la época de los moros, nos puso un plato con huevos nadando en aceite y su pulgar sobre la yema. Luego agarró una gran hogaza de pan, se la apoyo sobre sus propios huevos y nos dio una buena rebanada. Nos lo comimos como gloria bendita...como para escrúpulos estábamos.   






 

 Nos pusieron un café con leche y unas magdalenas, pero la leche estaba cortada y sabía mal. El mesonero nos dijo que si éramos muy finos pues los demás peregrinos la tomaban sin rechistar. Entonces pedimos un desayuno más contundente y el mesonero, un señor rechoncho y bajo como una albondiguilla y cubierto con un delantal que no se había lavado desde el Diluvio Universal, nos sirvió unos huevos fritos nadando en aceite y con la yema de su pulgar lleno de roña plantada sobre la yema del huevo. Luego apoyó una enorme hogaza de pan sobre sus propios huevos y nos cortó una rebanadas de pan candeal. Nos supo a gloria.

Siguiendo el Camino llegamos a las arcadas del antiguo monasterio de san Antón que es atravesado por la carretera. En una de las arcadas hay un nicho donde los peregrinos dejan mensajes para amigos que vengan detrás. Al dar la curva oímos unos lamentos muy escandalosos y nos acercamos a ver. Eran dos tíos de Bilbao que habían estado la noche antes de farra y al final de la fiesta cogieron el tren hasta Burgos y vestidos de fiesta y con zapatos de calle se pusieron a caminar. Cuando nos acercamos estaban descalzos y con los pies llenos de ampollas. Les dimos ayuda y curamos las llagas como pudimos. 

A la entrada de Castrojeriz una compañera de trabajo, Tere, una mujer  maravillosa que se la llevó el puto tabaco, nos acogió de maravilla y después de reponer fuerzas nos puso una tortilla de patatas en la mochila y nos acercamos al pueblo a por una barra de pan. Allí nos encontramos a los bilbaínos que se iban a meter un cocido entre pecho y espalda antes de volverse a Bilbao.   






A la salida de Castrojeriz hay que subir al alto de Mostelares. Con el sol del mediodía sobre la cabeza y el suelo centelleante por las porciones de mica que reflejaban el sol, conseguimos coronar el alto y desde allí se abre un inmenso mar de trigales. Al atardecer llegamos a la fuente del Piojo y nos sentamos a devorar la tortilla. De pronto, entre los trigales vimos que un peregrino avanzaba a todo trapo, como si montase en bicicleta...para nada, a puro pie y con toda la energía del mundo. Cuando llegamos al lugar donde pretendíamos descansar, estaba el peregrino que nos había pasado, un holandés cuarentón, ya duchado y fresco como una lechuga.   

Tuvimos suerte pues el albergue, una antigua ermita románica solo tenía 10 plazas. Lo regenta la Orden de Malta, la confraternidad italiana de san Giuseppe y, al menos entonces, el equipo de hospitaleros lo formaban un monitor y unos adolescentes muy monos vestidos con un uniforme que parecía diseñado por Armani. Tras ofrecernos una copa de cava nos mandaron sentar a los diez peregrinos en el ábside y nos hicieron la ceremonia de lavatorio de pies. Luego nos sirvieron una cena deliciosa y empezaron a llegar vecinos del cercano pueblo a confraternizar con los hospitaleros y aquello tenía un aspecto, cuanto menos, raro. Nos fuimos a dormir en unos catres de madera tosca a los que había que trepar para poder descansar. Se hizo el silencio y, al poco rato, el holandés que estaba en el catre debajo de mi, empezó a roncar como una locomotora y a lanzar unos pedos que resonaban como trallazos.





Al levantarnos teníamos el desayuno preparado con todo esmero. Entre los peregrinos había un matrimonio que volvía a Bélgica después de haber terminado el Camino y que iban acompañados de una mula enjaezada con una corona de rosas de plástico al cuello. Al entrar en los lavabos me fijé que estaba la mujer belga con un montón inmenso de productos de belleza extendidos y que me imagino que después cargaría la mula.

Terminamos ese tramo en Carrión de los Condes y al cabo de dos semanas, esta vez acompañado de nuestro amigo Félix, llegamos hasta León. En esta parte nos reencontramos con los amigos con los que habíamos iniciado el Camino en Roncesvalles, pero ya las cosas habían cambiado entre nosotros y no hubo buen rollo. Las etapas del paramo son aburridas y largas, todo es llano y parece que no acabas de llegar a tu destino. Por aquella época habían plantado arbolitos en el camino que espero que ahora, tantos años después den algo de sombra y de variedad al horizonte. 

La entrada a León es fea como en todas las ciudades anteriores, pero aquí terminamos nuestra segunda parte del Camino. 







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