martes, febrero 25, 2025

NUESTRO CAMINO DE SANTIAGO. PARTE III

Las últimas etapas del Camino, en total doce días, las hicimos aprovechando las vacaciones del año siguiente.  Llegamos en tren a León y después de pasar la noche en un hotel, a la mañana siguiente emprendimos el último tramo de nuestro viaje. La salida de la ciudad, como todas las anteriores por la que pasamos, es monótona y árida, puro asfalto, hasta llegar a la Virgen del Camino. Pero, a partir de allí, todo mejoró. Para esta primera etapa había dos opciones y nosotros optamos por la que es un poco más larga, pues transcurre por pleno campo hasta llegar a Vilar de Mazarifes donde dormimos en uno de los pocos albergues que utilizamos en el Camino. Una casona antigua con una corrala porticada donde tendimos los sacos de dormir y que nos permitió dormirnos viendo las estrellas.




A la entrada de Hospital de Órbigo nos pilló un aguacero tremendo y buscamos refugio en un bar a la vera del famoso puente.  Así que me metí en el wáter, me cambié la ropa mojada y después nos metimos un bocadillo de albañil entre pecho y espalda seguimos ruta. Y un consejo: no llevéis pantalones vaqueros porque, con la lluvia, se van empapando desde los tobillos a la cintura y pesan como plomo.

La bajada hasta Astorga es muy pronunciada y hay que ir frenando continuamente con los pies. Allí me dejé las uñas de los dedos gordos de ambos pies por ese motivo. El albergue de la ciudad, al menos el que había entonces, era como una casa de locos donde las literas se amontonaban unas sobre otras y la gente se peleaba por las duchas o por las lavadoras. Así que, visto el panorama, agarramos el petate y con las botas en chanclas nos dirigimos a un hotel en la cercana plaza mayor y nos alojamos a un hotel del cual recuerdo el maravilloso baño de espuma que nos pudimos dar. Y además nos hicieron un buen descuento por ser peregrinos. Completamos el día con una cena deliciosa para reponer fuerzas.






Llegamos a la Cruz de Hierro, el punto más alto del Camino, donde hay enormes montones de piedras pues cada peregrino que pasa deposita una como exvoto o como recuerdo. Llegamos justo del mediodía y nos encontramos con una ceremonia cuanto menos muy peculiar. De una casucha situada a un costado de la cruz salió una comitiva de personajes tocados con yelmos, vestidos con  túnicas y portando unos espadones. Nos dijeron a los espectadores que nos uniésemos a ellos para formar un corro y transmitirnos la energía a las estrellas, pidiendo a Dios, a Venus y a las Valquirias que nos llenasen de energía...todo un espectáculo.

A partir de aquí el Camino desciende hacia el valle del Bierzo y empezamos a encontrarnos a grupos de turistas alemanes, me resisto a llamarlos peregrinos, que hacían el camino en autobuses y que, unos 3 ó 4 kilómetros antes del siguiente final de etapa, los soltaban y bajaban dando brincos del camino, cantando salmos y agitando los rosarios tan frescos como rosas, mientras nosotros íbamos sudorosos por haber hecho todo el trecho.





Pero nos compensamos el esfuerzo en Molinaseca descansando en un hotel justo al lado del puente. Todavía recuerdo la delicia de sentarse a la orilla del Meruelo con los pies a remojo en la fresca agua del río viendo caer la tarde y terminar el día con una cena deliciosa... Que embutidos, Dios mío.

Al atravesar Ponferrada a la mañana siguiente nos encontramos en una plaza a los cruzados de la Cruz de Hierro del día anterior que, litrona en mano, hacían risas y estaban en un estado, llamémosle para no ser malos, como un tanto peculiar.

Descansamos en Vega de Valcarce, un pueblo ya limítrofe con Galicia, para tomar fuerzas antes de subir a O Cebreiro. Allí te ofrecían un servicio de transporte de tu mochila para hacer el ascenso más descansado, pero no lo aceptamos. Y creo que acertamos porque el contrapeso de la mochila nos hizo más fácil el ascenso. Una mañana maravillosa con el sol peleando con la niebla daba una luz prodigiosa al paisaje que atravesábamos, nos llevó hasta el alto de O Cebreiro donde entramos en la iglesia prerrománica de santa María, la primera iglesia gallega del Camino donde se puede ver el Milagro de la Eucaristía.





E iniciamos el descenso para adentrarnos en el antiguo Reino de Galicia. Como se echaba la tarde encima paramos en una casa rural en Liñares. Mitad albergue, mitad vaqueriza nos envolvió un aroma a estiércol acogedor. Todavía recuerdo con emoción la cena y el desayuno a base de productos caseros: huevos de corral, patatas, ensalada, miel, aguardiente...y a cada cosa que nos ponía delante la buena de la hospedera nos pedía disculpas " pues son cosas de casa y no hay más ". A la mañana siguiente, después del desayuno casero, pagamos y quisimos dejar cien pesetas de propina y la buena mujer me dijo " es mucho, con ¨un peso ¨( 5 pesetas ) ya me basta.

Poco más allá el camino tiene dos opciones: una transcurre por el monasterio de Samos y la otra por Triacastela, por la cual seguimos pues el monasterio ya lo conocíamos. Al llegar a Sarria nos encontramos con que no era posible encontrar alojamiento alguno, pero no nos importó pues muy cerca vivían mis hermanos y acudieron en nuestro socorro. Después de cenar muy bien y descansar en su casa, a la mañana siguiente nos pusieron de nuevo en Sarria para seguir camino. 






Desde Sarria a Santiago hay unos cien kilómetros de distancia, por lo que un gran porcentaje de peregrinos nacionales hacen este recorrido que les permite obtener la Compostelana por lo que, a pesar de que hay muchos más albergues que en el resto del Camino, se hace muy difícil encontrar plaza. Por eso optamos por dormir en hostales y, al llegar a uno, ellos mismos nos hacían la reserva para la etapa siguiente.

Dejamos Sarria y nos adentramos por las aldeas y corredoiras de Galicia, una delicia de paisaje entre robles y castaños. Hicimos un alto y nos dimos un soberano almuerzo con la tortilla y los filetes empanados que nos había metido Berta en la mochila y después nos echamos un sueñecito con la tripa llena. Y no hay que olvidar en estas etapas comer en cualquiera de las pulperías que vamos a encontrar a nuestro paso.






La última noche la hicimos en San Paio y buscamos un buen hotel donde nos dimos un homenaje a base de marisco y albariño para celebrar lo bien que nos había resultado la experiencia. Y a la mañana siguiente hicimos los últimos diez kilómetros antes de entrar en la ciudad de Santiago de Compostela. A lo largo de todas estas etapas coincidimos con una peregrina argentina ya mayor que llegaba a duras penas a cada final de recorrido, pero que no cejaba ningún día y con ella llegamos al final del recorrido.





Lo primero que hicimos, antes de entrar en la catedral fue sellar la credencia y obtener la deseada credencial del peregrino y desde allí nos fuimos a oír a misa del Peregrino. Entramos en la catedral, que estaba abarrotada de gente, pero poco a poco y con descaro nos acercamos al altar mayor y nos sentamos en primera fila...yo ocupé el sitial del obispo que estaba libre, pero del que me desalojó una monja un tanto enfadada. Esto nos permitió ver desde primera línea de playa como los pertigueiros hacían oscilar el botafumeiro y asistir a la misa concelebrada.

Como remate, una vez finalizado el camino, nos fuimos en autobús a Fisterra donde los peregrinos queman las botas o una prenda cualquiera frente al mar. Y puedo asegurar que hacer el camino ha sido tal vez la experiencia más hermosa de mi vida.       

  

 






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