sábado, noviembre 03, 2018

La niña que se escondió en el palco del Real


Paula es la única hija de Paqui, una de las sastras del teatro Real. Del padre no se sabe nada desde que un día se perdió en la estación de Chamartín, maleta en mano, para buscar la vida en Alemania.  Con su casi un metro de estatura, Paula  se cree la más grande entre todas las niñas que pasan a su lado cuando, de la mano de su madre, avanza por la costanera que da a las puertas traseras del teatro. Apenas puede caminar serena y va haciendo mil cabriolas hasta que, un tirón de su madre, la hace comportarse cuerdamente por unos segundos. Al cruzarse con otra niña le saca la lengua o le hace una mueca pensando para sus adentros, " chincha rabincha que tu no puedes ir adonde voy yo ".
La puerta del teatro tiene para ella toda la fascinación que da el entrar a un mundo de ensueño alejado de la estrechez de la buhardilla donde viven Paula con su madre y la tía Gelina, una vieja tan vieja que a la niña le parece hermana de la señorona de bronce que acaba de dejar atrás subida a la peana de la estatua que domina la plaza. 







La buhardilla queda atrás, apenas a unos minutos del teatro, a una costado de la plaza de la Encarnación y desde su cama Paula oye las campanas de las monjas del convento vecino llamando a oración. Sobre su cama se abre un ventano a través del cual ve pasar las nubes perezosas a veces y otras rápidas como pinzones pero que siempre adoptan formas bellas que Paula asocia a formas de animales salvajes. Las palomas picotean el cristal y con sus patitas marcan pasos de baile cuando se pelean entre ellas.
Desde el rincón de la buhardilla donde está el fogón le llega el ruido de la tía Gelina trajinando para preparar la comida de cada día: el sempiterno cocido con los garbanzos repicando en la cazuela como canta la copla de lunes a sábado y el arroz con mejillones y cuatro gambas de los domingos. Y el tableteo de la vieja máquina de coser " Singer " en la que su madre adelanta las tareas del teatro. Todos esos ruidos, esos aromas conforman parte de la vida de Paula, feliz de no ser como las otras niñas del barrio que se aburren en la escuela, pues su madre prefiere educarla en casa.




Y volvamos a la puerta del teatro. No es la principal, la que da a la plaza grande con su escalinata de honor, sino aquella por la que entran los empleados del teatro. La madre se para a bromear con Pedro, el vigilante, aunque Paula no entiende a que vienen esas risitas entre los dos y esas frases a medio acabar que no tienen sentido para ella. Lo único que desea es llegar cuanto antes al taller para poder jugar y escuchar las conversaciones de las trabajadoras, así que tironea de la mano de su madre para que esta le haga caso.
Cuando entran en el taller las acoge el coro de bienvenida de todas aquellas que han llegado antes. Paula mira hacia el rincón donde suele trabajar Matilde, la encargada de poner a punto las pelucas, su favorita de entre todas porque muchas veces deja que peine con cuidado una peluca sin decirle nunca que es una torpe o que lo hace mal. Si está Matilde y le dirige una sonrisa. Sentado en el suelo a sus pies está Kike jugando con los carretes de hilos con los que ha formando un tren. Kike es un año más pequeño que Paula lo que le permite mangonearlo cuando están juntos, lo que no sucede muy a menudo pero, por lo que oye decir a su madre, se lo ha traído  con ella porque anoche estaba con algo de fiebre y no lo mandó a la escuela.




Paula, después repartir besos y de ser besuqueada por todas, se tira al suelo con Kike para jugar con él y, de paso, hacerlo rabiar un poco. Le quita los carretes, desordena el convoy y le arrea algún que otro pellizco cuando nadie la mira. Pero pronto se cansa y, aprovechando que su madre y las compañeras están atareadas, agarra a Kike de la mano y se lo lleva a explorar el teatro. Ese es un mundo lleno de magia y no hay rincón que no haya explorado. Solo tiene una prohibición: el escenario y la zona donde está la tramoya del teatro porque, como no se cansa de recalcar su madre, esa zona es una cúmulo de peligros y si un día la pilla ahí, le dará tal azotaina que le dejará el culo en carne viva y no podrá sentarse en un mes.
Hoy, que tiene compañía, se siente más segura y sin miedo, a pesar de que Kike sea un renacuajo. Le encanta recorrer los pasillos iluminados con una luz tenue, el roce de los pies sobre las alfombras, el olor a antiguo que desprenden los cortinajes, sentarse en las butacas y mirar a la enorme araña del techo e imaginar quemaravillosa ha de ser cuando esté toda iluminada.





La sorpresa que se llevan es muy grande cuando, al pasar ante la puerta que da acceso al palco real, se dan cuenta que está entornada y no cerrada como siempre. Sin pensarlo dos veces arrastra a Kike al interior y comienzan a explorar un mundo hasta entonces desconocido para ellos. Aquí es todo mucho más bello, el tacto de las cortinas es más suave y al rozar la seda de los asientos siente un cosquilleo que asciende por todo su cuerpo. Kike tiene miedo y quiere irse, pero Paula no le hace caso y se sienta en el sillón central y después echa el cuerpo hacia adelante para apoyar sus brazos en la baranda del palco y ver mejor toda la sala. " Fíjate Kike, estoy viendo todo como si fuese la reina ". Algo en el suelo llama su atención. Se agacha y recoge un pendiente dorado con tres pequeñas perlas.  " ¿ Será bueno ? ", dice mientras se la guarda en el bolsillo. Se pone de rodillas y rastrea todo el palco en busca de algún nuevo tesoro pero no encuentra nada más, salvo un pañuelo de papel arrugado.



De pronto comienzan a encenderse todas las luces, se escucha el golpeteo de puertas al abrirse y las voces del personal de sala comprobando que todo está a punto para recibir a la gente. Paula se levanta con un brinco  y agarra a Kike para salir huyendo en el momento en que se abre la puerta del palco, dando un susto de muerte al acomodador al ver dos personajillos que pasan a su lado como una exhalación. Comienzan a trepar las escaleras como gamos mientras escucha una voz muy conocida que la esta llamando " Paulaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ".
Y Paula piensa,  " de esta no me libro... " ideando que historia puede contarle a su madre para que no le ponga el culo como un tomate, mientras aprieta el pendiente encerrado en su mano.

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