domingo, septiembre 09, 2018

la importancia de la M... y de lo que sigue



Mañana de primavera romana. Arriba, el cielo de un azul espléndido cruzado por un celaje de nubes algodonosas y blanquecinas. Abajo, el gentío de turistas que se mueven como reguero de hormigas por las escaleras. Nosotros acabamos de visitar los museos capitolinos, que ahora no nos han parecido tan maravillosos como los teníamos en el recuerdo. Descendemos por la escalinata de la basílica de santa María de Ara Coeli, aquella por que dicen suben los romanos de rodilla con ánimo de que les toque la lotería, después de disfrutar de la belleza y tranquilidad del templo, libre de los turistas que se agolpan por los alrededores.





Nuestro siguiente destino es la antigua central eléctrica Montemartini situada en las afueras de Roma donde se expone el resto de la obra que no tiene cabida en los museos capitolinos. La visita parece interesante a priori y dado que el precio de la entrada es conjunta y ya la hemos pagado, no es cosa de perderla.
De pronto me fijo en que justo al pie de la escalinata está aparcado el bus 44 que, según había visto poco antes en el móvil, nos conduce a nuestro destino. Sobre la carrocería está el letrero de su destino: Montecalcini. Vacío, con las puertas abiertas y el conductor fumando con aire indolente a su vera.



Entonces me obceco, cegado por el deseo de llegar a donde queremos, pues hay que cumplir las tareas del turista bien aplicado. Le pregunto al conductor si este bus nos lleva a la centrale Montecalcini y dice que sí, que es el final de la línea. Nos subimos, el bus arranca y se van sucediendo las paradas, a medida que se va llenando de gente. Cruzamos el Tiber, subimos renqueantes por el Trastévere y vamos pasando por barrios cada vez más deteriorados, con lo que empiece el mosqueo. Llegamos al final de la línea y descendemos del bus en una calle a medio asfaltar pero el conductor amablemente nos indica que estamos en nuestro destino.
Comenzamos a buscar la centrale que alberga al museo pero a todos los que preguntamos nos dicen con asombro que allí no hay tal museo. Pero el navegador del móvil no puede fallar, se ve que estos tíos no conocen ni su barrio...





Y llegamos a la central eléctrica, en medio de una explanada polvorienta donde estaba el final de la línea, ahora en obras. Allí no hay tal museo,  es mediodía, el calor arrecia y no encontramos dónde comer. Así que desandamos el camino en busca de la parada del bus para volver a la ciudad. No se donde hemos ido a parar pero aquello es el quinto carajo, situado al lado de una autovía y de un inmenso centro comercial.
En el bus, con algo de calma, vuelvo a mirar la guía y compruebo el error.
La línea era esa misma, la 44, pero en la cuarta parada había que haber hecho un cambio para ir a la Centrale Montemartini. Sí, Montemartini y no Montecalcini...Hay que fijarse bien, porque todo comienza por ¨M ¨...





Tras el consiguiente cabreo se impone la cordura y hacemos una parada para comer con calma frente al Campidoglio. Después volvimos a tomar el 44 pero ahora sí nos bajamos en el punto indicado. Es un barrio de las afueras de Roma, polvoriento y sin encanto como todas las afueras de las ciudades del mundo. En el camino topamos con la heladería más deliciosa de Roma y el sabor del helado corrigió la amargura del desatino de la mañana. Pero la visita al museo superó con creces el esfuerzo pues aunque las esculturas que contiene no son nada espectaculares, el entorno en el que están colocadas, una enorme central eléctrica que funcionó durante la primera mitad del pasado siglo con toda la maquinaria mastodónica utilizada para generar electricidad, es grandioso. Un sitio muy poco frecuentado, pero muy interesante. Al final, mereció la pena.






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