domingo, diciembre 02, 2018

Hugo y Wagner



Hugo tenía exactamente ocho años y doce días cuando hizo dos descubrimientos que cambiaron su vida.
Como decían los amigos de sus padres, Hugo fue siempre fue un niño rarito, fuera de lo normal. Ya, desde que estaba en la cuna, se reía con gran regocijo cuando su padre ponía en el reproductor música alegre o lloraba como un poseso si esta era triste y dramática. Desde que era muy pequeño, en navidad o en su cumpleaños no pedía que le regalasen balones o camisetas de jugadores famosos de fútbol, ni patines o el último modelo de videoconsola. Siempre quería que le regalasen discos de música clásica, no importaba de cuál se tratase, para pasarse después las horas muertas escuchando ensimismado la pieza una y otra vez.









Cuando cumplió ocho años el regalo fue especial. Su madre le regaló el primer par de pantalones largos, unos pantalones grises de pata de gallo y una camisa blanca de seda con una brillante pajarita roja. Su abuela Helena le entregó un paquete primorosamente envuelto y, al romper el papel, se encontró con el estuche de nácar que contenía los deseados prismáticos de ópera que ella usaba desde que era jovencita y que, a su vez, había heredado de su madre.
El regalo del padre se hizo desear más. Pasó la comida, sopló las ocho velas de la tarta que habían hecho su madre y su abuela y le cantaron a coro deseándole felicidades, pero el padre no daba señales de tener nada para él. Un tanto mohíno, Hugo estuvo escuchando música mientras miraba de modo distraído un álbum de fotografías de viajes de los abuelos, cuando oyó a su padre que le llamaba desde la entrada de casa.





" Ven, que preguntan por ti en la puerta ". Sorprendido, dejó el álbum a un lado y corrió a ver quien era. Un chico desconocido, con aire desgarbado le tendía con una mano un sobre alargado. " Firma aquí " le dijo señalando a una libreta grisácea. Hizo un garabato, recogió el sobre y su padre despidió al chico dejando con disimulo una propina en su mano.
" Este es el regalo de mamá y mío ".  Allí mismo, en la entrada de casa, rasgó el sobre y sacó el contenido. 12 tarjetas rectangulares llenas de letras y de cifras. " Son tres abonos para ir a la ópera tu madre, tu y yo para disfrutar la tetralogía de Wagner ".
Nunca lo vieron con tanta alegría como entonces.  Comprobó las fechas de las funciones y después quiso probarse la ropa que le habían regalado para ver como estaba ante el gran espejo que había en el vestidor de su madre. A esta costó convencerle que debía ponerse el pijama para no manchar la ropa porque la iba a estrenar muy pronto.






La fecha en la que iban a acudir a la primera función, diez días después de su fiesta de cumpleaños, Hugo estuvo todo el tiempo inquieto y cada poco se acercaba a su cuarto donde estaba colocada con sumo cuidado su ropa y de allí iba a comprobar si la fecha de la función era la correcta. Ya en el teatro apenas si prestó atención a las personas que lo rodeaban porque toda ella la tenía centrada en el foso donde los miembros de la orquesta afinaban sus instrumentos. Sonaron los avisos de rigor, toda la gente se acomodó en sus asientos, se oyeron carraspeos cada vez más suaves y se apagaron todas las luces. Comenzaron los aplausos y Hugo se incorporó un poco sobre el cojín que habían colocado sobre su asiento para que pudiese ver. Saludó el director vuelto hacia el público, se produjo un silencio total y de pronto brotó la música de " El oro del Rhin " que brotaba como enroscándose desde las profundidades del foso de la orquesta ascendiendo de modo insinuante hasta rebotar en la gran araña de cristal que cubría gran parte del techo del teatro. Cada poco sus padres lo miraban de reojo temiendo se pudiese aburrir, pero la cara de Hugo dejaba traslucir tanta entrega a la música que se disiparon sus temores.






Al acabar la obra Hugo se sumó con entusiasmo a los aplausos que atronaban la sala, brincando en su asiento como si estuviese sentado sobre un resorte y, ya en el " metro " de camino a casa, tu madre tenía que reclamarle silencio y calma porque su entusiasmo era el foco de atención de los demás pasajeros.
Dos días después, doce fechas tras su cumpleaños acudieron a una nueva función. La misma magia o aún mayor de la anterior vez cuanto comenzó a brotar la música. A pesar de que esta obra duraba mucho más tiempo que la anterior, en ningún momento sus padres notaron signos de aburrimiento en Hugo. Al contrario, su atención no se despegaba un instante de la escena y tendía su cuerpo hacia delante como si quisiera fundirse con la escena.
Pero esta vez la vuelta a casa fue en silencio y Hugo apenas si respondía de modo maquinal a las preguntas de sus padres. Llegaron a casa, se puso el pijama, tomó un vaso de leche caliente con cacao y dió las buenas noches como si estuviese ausente. Se apagaron las luces y la casa se llenó de silencio apenas interrumpido por el tic tac del reloj del salón.






Los padres se metieron un tanto perplejos en la cama y, al poco, se oyeron unos suaves golpes con los nudillos en la puerta. " Entra Hugo ", dijo la madre al tiempo que encendía la lámpara de la mesilla de noche ". Este avanzó despacio hasta llegar a los pies de la cama y apoyando su cuerpo sobre ella comenzó a hablar.
" Esta noche me he dado cuenta de dos cosas y quiero que seáis los primeros en saberlo. Por una cosa he comprobado lo que ya pensaba, que la música es mi vida y que solo quiero dedicarme a ella, como cantante o como músico y si no valgo para ello me da igual en lo que me ocupe, barriendo la sala o de acomodador, con tal de estar dentro del a un teatro. Puedo acarrear los instrumentos o amontonar las partituras, me da igual, pero siempre cerca de la música en especial si es de Wagner...".
" Y cuál la segunda " preguntó su madre.
" La segunda es que, a partir de hoy y para toda mi vida, he decidido que voy a ser Brunilda y nunca Sigfrido ".






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