sábado, marzo 08, 2014

kike y las mates

Kike es un zangolotino de catorce años, con todo el aire desmañado de muchos chicos de esa edad, como si tuviese el cuerpo como un puzle desarmado, buscando como cuadrar sus partes. El rostro, que afecta imagen de dureza, solo nos trasmite ternura. Cuadrado el pecho, las piernas recias como troncos,  el pelo rebelde que intenta despejar de un manotazo y la barba que comienza a pelear buscando sitio entre los granos de acné. La mirada limpia y asustada, se mueve como si su cuerpo no fuese el suyo, como si lo tuviese de prestado y cuando se enfrenta al espejo cada mañana,  antes de salir a clase, disecciona  la imagen que refleja y no le gusta nada lo que ve.
Todos los días mide su cuerpo con las marcas imperceptibles que traza en la puerta de su dormitorio y comprueba con desagrado que están permanecen invariables, para su desespero al ver como todos sus amigos lo van superando centímetro a centímetro.




Dos pasiones lo llevan por la calle de a amargura. Una que lo acompaña desde siempre que él pueda recordar: el fútbol es toda su vida. Bueno, era. Ahora solo es parte pues otra cosa le preocupa tanto o más. Desde crío reventaba pelotas jugando en el patio del colegio o en el descampado que había tras su casa y dormía con el álbum de cromos de futbolistas bajo la almohada. El día que lo admitieron como jugador en el equipo infantil del club de sus amores, lo recuerda como el más importante de su vida. Ni primera comunión ni otras zarandajas que se puedan comparar a la emoción de saltar por primera vez al césped con el uniforme del equipo de sus amores, ese equipo tan querido por él y antes por su padre y por su abuelo, de quien heredó la afición.



Pero ahora hay otra pasión que ha hecho chiquita a la sentida por el fútbol. Y es su pasión por las matemáticas. O para ser más exacto, por el nuevo profesor de matemáticas que llegó al instituto a mitad del curso porque se jubiló don Matías. El nuevo profesor se llama don Cesáreo pero a los dos días ya lo bautizaron como " el Cabezolo " o " el Zanahorio " por su rotunda cabeza. Su enorme corpachón está coronado por una cabeza imponente, con una gran frente despejada nimbada por una mata de pelo rojizo que rodea la calva incipiente como una nube roja y que casa con dos enormes cejas de cerdas también rojizas que dan un aire terrorífico a alguien que, en el fondo, es un bendito.  Con aire desaliñado, viste siempre el mismo traje gris, la corbata desnortada y los dos primeros botones de la camisa sueltos dejando asomar una mata de pelo rojizo también.



Kike mira con deleite las manazas peludas del profesor mientras llena la pizarra de fórmulas matemáticas y pelea por entender los conjuntos, sufre con las reglas de tres y sufre pesadillas para resolver los problemas que a diario plantea el profesor. Y sobre todo sueña con él, con esas manos de leñador que podrían estrujarlo, hasta el punto de que deja a un lado el futbol, olvida las crónicas de " Marca " y el entrenador lo amenaza con desplazarlo del equipo de futbol.

Ahora Kike no busca disculpas como antes para no ir a clase de matemáticas ni se inventa fiebres repentinas que lo dejen en cama para evitar exámenes. Sigue con arrobo las explicaciones y no pierde detalle de las evoluciones de don Cesáreo ante el encerado pero no se entera de nada de lo que escribe, atento a su mano peluda con los dedos amarilleando de la nicotina, a su cabeza, a ese culo y a esas piernas recias que adivina bajo el severo traje gris. No se entera de nada y ahora, en las ensoñaciones de la ducha tras los entrenamientos en el estadio, no piensa en las canas del entrenador que antes eran la causa de todos sus desahogos, sino en el profe nuevo.



Pero tanta atención en clase no le sirve para nada.  En la evaluación le han dado un zapatazo, aunque no le importa porque ahora se ve obligado a recuperar lo perdido. Es más, hace las cosas mal a posta para quedarse durante los recreos en clase bajo la tutela del profesor y se entera de los días que este se encarga de vigilar a los alumnos castigados para hacer una pifia y engrosar el pelotón, lo que le permite compartir más horas cerca de él.

Un día, durante uno de los escasos recreos en que puede salir al patio, se fija en como don Cesáreo tontea con la profesora de Química, como la mira con cara de bobo mientras ella hace dengues de adolescente. Pero si es una vieja, piensa Kike, lo menos tiene treinta años y con esas tetas que parecen dos tanques. De vuelta a clase le confirman lo que se imaginaba. Don Cesáreo está por " la Perolas " como llaman a la profe de Química entre ellos.


Kike siente que se hunde su mundo. Sabe que no tiene fuerzas para competir con ella. Ni posibilidades de que se cumplan sus sueños. En el equipo de futbol lo han pasado al grupo de los eternos suplentes y ahora en los partidos no pega bola. Y ha perdido todo interés por las matemáticas. Al final de curso le dice a sus padres que el próximo año quiere pasarse a letras.

No hay comentarios: