lunes, marzo 03, 2014

A la memoria de Cunqueiro



Felipiño do Souto tocaba el bombardino como los propios ángeles. Se cuenta de una monja de clausura de la parte de Tuy que lo oyó tocar un día desde su celda, se volvió loca de amor por él. Colgó los hábitos, saltó la tapia del convento para seguirlo y al sentirse rechazada, se embarcó en Vigo para las Américas y con el tiempo se supo que andaba de perdida por algún punto del Uruguay.








Felipiño era alto y buen mozo, rubio como una panocha de maíz con  las mejillas coloradas como manzanas de invierno. Tan buena planta no se sabía de quién la había heredado porque solo se le conocía a la madre, Marica do Souto y esta era pequeñita y muy blanca, como una almendra de Navidad. Nunca se supo quién la preñó, aunque las malas lengua de la aldea decían de Marica, que siempre fue mujer de misas y de santos, que por ahí andaría la cosa. Pero era tan discreta y calladita que se llevó a la tumba su secreto.








Pero si uno se fijaba bien, su hijo era el vivo retrato del párroco de Vilamouta que en paz descanse, la misma planta de gaiteiro fanfarrón que tenía el cura cuando echaba el sermón de la patrona, el mismo aire fachendoso cuando sacaba el pañuelo del bolsillo para secarse el sudor de la frente en mitad de la misa.
No se sabe de donde pero Marica heredó un soto con robles y castaños que, según decía habían pertenecido a un pariente de su padre que había muerto en la Habana sin más herederos. Sea de donde sea la herencia, esto le permitió comprarle el ajuar y una maleta de madera a Felipiño y presentarse a la puerta del seminario de Astorga, junto con una carta de recomendación que llevaba muchos sellos de iglesia. Pronto supo Felipiño que esa no era vida para él, que nunca cantaría misa porque la visión de las mozas lo entolecía.



Latín no aprendió mucho, esa es la verdad, pero descubrió el mundo de la música y andaba todo el día al rabo del maestro de capilla. Tampoco se sabe donde aprendió a tocar el bombardino, cuando lo más lógico es que lo hiciese con el piano o con el órgano. Pero como él decía, era más persona de soplar que de tocar.
Una tarde, harto de pelearse con el " Cornelio Nepote " y los latinajos, aprovechó un descuido del Prefecto, se fue a su alcoba y preparó un hato con la sotana, el roquete y los libros y lo cambió todo a un chamarilero de la parte vieja por un bombardino medio abollado, una hogaza de pan, medio queso y una bota de vino y con este bagaje dejó atrás el seminario para buscarse la vida, la buena vida.


 
 
Salió de Astorga por la carretera de Ponferrada riendo de felicidad, la libertad no tiene precio, iba pensando. Paso por Castrillo de los Polvazares y después de comer a la vera de una fuente, echó una siesta con la cabeza apoyada en una piedra y su chaqueta haciendo de almohada, estrenando la libertad. Inició una vida de vagabundo bajo el sol y las estrellas. Subió hasta la Cruz de Hierro y allí dejó depositada una piedra en la morea que se alzaba la cruz como recuerdo de su paso, cual si fuese peregrino a Santiago. Bajó por trochas parando en pueblos y caseríos hasta llegar a la vera del Sil en Molinaseca. Que alivio meter los pies en el agua helada del río y echar una siesta en la ribera. Pasó Ponferrada y cruzó las tierras de Cacabelos con las viñas llenas de uvas negras en sazón.

 
 
 
 
Y llegó a su tierra. Recorrió muchos caminos, haciendo parada en bodas y funerales, en un caso provocando alegría y en otro llenando de congoja los corazones con el sonido de su bombardino. Durmió en muchos pajares, unas veces solo y otras acompañado, menos veces de las que hubiera deseado, pero siempre sin detenerse hasta llegar a su aldea. Cuando lo vio aparecer, Marica se lo comió a besos, lo sentó en la cocina y le hizo comer una taza de caldo bien cubierto de unto. Trajo cuatro huevos del corral y le preparó una tortilla. Con un café de puchero humeante y la caña al lado, ya más calmada, le preguntó porque había vuelto y aunque al principio le dio un poco de pena que no llegase a ser un señor cura, en el fondo de su corazón se llenó de alegría pensando en que lo tendría a su lado.
 
 
A partir de entonces no hubo fiesta en los alrededores, ni boda, ni funeral en la que faltase Felipe Neri con su bombardino arrancando pena o alegría según tocase.

( Ya me gustaría seguir con la historia....a ver que se me ocurre....o a ver si alguien aporta una idea. Gracias de todos modos por estar ahí ).

Nota:
Esta entrada, de enero del 2008, la he retocado y añadido imágenes en busca de una nueva oportunidad.

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