domingo, febrero 24, 2013

" MADAME " MORANDEIRA. ALGUNA VEZ TE CONTE...IV




Esta historia es de octubre de 2.005, de esas sacadas del baúl de los recuerdos a mediados de los sesenta en una pequeña ciudad de provincias.


Como esto de tirar de los recuerdos es muy socorrido hoy voy a recrear una seria de personajes con las que teníamos relación en eso del tema del vestido y del calzado y procuraré clasificarlas de menor a mayor importancia de acuerdo a la escala social imperante en una ciudad tranquila y mortecina como era Lugo por aquellos años de mi infancia.
Digamos que en escalón inferior estaba la señora que cogía puntos a las medias de cristal, un verdadero artículo de lujo al que había que mimar dado su coste elevado para la época. Era una mujer de aspecto melancólico y gris parecida a una ratita triste, siempre vestida con el hábito marrón de los franciscanos, y que ejercía su tarea sentada sobre una silla baja de enea, iluminada por una bombilla mortecina que colgada sobre su cabeza desde el cielo por un cordón trenzado donde cagaban todas las moscas del mundo.





ºPasaba todo el día en el interior de un cubículo de madera pintado de verde situado en medio del portalón de Acción Católica, un portalón frío y húmedo en la calle de la Cruz, con el suelo de grandes lajas de granito siempre húmedas, incluso en pleno verano.  A mi me dejaba quedarme mirándola mientra trabajaba y me encantaba ver como colocaba la media rota sobre un cilindro hueco y con ayuda de una especie de aguja eléctrica reparaba los destrozos y cogía los puntos a las media. A medida que reparaba la media, envolvía los encargos en papel de periódico en los que escribía el nombre de la clienta y el importe...50 céntimos  1 peseta...poco más. Como estaba cerca de casa me gustaba hacer ese recado y, como a veces me tocaba esperar, ella me dejaba algún librito con vidas de santos para entretener la espera.
Y es que eso de una media elegante tenía su importancia. Cuando salía con mi madre a la calle cada poco me preguntaba si tenía recta la costura de las medias y me agachaba para ver si era así. pero si la costura estaba torcida, esa cuestión de meterse en un portal y de ayudarle a que la línea de la costura fuera perfecta.





En este mismo nivel se encontraba el zapatero remedón. También tenía su negocio en otro portal, este a la mitad de la Ruonavoa. Sentado en otra silla baja, se cubría con un delantal de cuero lleno de manchas de tinte las manos tiznadas y llenas de cortes. Marcaba con tiza en el piso del calzado el importe y la tarea a realizar. Nunca tenía los arreglos a tiempo y siempre había que volver, pero como siempre contaba chistes no nos importaba repetir el paseo.
En un escalón algo superior por encima se encontraba la Jesusa. Su día fijo era los miércoles, pues hacía ronda por otros hogare y llegaba muy temprano a nuestra casa con su máquina de coser portátil bajo el brazo, aunque no la necesitaba porque mi madre tenía una " Singer " a pedales. Se encarga de arreglar toda la ropa que se había deteriorado a lo largo de la semana. Coser botones, subir dobladillos, poner remiendos a las sábanas... Como llegaba antes de que saliésemos para el colegio, se sentaba a nuestro lado en la cocina y nos sonreía por encima del humeante tazón de loza blanca. Lo primero que hacía antes de sentarse a trabajar era encender la radio y no paraba de cantar las canciones que oía.  El jornal que recibía a cambio era escaso, pero desayunaba y comía con nosotros y siempre se llevaba algo para la cena. Y se estaba seguro de que la semana próxima no faltaría a la tarea.



Más categoría tenía  la pantalonera. Esta vivía con su madre muy vieja, una mujer que no parecía moverse de una visita para la otra, siempre callada y envuelta en un gran mantón de paño negro. El negocio lo tenía en una casa baja en la Ronda, apoyada sobre la muralla romana de las que después han tirado para dejar que esta se vea en todo su esplendor. Ella fue la encargada de hacerme el traje de primera comunión, un precioso traje de marinerito blanco con lazada azul marino y que fue preciso ir a probar muchas veces hasta dejarlo a gusto de mi madre. Quieto como un santo de escayola para que no me clavaran los alfileres, aguantaba la impaciencia como podía porque, cuando se terminara la prueba, sabía que me dejarían jugar con los carretes de hilos de colores.
En otra órbita de superior categoría se encontraba la tienda de la corsetera situada en principio en los soportales de la  Alameda. Su dueña, Milucha,  una encantadora mujer regordeta y rubia, que se desvivía por atender a las clientas y a mi me gustaba mucho acompañar a mi madre, porque transmitía alegría y siempre tenía palabras bonitas para mi.  Mi madre se metía en el probador para intentar embutirse en unas unas fajas de esas de cordones y ballenas que hacían esbeltas las figuras pero que debían de ahogar hasta el alma. Sobre el mostrador había un enorme busto de escayola con un sujetador de color salmón que ejercía de imán para mis ojos. Y las paredes estaban llenas de mujeres esbeltas y semidesnudas.  " Su faja señora, Sorasssssssssssss....." anunciaban por la radio.






Ismael, sastre cívico militar y eclesiástico era ya de los niveles superiores del escalafón. Era algo chocante porque, aunque me parecía una persona muy mayor, se movía como un pizpireto, como si fuese un jovenzuelo. Era un hombre aspecto enjuto, con el  pelo gris cortado a cepillo, como un prusiano que siempre recibía a los clientes con una profunda reverencia tras los cuales se levantaba obsequioso con una sonrisa como mordida entre los dientes. Su tienda ocupaba un enorme local situado frente al cine Central, con los suelos de madera muy brillantes y mostradores llenos de piezas de paño. Nos hacía las camisas, los trajes y los calzoncillos de pernera  a medida ....Había que tomar medidas para todas las piezas. Tras elegir la tela adecuada, cogía una agenda y un lápiz y daba una voz seca . De una trampilla que había en el suelo emergía uno de sus oficiales, un hombrecillo delgado y curvado como una interrogante, con un bigote fino y que llevaba una enorme bota de alza para corregir su cojera. Anotaba las medidas que nos hacía el maestro, incluso con una cinta que, rematada en un arco de carey, nos ponía bajo los huevecillos para medir el tiro de los pantalones. Siempre tuve curiosidad por saber como era el mundo del subsuelo de la sastrería  pero nunca me atreví a asomarme al interior.


Pero la emperatriz de todo este mundo de la moda  era " la Morandeira ". Tenía su taller en un piso elegante en la calle de la Reina y solo recibía previa cita y que, según decían las señoras, había aprendido su oficio en París. No todas la que lo pretendían ,lograban ser recibidas por ella, pero mi madre no tenía problemas....
En el entresuelo de ese edificio ejercía Eduardo como " coiffeur ", peluquero de señoras, con un aire a lo Domenico Modugno y más loco que un rebaño de cabras, que gesticulaba como si fuese un pulpo acelerado mientras controlaba al rebaño de oficialas que teñían, ponían rulos y hacían las permanentes a las sufridas clientas.
" Madame " recibía a las clientas en un enorme salón  amueblado con sillones panzudos tapizados en seda con flores y espejos con marco de madera basculantes desde donde se podían ver bien las clientas de cuerpo entero mientras madame revoloteaba a su alrededor mientras daba órdenes a la ayudanta que con la boca llena de alfileres se arrodillaba para subir el dobladillo de la falda. Sentado en un rincón devoraba todo con la vista mientras con la boca me atracaba con los toffes que me habían regalado. Cada pieza encargada precisaba de muchas visitas y muchas pruebas hasta que la madame se sentía satisfecha.  Cuando llegaba el encargo a casa metido en una enorme caja oblonga de madera, salían las prendas envueltas en papel de seda y me maravillaba ver lo elegante y hermosa que estaba nuestra madre cuando se las ponía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita descripción de época, igual los tiempos no cambian tanto... ¡extraño el color!

xaby dijo...

Q bonita descripción, me ha encantado! Es muy interesante lo observador que eres y la memoria que tienes para poder dar tantos detalles. Las fotos aportadas muy buenas, sobre todo la del marinerito comuniante ... qué paciencia! Supongo que en la foto donde vas con tus señoras, una de ellas es tu madre, la elegante; es curioso que la foto esté hecha al vuelo, estáis andando, sin deteneros ... qué raro. En aquella época un foto requería más atención, por eso en esta foto se capta la naturalidad. También me gusta los dos jóvenes de detrás que se descojonan a saber de qué ...
Muy chulo Madame!

Anónimo dijo...

Mi madre trabajó en Morandeira