jueves, noviembre 10, 2011

Valladolid. Años 70. III



Verdaderamente se vivía en medio del miedo y de la indiferencia. Miedo a todo y es algo manido decir que aquellos últimos años del franquismo tenían tinte gris, pero así lo sentíamos y en gran medida eso se debía al miedo. Miedo a hablar en voz alta, a decir lo que pensabas, miedo a ser escuchado por alguien que pudiese trasladar tus palabras a donde no era deseable. E indiferencia, una mortal indiferencia de una mayoría de la gente que pasaba de todo y que se había acomodado a vivir mecido por la propaganda del Régimen y que pensaba que esos jóvenes que daban guerra no eran más que una pandilla de indeseables desagradecidos.
Esa obsesión que se percibía en todas partes de ser vigilados, espiados por los " secretas " o de ser acusados por los soplones. De pronto alguno de tu curso era señalado como un chivato y todos se apartaban de él como un apestado, sin pararse a pensar si era verdad. Y las listas de coches que circulaban escritas y que nos pasábamos de mano en mano con las matrículas y los modelos de los coches que, al parecer, usaban los policías de paisano que, asu vez, buscaban " rojos " hasta en la sopa.



Uno de esos coches, un seiscientos de color rosa chicle, estaba aparcado todas las tardes sobre la acera ante la puerta de la faculta de Medicina. Una tarde, alguien dejó caer un ladrillo desde una ventana de la biblioteca situada en la quinta planta y el estrépito que hizo al rebotar sobre el capó del coche hizo que saliesen aterrorizados sus cuatro ocupantes, uno de los cuales sacó una pistola y disparó al aire. Menos mal que no había ningún estudiante volando por la zona, pues no era el primero que moría de un supuesto tiro al aire que le entraba por el bajo vientre.
Y sin embargo, eso lo hablamos ahora, nunca nos sentimos más libres que entonces. Ahora hay mas libertad en apariciencia, pero estamos mucho mas maniatados que entonces, controlados por todas partes, las cámaras graban en todas partes, a través de las tarjetas saben hasta nuestro número de calzoncillo y el móvil puede convertirse en nuestro delator. Antes era claro, sabías que el enemigo estaba enfrente pero ahora te ahoga y no te enteras.



Me pregunto porque en todas las ciudades había un policía de la llamada Brigada Social al que se le apodaba " El chino ". En Valladolid también teníamos el nuestro y era mi especial bestia maldita. En tercero de carrera se vino a estudiar conmigo mi hermano pequeño, apenas 17 años cumplidos y que se metió hasta el fondo en la movida de su facultad. Sé que esta historia es nimia, si se compara con toda la represión de la época....pero es mi historia.
Un noche, durante la cena, se presentó la policia en nuestro colegio y lo llevaron detenido. La situación se me volvió muy dramática porque me veía solo y no me atrevía a llamar a casa contando lo que pasaba. Fueron tres días desesperantes buscando ayuda por todas partes. Finalmente me pusieron en contacto con abogados afines al partido comunista y comenzaron a interesarse por el tema. La situación era clara: mi hermano era amigo de comunistas y, dado que era muy joven, la policía pensaba que era fácil que delatase a toda la gente implicada. Conseguí que me dejasen verlo donde estaba detenido, en la antigua carcel de Valladolid y allí, a través de dos viejas rejas separadas por un pasillo de dos metros por los que pasaban los " grises " pudimos comunicarnos, unos minutos llenos de gritos para contrarrestar las voces que nos rodeaban y de amargos silencios que decían más que las palabras.



Llegó mi madre de Galicia, no podía entender que su hijo pequeño fuese de los " rojos ", hablamos con los abogados y nos dijeron que podría salir en libertad condicional bajo una fianza de diez pesetas. Una cantidad impensable pero que nos proporcionaron ellos mismos. Mi madre recurrió a antiguos amigos de la familia para pedir ayuda, como un baboso que no quiero ni nombrar que mientras, le sobeteaba la mano, recordando que mi padre le había salvado la vida, confesando que ahora no era momento de hacer nada por el chico y que purgase sus culpas.
Y el maldito " Chino ", que me lo encontraba en todas partes y siempre, con ese aire baboso de superioridad me preguntaba que si sabía donde estaba mi hermano y yo me tenía que tragar la rabia y las ganas de escupirlo a la cara.
Luego vino el juicio en el Tribunal de Orden Público con el magistrado Mariscal de Gante, en la vida olvidaré ese maldito nombre ( su hija fue ministra de Justicia con Aznarín ). La condena, la expulsión del colegio y de la universidad, la mili forzosa en Valencia y el calvario de intentar estudiar de nuevo en Santiago pero su expediente llevaba un punto negro que le impidió estudiar normalmente. Una vida brillante al carajo. Una más.
Y todos los policias que fueron instrumentos del régimen, se reconvirtieron al llegar la democracia, nadie pagó nunca más por sus actuaciones y se les cubrió con un baño de inmunidad que les permitió asender, jubilarse y morir en olor de santidad. Mierda para todos ellos y para su memoria.

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