domingo, junio 05, 2011

ALFONSO. IV


Alfonso se acerca una vez más a la cocina a ver la hora en el viejo despertador rojo que tiene la abuela sobre la radio. " Las tres y cuarto, sí que tarda este ", piensa mientras desde el patio oye la voz de la abuela quejándose de cuanta guerra da este jodido crío. " No tiene aguante, todo el día moviéndose como el rabo de una rata " le dice a la señora Engracia que remienda las culeras de unos calcetines que, de puro viejos, no se sabe cual era el tejido original. Alfonso todavía hace tres o cuatro viajes más para ver la hora hasta que, de pronto, oye un silbido desde la calle, que le hace dar un bote, a pesar de estar esperándolo.

" Abuela, me voyyyyyyyyy " grita mientras corre a lo largo del pasillo sin dar tiempo a que esta le dé permiso para salir. En la acera de enfrente, en la puerta del número 14 espera con aire de chulito " El cojo ", metiéndole prisa en cuanto Alfonso aparece por la puerta de la calle.
Alfonso conoció a " El cojo " en la playa del Pisuerga, a donde se escapaba las tardes de verano para bañarse en el río sin que lo supiera la abuela. Esta no quería que fuese allí por que decía que los remolinos del río son muy peligross y hay pozas tan hondas que caben cuatro hombres puestos uno sobre los hombros de otro. O tal vez el motivo se debía a que hace un par de veranos había perdido allí unas alpargatas casi nuevas, lo que era poco menos que una tragedia para la menguada economía. Esa noche cuando llegó a casa ni los piés llenos de mataduras por haber vuelto descalzo sirvieron para ablandar a la abuela.
Los dos van todo lo aprisa que pueden, aunque " El cojo " resople porque su pata renca no le permite seguir a la par de su amigo. Bajan por Duque de la Victoria hasta la Fuente Dorada y de allí, casi corriendo ya porque oyen dar las medias en la torre de la Catedral, van por la Bajada de la Libertad hasta llegar al viejo Teatro Calderón. Bajo los soportales, la gente que espera ante las taquillas bulle de impaciencia porque ya tenían que estar abiertas pero está claro que a las taquilleras, conscientes de su poder, les gusta hacer sufrir a los que esperan.
"El cojo " y Alfonso esquivan la serpiente de gente que espera y entran en el teatro por una puerta lateral recibiendo un pescozón al pasar del Fernando, el portero que se ajusta la chaqueta morada con botones que parecen de oro. Llaman a la puerta trasera de la tabilla y la voz de la Amparito les deja pasar. Oronda, con la cara pintada como una mona, la taquillera está sentada en su taburete mientras saborea un carajillo. Les alarga un programa de mano a cada uno y se vuelve para abrir la ventanilla.
Los dos críos cruzan el vestíbulo del teatro, todavía sin iluminar y entran en el patio de butacas. El acomodador distribuye Ozonopino con abundancia para que la sala huela a limpio, para intentar tapar los olores a humedad y a tapicería resudada que flotan en el ambiente. Suben las escalerillas y se meten por detrás del telón que cubre todo el escenario. Allí están el señor Paco y su ayudante, los de las tramoyas, apurando el cigarrillo anbtes de que comience la sesión.
Se encienden las luces, un creciente murmullo de la gente que entra atropelladamente en la sala para ocupar cuanto antes su localidad, sobre todo en las partes altas, donde no están numeradas. Chillidos, propestas por la propiedad de un asiento seguidos del golpeteo rítmicos de las botas que golpean el suelo del " gallinero " reclamando que comience la función.



Se apagan las luces de la sala, se encienden otras difusas en los bordes del escenario y se descorre el viejo cortinón que oculta la pantalla. Ahora comienza el trabajo de " El cojo " y de Alfonso y gracias al cual pueden entrar gratis todos los domingos al cine. Entre los dos comienzan a tirar de las cuerdas que hacen bajar los cartelones de tela con la propaganda previa a la película.

" CHOCOLATES LA LLAVE DE EUDOSIO LOPEZ "

" LIBRERIA MIÑÓN "

Después, la sala queda a oscuras y comienza la magia del cine. " El cojo " no es mucho de pelís, así que se pierde por detrás de las tramoyas pero Alfonso come literalmente la pantalla viendo las imágenes de lado. Ese es el problema, desde donde puede ver el cine, todas las imágenes se ven sesgadas y a gran tamaño, los ojos le pican, pero da igual, la magia de las imágenes, del sonido es tan grande que se olvida de todo. Y hoy ponen " Mogambo ", si quisiera casi podría tocar con las manos el cuerpo de Ava Gardner o de Grace Kelly.
Esa noche, arrebujado bajo las sábanas Alfonso recrea toda la película mientras oye roncar a los abuelos desde la cama vecina y no puede olvidar el pecho de Ava Gardner, poderoso como la proa de un barco. Y se duerme soñando mil aventuras.
Por la mañana, cuando Alfonso ya está repartiendo los pedidos de la tienda de ultramarinos con las que puede traer cuatro perras a casa, la abuela al hacer la cama del nieto se encuentra una mancha amarillenta y endurecida en una de las sábanas. " Este jodido crío se nos va haciendo mayor " piensa mientras deja escapar una risita maliciosa.

2 comentarios:

pequeño dijo...

je je je con el jodido chico

El oso blandito dijo...

me encanta!!!!
Que bueno Carlos, que bueno!!!