miércoles, junio 01, 2011

Vida de Carlos Varela Prieto, cantor de tangos

En una tarde de adormecido aburrimiento encontré una página en Internet que llamó mi atencion. En su trabajo sobre " Viejas glorias olvidadas ", Doña Anisia Bernardina Rivadavia de Mendoza, catedrática emérita de Musicología Popular de la Universidad de Tucumán, trenzaba una serie de biografías que captaron mi atención, una de las cuales me atrevo a divulgar sin el consentimiento de la autora y esperando no incurrir en su ira sin un día se entera de mi atrevimiento.



Mariano Expósito Gandullas vino al mundo en una aldea vecina a San Clodio, cerca de Rivadavía, allá con el principio del siglo XX. De madre costura, la Mari Mare, y de padre no conocido aunque se barruntaba que tenía algo que ver con el cercano convento de los frailes. De sus primeros años no hay más datos que un apunte en el libro de la parroquia dando cuenta de su nacimiento, aunque por el paso de los años y los mordiscos de las ratas, poco es lo que se puede leer. Su escuela fue el monte donde cuidaba a las vacas de los vecinos, su comida la que sobraba de los pesebres del ganado o una taza de caldo que robaba en la cocina de los amos, su ropa los harapos que no servían ni para vestir los espantapájaros de las eras.
Y cuando creció un poco, no mucho en verdad porque la comida era escasa y los trabajos muchos, siguió el camino de tantos otros. Con mil penalidades llegó al puerto de Vigo y en consiguió pasaje en el " Princesa Mafalda " que se pagó con mil sudores ayudando a los fogoneros y durmiendo en una hamaca colgada junto a la entina del buque. En las dos semanas largas que duró el crucero apenas si vió la luz del sol y cuando el barco arribó a Mar de Plata bajo a tierra ciego por la luz y trastabilleando como un borrachito.
Durante los primeros días andubo dando tumbos, oliendo comida más que catrándola, con lo que su cuerpo parecía un saco de huesos que se entrechocaban entre sí cuando se movía. Encontró acomodo en un chamizo en las traseras del camposanto de La Chacarita y ayudado por otros galopines de su edad comenzó a buscar trabajo con el que sacar los cuatro pesos necesarios para sobrevivir. Hambre, fríos y roña fué lo que sacó en claro pero cada noche, cuando se enroscaba como una culebra para darse calor a sí mismo, se prometía que un día se vengaría de esta vida.
Cada día se acercaba al Mercado Central en busca de cualquier faena que apareciese, porque a nada le hacía ascos. Desde un día en que se dió cuenta de que la patrona de un boliche ante el cual pasaba se le quedaba mirando con fijeza, comenzó a frecuentar la calleja al ir y al volver del Mercado. La mujerona se sentaba a horcajadas sobre una caja de embalaje dando voces hacia el interior donde se afanaba el marido, mientras miraba con descaro a todos los hombres que pasaban ante el colmado, pasando y repasando las manos por las crenchas negras como alas de cuervo.
Un día Mariano se armó de valor y le mantuvo la mirada plantándose a dos pasos de ella como si esperase el paso del viento. La mujer, con una media sonrisa en su cara, le hizo una seña para que se acercase y le dijo que buscaba. " Trabajo busco, el que sea, nada me da miedo ". Esta le tentó los escuálidos brazos y tragándose la risa le dijo que de acuerdo, que sí parecía muy fuerte y volviéndose hacia dentro le gritó a su marido que le mandaba un ayudante, a ver si se ajustaba con él. Y antes de dejarlo entrar, poniéndole la mano en la barbilla, le preguntó el nombre " Carlos, me bautizaron " mintió él.




Y de este modo Carlos se enfundó un delantal gris que le llegaba a los piés y se amarró a una escoba que se convirtió en su tercer brazo. Barría el patío, espantaba las arañas que dormitaban en las vigas, acarreaba cajas y fardos de aquí para allá todo el día perseguido por las voces del patrón y las miradas de la patrona hasta que, ya noche cerrada, se dejaba caer en un camastro que había hecho con viejos sacos bajo el mostrador del boliche.
Una noche salió al patio porque no resistía las ganas de orinar. Se bajó los calzones y sacó el miembro que brillaba como un arco poderoso bajo la luz de la luna llena pero un gemido le sobresaltó y casí le cortó el chorro. En la puerta, la patrona se tapaba la boca para no dar un chillido. Después la nube blanca de su camisón se acercó a donde estaba el chaval y, agarrándolo del miembro, lo hizo entrar con ella en el local. Allí mismo, sobre los viejos sacos la patrona vió por vez primera la gloria y el rapaz sintió que se fundian sus huesos.
A partir de esa noche, en cuanto los ronquidos del marido atronaban desde lo alto de la escalera, Carlos aguzaba el oido para captar el roce de los piés de la patrona que bajaba sigilosa y así, noche tras noche, el marido roncaba arriba mientras la pareja, desde el suelo, se sentían subir a la gloria.
Entre el ajetreo de los días y el trajín de las noches el mozo se quedaba dormido de pié en cuanto tenía un segundo de respiro. Pero, a pesar de tanto esfuerzo, su cuerpo fué ganando en carnes gracias a los desvelos de la patrona que, a espaldas del marido, le guardaba los mejores bocados. Bufandas de seda, chaquetas de pana negra y hasta unos botines de tafilete escondía Carlos en su rincón. La mujer dejó el cajón de la entrada desde el que espiaba toda la calle y se pasaba las horas muertas buscando rozarse con él como al descuido.
Al cabo de un tiempo, Carlos dejó la escoba y el mandil, se enfundó un guardapolvos blanco y unos manguitos de hule verdes ascendiendo a encargado de la firma " Colmado Varela y Cía " , mientras otro zarrapastroso ocupaba su hueco y heredaba escoba y sacos para dormir. Alcoba en el principal vecina a la de los patrones, compartía con ellos mesa y mantel, aunque las sábanas las seguía compartiendo solo con ella.
Enredando y enredando, la mujer consiguió sus propósitos y un día salieron los tres del Juzgado con una resma de papeles llenos de sellos y firmas por las que el mozo, un hombretón ya, se convirtía en Carlos Varela Gandullas. Orgulloso, caminaba entre el matrimonio, mientras jugueteaba con la cadena del reloj que brilaba sobre sus pantalones.
Una vez todo seguro, Carlos Varela buscó nuevos rumbos sin abandonar el cómodo nido pero ahora, con la disculpa de que la patrona se había convertido en su madre, al menos en los papeles, comenzó a abandonarla por las noches buscando otros sitios donde recalar. Noches de risas y música, Carlos descubrió que tenía una buena voz y comenzó a cantar baladas y tangos con las que embobaba a las chicas, mientras la madre se retorcía las manos en su cama, ahogada por la rabia.
Pronto la música se covirtió en su vida, nada le gustaba más que juntarse con sus amigos y dejar pasar las horas en los boliches cantando y bebiendo, envueltos por el humo de los cigarros. Una noche su amigo Pancho le dijo que en " Radio Prieto " habían puesto un marcha un concurso para descubrir nuevas estrellas en el " Cine Varela " de la calle Varela 1136. Allí fueron y, tras muchas sesiones, " Carlos Varela y su trío " llegaron al segundo puesto, tras Rosita Quiroga.



La vida cambió por completo para Carlos y un tanto avergonzado de su segundo apellido cambio el Gandullas por el Prieto, agradecido a los dueños de la emisora donde había comenzado a triunfar. Y finalmente se convirtió en Carlos Varela Prieto, dejando en el olvido al pobre Mariano Expósito Gandullas de sus orígenes.
Corrían los años 30 y en España se había ido el rey por lo que se planteó volver a sus raices. El crucero de vuelta fué en primera y su camarote distaba de la sentina del viaje de ida como la Tierra de Marte. Pero en la vieja aldea no quedaba nada, salvo algún primo lejano que se quería hacer cercano con el afan de ordeñarle pesos. Por eso, tras hartarse de tristeza y de comer pan de millo con tocina y caldo de berzas en la aldea reemprendió la vuelta a Buenos Aires.
A su vuelta se encontró con la noticia más soñada. Carlos Gardel lo quería en su compañía y le proponían ir de gira con él a Colombia. El 24 de junio de 1935 volaron hacia Medellín, pero nunca llegaron a su destino.

1 comentario:

pequeño dijo...

ya era hora de que nos deleitases con tus relatos no sabia yo que hacer tantas noches sin mis relatos de oxansiorole.