Broma cruel

Esta historia era una de las preferidas de mi padre y más de una vez se la oí contar en las sobremesas de las comidas de familia, entre el humo de los " farias " y los vapores del aguardiente. Era en los primeros años de la Victoria, como decián los del bando ganador y mi padre por aquel entonces tenía plaza en un cuartel de Infantería. Entre sus compañeros había un capitán, antiguo mutilado de guerra, al que le gustaba gastar bromas crueles a los pobres soldaditos que se veían obligados a hacer el servicio militar.
Elegía siempre a alguno recién incorporado, cuanto más pinta de atontado tuviera, mejor y le pedía que le ayudase a quitarse las botas de montar. El sistema es sabido: él estiraba la pierna y el soldadito se montaba a horcajadas sobre ella dándole la espalda. El capitán encogía la otra pierna y dándole una patada fuerte en el culo, hacía que el soldaditos saliese despedido, trastabilleando con la bota en la mano.
Ahí estaba el truco. Estiraba la pierna, y mientras el soldado se montaba encima, el capitán soltaba las trabillas que sujetaban su pierna ortoédica al muñon y al dar impulso, el soldado salía disparado con bota y pierna a la vez. Al ver la confusión del pobre el capitán comenzaba a bramar " animal, animal, que me has arrancado la pierna " y cuando el recluta, confuso, intentaba justificarse el capitán se quitaba un ojo de cristal y lo echaba a rodar sobre la mesa y después, agarrándose la cabeza con las manos y girando el cuello como si pudiese desenroscarlo agregaba " pues espera que ahora me quito la cabeza " lo que provocaba la huida del soldado por el patio del cuartel perseguido por las crueles risotadas de su capitán.