jueves, noviembre 18, 2010

Once perros y algunos gatos. 2ª parte


EL TRES
La casa no era la misma sin perros, así que pronto cubrimos el hueco. Un día de invierno nos llamó nuestro amigo Antonio, un gallego habilidoso que tiene las mejores manos de arbañil que recuerdo, para decir que tenía un cachorro del que quería deshacerse porque daba mucha guerra. Fuimos a su casa que está pegada a los muros del convento de las Huelgas y aalí, en una caseta en la terraza, estaba un cachorro calado por la lluvia, mezcla de pastor alemán y de mastín.
Nos lo llevamos con nosotros y no gastamos mucho fósforo en bautizarlo. Comenzamos a llamarlo " Tres ", como es lógico, por ser un nombre corto. Como todo cachorro, era tremendamente juguetón y se llevaba perfectamente con alguno de los gatos que iban apareciendo por casa y que duraban poco, se ve que no teníamos buena mano para cuidarlo. El " Tres " fué creciendo en casa y le encantaba pasar las horas muertas tumbado delante de la chimenea durmiendo siestas con el gato acurrucado contra su tripa.
La noche que la gata parió en la cocina, el perro no perdía detalle y cada gatito que iba naciendo lo lamía con mucho esmero hasta dejarlo totalmente limpio ante la total tranquilidad de la madre. Como es lógico, en cuanto el perro comenzó a ventear que las perras de los alrededores estaban en celo, continuó la tradición de los anteriores y se fugaba unos días de casa, al cabo de los cuales volvía maltrecho y lleno de mataduras.


EL MOMO
Como estábamos acostumbrados a los perros en parejas y teníamos el ranchillo del coolie que habíamos perdido, pronto nos hicimos con otro perro de esta raza. Y como pensábamos que con él vendría más alegría a casa, le pusimos otro nombre corto. " Momo " en parte porque personificaba la alegría y la locura, en parte por la obra de Michael Ende que leí por aquellas fechas y que me gustó tanto.


El día que lo trajimos a casa, Alfonso se pasó toda la tarde haciendo un cercado en la galería tapando todos los huecos posibles para que el cachorro tenerlo controlado pero al minuto de haberlo encerrado, no sabemos por donde se coló y apareció dando brincos en la sala. Así que desmontamos los trastos y lo dejamos chospar libre por todas partes.
A pesar de ser los dos machos, ambos perros se llevaban perfectamente aunque el pequeño puteaba lo indecible al otro, pero el " Tres " se lo tomaba todo con filosofía. Cuando " Momo " creció, comenzaron las fugas en apreja como se ve que era tradición en nuestra casa. Pero estos siempre volvieron, al menos, mientras estuvieron juntos.

Un día el " Tres " amaneció mohino, no comía apenas y en cuestión de pocas horas se murió, sin darnos tiempo ni a llevarlo al veterinario. Nos pilló una llantina tremenda porque era la primera vez que la muerte entraba en casa. Cuando murió el perro, parece que el " Momo " lo venteó porque se puso a correr como un loco por el jardín y cada trecho se paraba para aullar al cielo como si fuese un coyote. En un principio pensamos en cavar una fosa en un rincón del jardín, pero como el perro era tan grande decidimos que era mejor incinerarlo. A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano y sacamos entre los dos el perro de casa envuelto en una colcha de cuadros escoceses. Al atravesar el jardín, cogimos un puñado de flores y las metimos dentro. El camino hasta el crematorio fue muy triste y lo hicimos los dos llorando como magdalenas. Nos dijeron que dejasemos el fardo en un rincón y nos fuimos para el trabajo. Al salir me fijé en una columna de humo gris que ascendía hacia el cielo y pensé que por ahí saldría volando el " Tres " en breve.

A raiz de entonces el otro perro enloqueció. Estaba todo el dia desazonado, dando vueltas y más vueltas por el jardín buscando el rastro del otro y dejó de obedecer a las órdenes que le dábamos, intentando escaparse de casa a la mínima ocasión, volviéndose incluso agresivo, cuando antes había sido tan alegre. Una tarde estaba tan tremendamente inquieto que lo sujetamos con una cadena de la que no paraba de dar tirones para liberarse. Recuerdo que era el día de San Juan y el cielo estaba plomizo pues había descargado una tormenta muy fuerte. Soltamos al perro y lo metimos dentro de casa para ver si se tranquilizaba pero, en un descuido, saltó por la ventana de nuestro dormitorio y desaparareció para no volver. La búsqueda fue vana, recorrimos todos los pueblos de los alrededores, fuimos a la perrera municipal pero " Momo " también se esfumó. Además había circo en la ciudad....


" LA GILDA "
Tras varios intentos de tener un gato en casa, nos agenciamos a la " Gilda " que pronto se convirtió en la reina del cotarro. Tuvimos tres o cuatro gatos antes que ella pero, o bien no pasaban de la fase de cachorro o desaparecían cuando estaban en celo. Pero esta llegó para quedarse y reinar. La compramos en una tienda de animales por la avenida del Cid y nos costó una montonera de dinero para aquellas épocas. Cinco mil pelas para un animalejo que abultaba poco más que una naranja, pero nos juraron que era de raza y que estaba vacunada y desparasitada. Una gata siamesa que, al fijarme, me dejó un poco sorprendido pues me parecía tener todo el pelo cubierto de lunares. Se lo dije a Alfonso y la metimos en la pileta de la cocina para darle un baño. Si, si, lunares......tenía piojos a cientos que flotaban en el agua.
Pronto se vió quien mandaba. Los perros correteaban tras ella pero, aún siendo un cachorrillo, se plantaba en seco ante ellos y les hacía frente y si se veía acorralada, se refugiaba tras la puerta de la cocina o en lo alto del equipo de música y allí, a pesar de tenerla a su alcance, los perros la dejaban en paz. Como cuando uno juega al escondite y se salva diciendo " casa ".
Como gato que se precie se acostumbró a disfrutar del mejor lugar de la casa y tenía la costumbre de dormir la siesta sobre nuestra tripa o acurrucada en el hueco de la clavícula.
La " Gilda " fué el único animal que murió de viejo en casa. Se dejó consumir poco a poco sin dar guerra y los últimos días se apagó como una vela, negándose a comer y rechazando el agua. En un principio intentamos alimentarla con una jeringuilla hasta que tiramos la toalla y pensamos que lo mejor era dejarla en paz. Estaba acartonada, solo piel y huesos pero a pesar de todo iba a rastras en busca de la bandeja con arena para hacer sus necesidades. La encontramos muerta una mañana sobre su sitio preferido donde siempre se colocaba en busca de calor, un video Beta.
Cuando murió la envolvimos en una bolsa de terciopelo rojo, la metimos en una cajita de madera y cavamos una fosa al pié del acebo que estaba en el jardín, frente a la ventana de la cocina. Así, mientras picábamos cebollas para preparar algún guiso, podíamos mirar donde estaba y así, disimular las lágrimas

1 comentario:

Anónimo dijo...

lo vuestro eran los circos que memoria tampoco me acordaba del momo