lunes, octubre 04, 2010

Fisterra


Acabo de regresar de Galicia donde, con la disculpa de unas vacaciones en las que enseñar mi tierra a dos inmensos amigos, hice un viaje al pasado buscando rastros inencontrables de sitios por lo que había correteado de pequeño. De todo lo vivido estos días, lo que me ha producido un choque mayor voy a intentar contártelo ahora.
Ibamos camino de Muros, en la margen derecha de la ría de Arousa. En aquella zona las carreteras tienen una pendientes muy marcadas, como si los montes quisiesen precipitarse hacia las aguas de las rías. De pronto vimos ante nosotros una bicicleta un tanto extraña. Al rebasarla, la sorpresa fue mayúscula al ver que sujeto al manillar de la máquina iba una silla de ruedas en la que viajaba una viejecita. Pasamos la tarde dando vueltas por las calles de Muros con sus arcadas de granito que le dan aspecto de ciudad pirata y de allí cruzamos a la otra margen de la ría para visitar Noia, ciudad en la que cuentan que desembarcó Noé después del diluvio universal y en cuyas proximidades está enterrada el arca, tal vez bajo una de las carreteras por las que habíamos transitado. En Noia hay dos iglesias que son autenticas joyas. Santa Maria A Nova, situada en medio de un cementerio contra cuyas tapias se acumulan cientos de lapidas mediavales y San Martiño que tiene aspecto de fortaleza y desde cuya torre se precipitó al vacío Guerín, un director de cine de los 70 que andaba por aquella zona buscando exteriores para rodar una película. Rematamos la jornada viendo la puesta de sol en la playa de la Lanzada, pero me niego a poner todos los adejetivos maravillosos que se me ocurren para no aburrirte. Simplemente, recomendarte que vayas un día y disfrutes.
Bueno. Sigamos. El final de la etapa del día siguiente era el faro de Fisterra, en donde habíamos proyectado pernoctar con idea de disfrutar de la puesta de sol y del amanecer del día siguiente. Al salir del pueblo y enfilar la carretera que serpentea cuesta arriba hasta el faro, volvimos a toparnos con la pareja del día anterior. Mientras el de atrás pedaleaba con denuedo, la otra persona contemplaba el paisaje. LLegamos al hotel y después de dejar las maletas bajamos al faro pues se echaba encima la hora de la puesta de sol.



En ese momento hicieron su aparición la pareja de la bicicleta. El que pedaleaba es un hombre de unos sesenta años largos, menudo y de aspecto fibrado. Ayudó a levantar de la silla a la mujer, una abuelita regordeta de mirada risueña, que parecía el hada azul de la película de Disney " La bella durmiente ". Se enderezó penosamente y comenzaron los dos a caminar hacia el roquedal que desde el faro se precipita hacia el mar. El hombre era agil somo un saltamontes y la mujer caminaba torpemente apoyada en su hombro.
Llenos de curisosidad preguntamos al hombre de donde venían. Habían hecho el Camino desder el norte de Francía. Llevaban unos dos mil kilómetros recorridos, siempre sobre su artilugio y el viaje duraba unos dos meses pero se estaban planteando repetirlo. Se despidieron de nosotros con delicadeza.
Parecía que solo existían el uno para el otro. El hombre se quitó la chaqueta y la puso sobre una roca donde acomodó a la mujer. Después le quitó cuidadosamente el casco, atusandole los rizos que salían bajo el casquete de hilo que llevaba debajo. Se sentó a su lado y con las manos entrelazadas, juntos contemplaron un rato la inmensidad del mar que estaba a nuestros pies, mientras las aguas se bañaban de color dorado.
Se miraron a los ojos y comenzaron a besarse despacio, muy despacio y muy seguido, mientras la cara de la mujer iluminada por la luz rosada del atardecer se llenaba de una sonrisa plácida y pícara a la vez.
Por pudor nos retiramos de allí para ver la puesta de sol desde otro rincón. Que cada uno saque sus conclusiones, pero si esto no es un ejemplo de amor y de superación ya no sé que decir. Muchas pedaladas, mucho amor en esos dos mil kilómetros hechos hasta llegar a Fisterra. Pero está claro que como nos dijo un abuelo que caminaba con la pata a rastras por haber sufrido poco antes una trombosis, con el que coincidimos haciendo el Camino en el año 2000, que él no pensaba morirse en la cama.

1 comentario:

Anónimo dijo...

verdaderamente escalofriante y tierna a la vez el relato quien pudiera haber estado alli paara verlo si señor eso es amor y espiritu de superacion lo demas una puta mierda