domingo, mayo 23, 2010

La cuadricula


Desde hace unos días algo altera la rutina del hombre gris. En un tramo de su camino hacia el trabajo, han empezado unas obras que tienen todo el aspecto de que van a eternizarse. El coche avanza a trompicones entre baches y charcos, las máquinas entorpecen todo y ya ha llegado dos mañanas tarde al trabajo, a él que la puntualidad le parece la más primordial de las exigencias humanas.
Claro que la alternativa de cambiar su camino es algo que lo altera sobremanera. Al hombre de gris le gusta la puntalidad, el orden y la meticulosidad en sus tareas, el control de sus sentimientos y de sus palabras, la ausencia de imprevistos en sus quehaceres diarios. Todo aquello que no pueda controlar de inmediato hace que sus nervios se disparen en todas las direcciones y que un malestar se asiente en su pecho, aplastándolo con su peso.

El hombre de gris ahora procura salir de casa cinco minutos antes para no volver a llegar tarde al trabajo ningún día más. En lugar de circunvalarlo, ha de atravesar el pueblo y los semáforos parecen seguir una anárquica organizacion, las personas paran el coche cuando les parece y se ponen a hablar con algún amigo que vas por la acera o con el ocupante de otro coche que va en dirección contraria. Los adolescentes en grupos de dos o tres caminan con desgana hacia el instituto, con la vaga esperanza de que algún cataclismo provoque el cierre de las aulas y cuanto más cerca están de su destino, más plomo parece que lastre sus deportivas.
A los pocos días, el hombre de gris se ha adaptado a su nueva rutina. Llega al pueblo, enfila la calle principal, espera los semáforos, observa a los mismos grupos casi siempre a la misma altura de la calle. Pero algo llama su atención. Bueno, alguien en quien no se ha había fijado hasta ahora. Al avanzar con el coche observa por detrás unas piernas largas que se mueven con elasticidad y que terminan en una faldita tableada escocesa, una mochila naranja más arriba y una melena pelirroja que parece una llamarada. La sobrepasa y ve el esbozo de un flequillo que corona una sonrisa y que desaparece rápidamente. El hombre de gris vuelve la cabeza hacia su espejo retrovisor y ve como la aparición se esfuma tras él. Vuelve la mirada al frente y da un volantazo porque está a punto de pillar a una mujer que cruza el paso de cebra arrastrando el carrito de la compra. El eco de los insultos se cuela dentro del coche.
A la mañana siguiente el hombre de gris intenta repetir el mismo horario punto por punto y cuando se acerca al lugar donde vió ayer a la adolescente aminora la marcha, pero allí la calle es muy estrecha y no puede detenerse a contemplarla como quisiera porque el coche que va detrás le da una ráfaga de luz. Ve como se pierde su imagen por el espejo retrovisor y un poco más adelante gira a la derecha por una calle lateral, vuelve a girar y sale de nuevo a la calle por donde se acerca la joven. El hombre de gris, venciendo su escrúpulo de hacer algo fuera de la norma, se estaciona sobre un paso de cebra, detiene su coche y espera que se. Vuelve su cara intentanto adoptar un aire distraido y ve como la chica se acerca, pasa a su lado y contempla como su melena roja parece haberse encendido al caer sobre ella un rayo de sol que se cuela entre dos casas.
El hombre de gris arranca su coche y poco más allá vuelve a repetir el giro a la derecha en redondo hasta regresar a la misma calle. Se estaciona justo frente a la entrada del instituto y espera que se acerque, ahora riendo en medio de dos adolescentes que parecen se han unido a ella en el camino. Se cierra la verja del colegio, el hombre de gris mira el reloj del salpicadero y suelta una maldición porque hoy también llegará tarde a su trabajo.
Y llegará máñana y al otro día, porque no puede evitar cada día seguir el rastro de la adolescente hasta que se cierra la puerta del instituto. Se siente como preso dentro de su coche, las manos aferradas al volante, apretándolo con tanta fuerza que los nudillos se vuelven blancos, sin sangre y en su interior siente como si un hormiguero anidase en sus entrañas.
Una mañana el hombre de gris nota que la joven se ha dado cuenta de su presencia. Cuando se está acercando a ella, la chica vuelve el rostro hacia atrás, clava su mirada en el coche y lo sigue mirando a medida que pasa a su lado. El hombre de gris hace la misma maniobra de cada día, gira a la derecha, vuelve a girar y sale a la calle otra vez y cuando la chica pasa a su lado, esta le hace un gesto de saludo desvaido con la mano izquierda. Ese día el hombre de gris sale huyendo y no va a esperarla a la puerta del instituto. Cuando llega a su trabajo no consigue centrarse y toda la jornada se interpone el recuerdo de la melerna roja entre él y la pantalla del ordenador.
El hombre de gris vuelve a recorrer el viejo camino, a pesar de los socavones y las molestias en un vano afán de olvidar a la joven. Al cabo de una semana, el recuerdo de esta es tan vivo, tan agobiante, que se adentra en el pueblo esperando verla otra vez. Avanza lentamente y ve su figura, sus piernas esbeltas, su falda tableda, su melena. Cuando casi está a su altura, la joven deja caer algo al suelo y se agacha sin doblar sus piernas. El hombre de gris se siente desfallecer a la vista de una nube de algodón blanco y quisiera detener el coche, pero el bocinazo del que va detrás lo hace reaccionar. Al sobrepasar a la chica, todavía agachada, esta le envía una sonrisa pícara.
Cuando llega a su trabajo el hombre de gris es incapaz de hacer nada, a su secretaria le dice que tiene una jaqueca impresionante y que no quiere que nadie le moleste. Encerrado en su despacho, entre él y su ordenador se interpone el brochazo rojo de la melena y la cuchillada blanca de las bragas de algodón de la joven.
El lunes siguiente, después del infierno del fin de semana, el hombre de gris sigue los mismos pasos de cada día y emprende el camino del trabajo. Pero la joven no está. Sigue hasta la puerta del instituto y ve que las puertas están cerradas. ¡ mierda ¡, recuerda que anoche comentó su hija mayor que ya tenían vacaciones.

FINAL
El hombre de gris gris sale de casa como cada mañana, deja la bolsa con el ordenador portatil en el asiento posterior y se mete en su coche. Enciende el motor y pone la marcha atrás, pone las luces cortas, se cala las gafas de sol, enciende la radio y abre el portón de casa con el mando a distancia........

OTRO FINAL
El hombre de gris llena el coche de trastos hasta arriba, maldice pensando en la cantidad de equipaje que hay que manejar para irse unos días a la playa con su familia pero decide hacer lo que mejor se le da, callarse. El hombre de gris ayuda a su mujer a acomodar todo en el apartamento de la playa y a media tarde dice que sale a tomar el fresco y despejarse, mientras deja a su mujer enzarzada en la eterna bronca con sus hijas
El hombre de gris, ahora con polo Lacoste y pantalones de algodón blanco, pasea distraidamente por el malecón de la playa. Un fogonazo, una llamarada de pelo rojo capta su atención y se queda absorto mirando. La joven gira la cabeza, se da cuenta de que es observada y hace un gesto amistoso en dirección del hombre gris. Este salta la barandilla y avanza por la playa, sin miedo a llenar sus impolutos mocasines de arena.

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