El pozo del Moro

Hay dos cosas no pude soportar Estrella. Una es el aullido lastimero de un perro a media noche y otra el recuerdo de la mano de su padre apretando firmemente la suya. A pesar de haber pasado tantos años de vez en cuando se despierta con angustia cuando la luz del día comienza a colarse por las rendijas de la persiana de su dormitorio. Y recuerda un vez más.
Estrella se ve como una niña menuda de unos cinco o seis años, con un vestidito de percal que le hizo la abuela Custodia, con sus piernecitas como palillos calzando alpargatas, dos trencitas tiesas y delgadas como colas de rata, que escucha temblando tras la puerta entreabierta de la alcoba de sus padres las voces vinosas que lanza su padre y las respuestas ácidas de su madre. Ahí escuchó por primera vez palabras como puta y cabrón o calzonazos seguida del trallazo de un bofetón y los gemidos de rabia de su madre. Esta broncas son cada vez más frecuentes hasta que desaparecen bruscamente tras la ausencia de la madre.
" No sé cuando volverá de Lorca, la enfermedad de su hermana va para largo y no tiene otra persona que pueda cuidarla " responde su padre a las preguntas curiosas de las vecinas en voz alta, mientras rezonga por lo bajo contra esas zorras entrometidas que todo quieren saberlo. Y Estrella escucha todo en silencio. La abuela Custodia viene todos los días por la mañánita temprano, la saca de la cama y después de lavarle y hacerle las trenzas, le prepara el desayuno y la encamina a la escuela.
Y todas las tardes, cuando su padre regresa de las tierras, coge a Estrella con fuerza de la mano y la lleva casi en volandas por el camino que serpentea por el monte hacia el pozo del Moro, a donde lleva casi sin aliento. Y una vez allí su padre busca la piedra más grande que pueda encontrar y la lanza con rabia por la boca del pozo al tiempo que anime a que Estrella tire dentro un canto para matar al perro rabioso que está en el fondo. La niña se agacha, busca una piedrecita y la echa por el hueco también, mientras dos gruesos lagrimones surcan la cara curtida del padre.
Un día, al volver de la escuela, Estrella encuentra a todas las comadres de su barrio alborotadas y en cuanto la ven aaprecer, se echan en tromba sobre ellas, disputándoselas una a la otra alternando frases de compasión con otras de rabia contra el mal esposo. Y una de ellas, más víbora que las demás, cuenta que en el fondo del pozo encontraron los restos de la madre, que lo del viaje a Lorca lo contaba el padre para encubrirse.
La abuela Custodia irrumpe en medio del coro de las brujas y arranca a Estrella de sus manos. La coge en sus brazos y baja la cuesta corriendo hasta su casa. Desde ese día nadie volvió a entrar en la casa y cada quincena la abuela preparaba un cesto con comida y picadura de tabaco desapareciendo durante unas horas. A la vuelta quería dar noticias del padre o entregarle algún muñeco de trapo que había hecho para ella en el penal, pero Estrella en cuanto la abuela se daba la vuelta, lo echaba al fogón y se lavaba las manos frotándoselas fuerte con el estropajo del fregadero.
Pasaron los años y Estrella se hizo mujer pero jamás consistió que un mozo la rondase y menos que intentara abrazarla o tomarla de la mano. Un día la abuela dijo, entre alegre y temerosa que el padre iba a salir del penal porque ya había cumplido la pena y que se iba a vivir con otra mujer.
Estrella nunca más quiso verlo, ni fué a la boda ni quiso conocer a sus dos medio hermanos que nacieron después. El día en que la abuela entró en casa llorando porque su padre había muerto en la cantera aplastado bajo una roca de granito que habían volado con dinamita, cogió a esta de la mano y fueron las dos hasta la cantera y cuando pudo contemplar a su padre desangrado, Estrella soltó tal alarido que enmudecieron todos los pájaros del contorno.
Por eso, Estrella no soporta el aullido lastimero de un perro o la presión de la mano de un hombre sobre la suya.