domingo, mayo 16, 2010

Me gusta como escribe Millás


Maldita prostata, ahora no hay noche que no me tenga que levantar a mear por lo menos en dos ocasiones, piensa Carlos mientras busca a tientas las zapatillas que coloca cuando se acuesta a un lado de la cama. Al calzar una de ellas, da un respingo porque ha sentido como si otra piel rozase la suya.
Se levanta a oscuras y camina casi dormido a lo largo del pasillo, pero conoce bien cada palmo del mismo y no necesita dar la luz. Entra en el cuarto de baño y avanza hacia el retrete, la estancia iluminada por la luz difusa de la farola del jardín. Se dispone a sentarse con prevención ante el contacto con el frío de la porcelana, pero le sorprende gratamente sentir que está caliente y eso que todavía las noches son frías. Se gira en busca de papel para limpiarse pero el rollo parece haberse terminado.
Camina como un pato, con los pantalones del pijama a medio subir y avanza en busca del interruptor de la luz que está a la derecha de la puerta y vuelve a sentir el roce de una piel, como si otra mano se interpusiese entre la suya y la pared. Se sobresalta de nuevo pero piensa que no ha logrado despertarse del todo, que las cenas tan pesadas como las de anoche traen estas consecuencias.
Busca un rollo de papel, se limpia y tira de la cadena. Después rebusca en el armario de los medicamentos y encuentra un sobre de un antiácido. Lo rasga, bebe su contenido y se agacha para tomar un robo de agua del grifo.
Apaga la luz del cuarto de baño y regresa a oscuras a su dormitorio. Cuando entra cree oir gemidos y un aroma a tabaco rubio hace que aspire con sorpresa, porque ni Aurora ni él han fumado jamás. Vuelve a dejar las zapatillas y se mete en la cama. Se cubre con el edredón y busca de nuevo el sueño, pero el sommier parece agitarse y del lado de su mujer llegan suspiros felices.
Carlos vuelve a pensar que mañana solo cenará fruta para evitarse esas pesadillas. Se duerme profundamente hasta que el despestador suena sin misericordia como cada día a las siete. Lo para, enciende la luz de la mesilla y se gira hacia Aurora que todavía suerme con una sonrisa inmensamente feliz en su rostro.
Se sienta en el borde de la cama, busca con el pie la zapatilla pero pisa algo raro. Se agacha y grande es su sorpresa cuando recoge del suelo una colilla apagada. Pero si no fumamos, vuelve a pensar.....

1 comentario:

Anónimo dijo...

a sorpresas te da la vid pobre diablo