viernes, enero 15, 2010

La pobre Purrela


Cada vez que pasábamos con el coche por el kilómetro 119 de la nacional I nuestro amigo Félix siempre dedica un recuerdo a la pobre Purrela. Como él dice, una muestra más del realismo mágico de su pueblo. La pobre Purrela, que antes del accidente era la Purrela a secas, vivía en la parte alta del pueblo, allá por el rincón donde el tío Cachivas guardaba las cabras, en una casa destartalada con las paredes de adobe medio vencidas por los años y la humedad. Aunque, para hacer honor a la verdad, la Purrela más que vivir dormía, pues se pasaba la vida dormitando, o como dice mi amigo, " abichada " tal como las serpientes en invierno. Si hacía bueno, se sentaba en una silla baja de enea a la puerta de casa y de inmediato empezaba a cabecear de arriba a abajo como si saludase al polvo del camino. Y si hacía malo, cuando las vecinas pasaban ante la ventana de la cocina siguiendo las campanadas que llamaban al rosario, la veían en la misma postura cerca del fogón, para no pasar frío.
La única compañía que tenía era un gato tan viejo y tan somnoliento como ella, que saltaba a su regazo en cuanto la veía acomodarse, para dormirse de inmediato mecido por los moviemientos acompasados de la Purrela. Sus hijas hace tiempo que se habían ido a trabajar en Madrid y no querían saber nada del pueblo y, según decían las malas lenguas, que eran muchas más de lo deseable, tampoco de la madre, porque era poco presentable.
Pero un día las vecinas que bajaban hacia el horno, se quedaron sorprendidas al ver vacía la silla de enea. Más por curiosidad que con ánimo de ayuda, metieron la cabeza por la puerta para ver si la Purriela necesitaba algo. La sorpresa fue mayor cuando la vieron canturreando y metiendo unas morcillas en el capazo. Su hija mayor había mandado una carta en la que le pedía que fuese a pasar una temporada con ella porque andaba mal de la matriz y necesitaba reposo. Así que había encomendado la gata a una vecina y se estaba preparando para coger el coche de línea. Vestida con el vestido negro de las fiestas y los funerales, el pelo chorerrando gomina y con unas gotas de " Maderas de Oriente " detrás de las orejas, se sentía feliz como una niña en mañana de Reyes.
Cerró la puerta con la enorme llave de hierro, una puerta que jamás había estado cerrado antes de ahora y bajó despacito la cuesta con tiempo suficiente para no perder el autobús. Era la primera vez que salía de casa desde que había nacido y la emoción de ver mundo le provocaba un remusguillo de nerviosismo en el pecho, justo detrás de donde llevaba colgada la saqueta del dinero.
Se apoyó en el murete de la carretera donde paraba el coche para hacer tiempo hasta que llegase. Como era habitual en ella, pronto se quedó traspuesta pero el ruido asmático del autobús al detenerse cerca de ella, la sobresaltó. Subío con esfuerzo al vehículo, menos mal que el conductor la ayudó con los fardos y después de forcejear con el cordón de la saqueta, consiguió sacar los dos duros del billete. Se sentó al lado de la vantanilla, feliz de ver mundo por primera vez en su vida.
Pero en cuanto el coche se movió unos metros quedó sumida en su letargo habitual y no vió ni campos, ni pueblos por los que pasaban.
Hasta que en maldito km 119, no se sabe bien por que, el coche salió de la calzada y fue a dar contra un poste del teléfono, justo donde la Purrela, ahora sí que ya convertida en la Pobre Purrela, pasó del sueño pasajero al eterno sin enterarse de nada. Y como decía el bueno del conductor, lamentándose ante la pareja de civiles que se personaron para levantar acta del suceso, era la primera vez en 30 años que había tenido un accidente. Para una vez que la pobre Purrela había salido a ver mundo.....

1 comentario:

Anónimo dijo...

eso es tener mala suerte coñoi