sábado, diciembre 19, 2009

CUENTO NAVIDEÑO PARA LOS QUE NO QUIEREN LA NAVIDAD


Kabu siempre fue un camello rarito. Cuando era pequeño tenía un enorme apego a mamá camella pues la seguía a todas partes y cuando todos los demás animales de su edad comenzaban a jugar entre si compitiendo por ver cual de ellos llegaba antes a la segunda palmera del estanque, Kabuki prefería quedarse sentado entre las mamás camellas oyendo como rumiaban sus quejas sobre los sucios que los hombres tenían los establos o de lo que costaba conseguir forraje para toda la familia.
A medida que iba creciendo Kabu se sentía cada vez más fuera de la manada y cuando por la noche acampaba la caravana entre las dunas del desierto o se apelotonaban hombres y animales en algún caravasar de la Anatolia, se embobaba oyendo a algún caminante contar las historias de hadas y genios al amor del fuego mientras en resto de los camellos roncaban tan felices, agotados del esfuerzo de la jornada.
En pocos años Kabu creció fuerte y esbelto, su energía se hizo famoso entre los pastores de la caravana, que golpeaban con admiración la musculatura de sus patas, lo que llenaba de secreto orgullo el corazón del camello. Aunque él, de lo que se sentía más orgulloso era de sus ojos enormes y de las descomunales pestañas que veía cuando abrevaba en los lagos de los oasis. Por eso cuando en las noches de luna llena se tumbaba a descansar sobre las frías arenas del desierto, clavaba su mirada en las estrellas pensando en que en este mundo habría algo mejor que trajinar mercancías de acá para allá.
Un día que la caravana descansaba en las afueras de Esmirna, Kabu se fijó en la comitiva que rodeaba a un hombre de tez intensamente oscura. Era la primera vez que veía a alguine así y se sintió sorprendido, abanicando con fuerza sus pestañas pensando en que la luz del sol hacía que viese mal. No, nada de errores. Era muy oscuro pero olía a la fragancia de rosas de Alejandría y estaba cubierto de sedas doradas, muy distinto de los apestosos caravaneros con los que había convivido siempre. Cuando vió que uno de los pajes de ese hombre abría una bolsa y depositaba unas monedas en la mano de su caravanero, Kabu sintió que su corazón saltaba de alegría pues se dió cuenta de que ese hombre iba a ser su nuevo amo.
A partir de ese momento, cambió la vida de Kabu. En lugar de andar vagando con pesadas cargas sobre sus lomos, pasó a ocupar un establo en la casa de su señor Balthasar donde todas las mañanas un par de pajes ponían forraje fresco ante él y lo limpiaban con esmero. Al atardecer, cuando amainaba la fuerza del sol, daba unos paseos por los campos para seguir en forma.
Un día de otoño vió que había un gran revuelo en la casa, los pajes corrían de un lado a otro y en el atrio se iban amontonado más y más fardos. El mayordomo de Balthasar organizaba todo y al amanecer del día siguiente se puso en marcha la comitiva. Kabu no cabía en sí de orgullo cuando comprobó que llevaba a su señor sobre los lomos.
Lentamente la caravana cruzaba toda la Anatolia y por las noches, cuando todos reposaban, Kabu veía a su señor mirar el cielo a través de unos raros aparatos, llenando de garabatos un pergamino. Al amanecer emprendían de nuevo la ruta hasta que un día llegaron a un oasis a los piés del monte Ararat. Balthasar mandó acampar allí y dijo que tenían que esperar la llegada de nuevas gentes.
Al cabo de unos días de espera vieron una enorme nube de humo procedente del sur y poco después otra igual procedente del oeste. De entre la gente que llegó de uno y otro lado, pronto destacaron dos personajes que se acercaron a la puerta de la tienda donde Balthasar esperaba para acogerlos. Uno era rubio como la cebada en sazón y el otro tenía el pelo del color de las nieves que cubrían la cima de la montaña que los protegía. Se fundieron los tres en un gran abrazo y penetraron en la tienda.
Esa noche apareció sobre todos ellos una nueva estrella que parecía bailar de impaciencia en el cielo. Los tres señores salieron a la entrada de la tienda y haciendo grandes aspavientos señalaban al cielo. A pesar de estar en plena noche, dando palmadas y voces, pusieron a toda la gente en marcha y en un par de horas, la comitiva inició camino hacia el norte. La estrella iba y venía en el cielo y parecía que quería arrastrarlos hacia delante, sin titubear en el camino a seguir.
En los descansos de las etapas Kabu buscaba con disimulo la cercanía del camello del señor Gaspar, mientras hacía ojos ciegos al abaniqueo de pestañas de la camella del señor Melchor y cuando reemprendían la marcha, Kabu daba un trotecillo ligero para ponerse tras las ancas del camello de Gaspar y admirar como tensaba los muslos de sus patas con el esfuerzo del camino.
Al cabo de muchas etapas llegaron a un punto de Palestina y la estrella se quedó paralizada en un punto concreto, en las afueras de una aldea llamada Belén. La estrella ya no se movía pero ahora lucía con una intensidad cien veces mayor. Se apearon los señores de sus monturas y rodeados de sus pajes cargados de regalos entraron en una cueva. Kabu curioseó por encima de los hombros de las personas y vió que sobre pajas había un niño con el pelo del color de las naranjas doradas que berreaba como un poseso y a su lado un hombre de aspecto tosco y una mujer con los bigotes de una campesina kurda. " No llores tanto, Brian, que se asustan estos señores " dijo la madre. " Pero no se llama Jesús " preguntó con un hilo de voz Melchor. " No, ese tal Jesús está en la cueva que está al final del barranco ".
Aspavientos de sorpresa y gran revuelo de ropas, mientras los señores se levantan y mandan recoger todos los regalos.
Aprovechando la confusión, Kabu se acercó al camello de Gaspar, le dijo algo al oido y notó que este daba un respingo de sorpresa, soltando una risita. Dijo que sí con la cabeza y mientras todos los demás se acercaban a la nueva cueva, Kabu y su amigo se alejaron primero con sigilo y luego al trote, dejando atrás a la comitiva enfilando los dos camellos el camino de Samarkanda.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

perdon por la cunfusion pero como todo lo que escribes has vueltpo a dar en el clavo bribon

cal_2 dijo...

mierda, pequeño¡¡¡ crei que ya no volverias a decir nada....mil estrellas para ti

Anónimo dijo...

no me habia fijado yo en la vista que tenian los camellos de esde esa maravillosa terraza

Tony dijo...

Buenisimo! Enhorabuena!!

redondeado dijo...

"...Se fundieron los tres en un gran abrazo y penetraron en la tienda".

Te ha quedado una historia muy erótica. Tiene de todo, hombres de aspecto tosco, mujeres con los bigotes de una campesina kurda... Pero para que fuera perfecta del todo, sólo ha faltado que el camello fuera camellosexual. A ver si para la siguiente estamos más atentos ¿eh?