lunes, noviembre 02, 2009

JUANA LAPOLLA


No se sabe bien si a Juana Lapolla el nombre le vino de su afición a probar cuantas más, mejor o de si porque cuando ya estaba harta de ellas se casó con Pepe Elpollo, aunque para cuando se juntaron este más bien parecía un gallo desplumado. Y aunque el tuvo, retuvo no era su caso pues si de joven fué un hombre fachendoso que cimbreaba su cuerpo por entre los surcos de las viñas haciendo que todas las mujeres se embobaran con el meneo de sus caderas, ahora no hacía ni que se apartasen las cabras con las que se cruzaba al volver de cultivar las tierras.
Juana Lapolla es hermana de Petra Lamorrones y a esta si se sabe que el mote le viene de su afición al vino, tinto si es posible aunque, en caso de apuro, no le hace ascos ni al de misa. Sus mejillas son como dos pimientos reventones y por el enramado de venillas que las cruzan parece circular vino en lugar de sangre. Juana Lapolla y Petra Lagamba son las más peequeñas de una recua de hermanos pero como estos se dedicaron a vivir honradamente no cargan más mote que el de ser los de hijos de Lapreñada y Eltranca, obviamente así llamados porque la primera no conoció otro estado en la vida que estar con la tripa palante y el segundo por el instrumento con el que se encargaba de llenarla.
De joven, Juana siempre pensó que era una florecilla que había nacido entre peñascales y que su alma rebosaba de inquietudes artísticas. Por eso todos los años, cuando llegaban las fiestas de la Virgen del Romero, se esmeraba buscando rimas con cielo, estrella y señora para enjaretar una sarta de versos infumables con los que perseguía al presidente de la comisión de fiestas con ánimo de ver su nombre impreso en el programa de festejos entre las loas a la uva y los panegíricos a las bellezas locales, muchas de ellas con un bigote más frondodo que el del cabo de la guardia civil, el señor Remigio.
Fracasada en el mundo de la poesía, busco refugio en el del canto y se presentó sin desmayo cada vez que el alguacil pregonaba que había concurso de nuevas voces. De nada valieron gárgaras con miel, clara de huevo batidas e infusión de salvia, remedio infalible como todo el mundo sabe para afinar las voces más disarmónicas. Pero ahí tampoco consiguió nada y cada vez que abría la boca para entonar el himno a la Virgen, a don Cándido el maestro de coro se le desbarataban los cuatro ricitos que, teñidos con agua de manzanilla, ordenaba cada mañana tras ardua tarea ante el espejo y le decía con sus mejores melindres que lo sentía pero que de su tesitura de voz no había ninguna vacante en el coro.
Despechada por sus fracasos en el mundo de la poesia y del canto, pensó que en la interpretación instrumental podía tener su hueco y agarrró con tanta afición las flautas de los mozos, que pronto fue una experte y nadie sabía soplar los ionstrumentos con más gracía que ellas, sacando de cada un o los más dispares gemidos, bien en la ribera del arroyo o en los taludes de las viñas.
Pero los años hicieron mella en Juana Lapolla y su boca fue perdiendo pieza a pieza con lo que su capacidad de hacer sonar las flautas del mocerío fue mermando de un modo alarmante, lo que le obligó a pasar de los pollos tomateros a los gallos viejos del corral y en una de estas se quedó no se sabe si prendida o prendada de Pepe Elpollo y decidieron unir sus maltrechas vidas.
Y ya veremos que andanzas se me ocurren de esta cuadrilla

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ya era hora de poder disfrutar de tus relatos

cal_2 dijo...

pues a ver si me dais ideas....

Anónimo dijo...

ahy te va una dischas y desdichas de una operada fuera de su pueblo je je je

cal_2 dijo...

hermano pequeño, lo de la operada no es para contarlo.....eso hay que vivirlo:)