domingo, septiembre 06, 2009

En la playa de Vera


I. El pasado fin de semana estuvimos en la playa de Vera, en Almería. Nos acogieron unos amigos del alma en el apartamento que han alquilado sus padres disfrutar de estas tierras y poder huir en los próximos meses de las nieblas de Castilla. La casa está estratégicamente situada en medio de un complejo nudista a dos pasos de la orilla del mar y a otros dos de un local maravilloso, " Paso-doble " un garito en el buen sentido de la palabra llevado por personas que anteponen el afecto al negocio, donde los mojitos no los sirven en copa, sino en cordialidad. De entre todos los buenos momentos disfrutados con ellos hay uno de esos instantes mágicos que sé que se van a quedar grabados en mi memoria. Hacia la medianoche del sábado bajé un rato solo a la playa. Una inmensa luna de plata iluminaba las siluetas de las sombrillas y de las tumbonas abandonadas a la orilla de la playa y las luces ténues que llevaban los pescadores para fijar sus cañas en la arena eran la única compañía. Me senté sobre la arena húmeda de la playa y fijé la mirada en la estela de plata que dejaba la luna sobre la superficie casi negra de las aguas agitadas del mar. No sé como me acordé del camino de baldosas amarillas de " el mago de Oz " y me imaginé dando saltitos de ola en ola como hacía Judy Garland en la película hasta llegar al punto donde el horizonte se comía el reflejo plateado de la luna. La humedad me hizo volver a la realidad y me incorporé, echando una mirada al cielo donde nuestras estrellas personales lucían mas intensamente. Después rehice el corto camino hacia la casa donde tanto cariño hemos reibido esos días.




II. De mis amigos no voy a hablar, tan solo decir que es tanto el afecto que nos profesan y el cariño que nos dan que a veces temo no saber corresponder como se merecen. Pero si quiero hacerlo de la " Rubia ", la madre de nuestros amigos, una de esas personas especiales con las que uno puede encontrarse a lo largo de la vida. Alta, con el cuerpo retorcido como si fuese un sarmiento y acribillada de costurones, uno se olvida de todo en cuanto ve el fuego de sus ojos y la fuerza de su sonrisa que convierte la red de sus arrugas en pura vida. Es una mujer-tierra, como dice Alfonso, con todo el poder para olvidarse de los dolores que provocan sus huesos apolillados y que parece buscar solo la felicidad de las personas que la rodean. Su cara con los rasgos tan marcados, sus ojos llenos de fuerza, repito una vez más lo que dice Alfonso, son como los de Melina Mercouri. Y aquí añado otro de los momentos inolvidables que, aparentemente son anodinos, pero que se quedan grabados en nuestro corazón. Durante el viaje a Grecia llegamos a la ciudad de Olimpia y después de alojarnos en un hotel que estaba colgado sobre una inmensa llanura, salimos a callejear. Entramos a cenar en un restaurante y en una mesa contigua estaban sentadas dos mujeres, una la típica turisca nordica madura y la otra una espléndida matrona griega de unos sesenta años de edad con los ojos más maravillosos que creo haber contemplado en mi vida. A los postres entablamos una conversación de mesa a mesa a base de gestos, dos o tres frases en francés y un deseo inmenso de entendernos. Nos despedimos tras una sobremesa amable sabiendo que nunca nos volveríamos a ver. Pues estos días, en la mirada de la " Rubia " encontré los ojos de la mujer griega.

1 comentario:

Anónimo dijo...

voy a intentar ser fino y decir que puta envidia primero estar en esa maravillosa playa de vera con esos amigois ,luego poder disfrutar de nuestras estrellas como bien comentas y luego lo de la rubia esque es un tia como diria una de nuesras estrellas con dos cojones