sábado, septiembre 12, 2009

Veranos de los sesenta. Segunda parte


Como esto de los recuerdos es como el plato de cerezas que si tiras de una se encadenan otras, continúo hablando de los veranos de mi adolescencia. Y uno de las personas esenciales en aquella época es tío Perucho, don Pedro o don Perucho para el resto de la gente, que siempre nos acogió en su casa y en la de tía Geles, la hermana de mi madre y donde buscamos refugio cuando se murió mi padre.
Era una persona aparentemente muy seria y que a los niños nos imponía su sola presencia pero no sé bien porqué me distinguió con un afecto especial y lo que era severidad cuando estaba ante otra gente, en privado se convertía en afectuosidad. Pequeño y muy moreno, le gustaba tomar el sol desnudo en los pedregales del río Sil lejos de la gente, con la cabeza totalmente pelada, su rostro se asemeja al de Picasso en plena madurez. Siempre vestido con una camisa blanca con el cuello abierto, era tremendamente pulcro y llevaba unos zapatos tan brillantes que reflejaban el sol.
Su gran pasión era la caza y cuando se acercaba el levantamiento de la veda, extendía todo el arsenal sobre la mesa del comedor y desmontaba todas las piezas para engrasarlas con el mayor mimo del mundo y me dejaba que untase las bayetas en el aceite con el que las limpiaba. Y rellenar los cartuchos con perdigones. Aunque tanto esfuerzo no servía de nada porque su puntería tenía fama por lo mala entre todos sus amigos, menos mal que salía de caza con su compañero de fatigas, el Celestino que era capaz de abatir las perdices con un palo de escoba. En las carboneras que había tras el gallinero tenía simpre dos o tres perros de caza, pero lo más triste de todo es que al acabar la época de caza, se llevaban los perros al monte y ya no los volvíamos a ver.
El resto de las noches cuando no limpiaba las escopetas me dejaba ayudarlo a liar cigarrillos. Extendía la picadura sobre un plato y yo iba quitando todas las briznas gruesas y preparar la picadura con la que formaba los pitillos en una maquinita. El mayor placer era dale una vuelta a la manivela y ver como salían los cigarros formados por el otro extremo.
Tal vez por que me toleraba más que a los demás críos que pululaban por casa, me permitía acompañarlo a la farmacia de la plaza y allí pasar las horas muertas ayudando o estorbando, según se terciase. Entrar en el almacén de la botica que estaba en los bajos de casa, era algo delicioso y todavía recuerdo la mezcla de aromas tan fuertes que reinaban dentro. Tal vez por eso cuando entro en una droguería de las antiguas, aspiro con ansia para recuperar el olor de entonces.
La farmacia estaba situada en uno de los costados de la Plaza, frente al casino y a la casa de la abuela Maria la Buena. La parte de la entrada es donde se atendía al público tras un pequeño mostrador de cristal lleno de cajoncitos donde se guardaban los " optalidones " o las papelestas de " clorina " que usaban las mujeres para su higiene íntima y que me encantaban despachar porque dejaban un olor a lejía en las manos. En un lateral estaba un expositor de " potitos " para los bebés, el colmo de la modernidad por entonces y que en más de una ocasion, en realidad en muchas, abría los dulces para hundir el dedo y sacarlo lleno de mermelada que relamía con ahinco para volver a taparlos después, aunque el vacío se hubiese ido al carajo.
Una estanteria a derecha y otra a izquierda de madera torneada llenas de frascos de cerámica antigua y que nadie sabe donde fueron a parar, hacían frontera con la habitación siguiente en la que estaba situado el laboratorio con dos grandes estanterias a uno y otro costados, llenos de botellas de cristal, más de unas cubiertas de telarañas y con letreros donde, con letra gótica, estaban escritos nómbres que eran puro árcano. Y allí tambien estaban las garrafitas de vino de Málaga para darles un traguito con el que bajar la mermelada de los " potitos ". Claro que también estaban las chocolatinas con medicación para las lombrices, cuadradas y ásperas de sabor pero, a fin de cuentas, no dejaban de ser un dulce. Y es que a los tragones nada nos frena.
En medio de esa sala había una larga mesa de madera sin pulir donde el tío preparaba las pomadas y fórmulas magistrales. En un costado estaba la báscula de precisión con la cajita de pesas finas como medallitas y con las que me dejaba pesar porciones de un gramo de ácido tartárico que se metían en una especie de sobrecitos y que se usaban para conservar las botellas de salsa de tomate para usar a lo largo del invierno.
La ultima estancia era la rebotica, con una cama turca a un lado dode dormir las noches de guardia y presiendo la estancia una gran mesa camilla con sus faldas de pana verde y el brasero de carbón debajo para hacer más llevaderos los fríos del invierno. Allí se montaba la tertulia con los amigos de tío Perucho como el " Pistones " un pescador de río, tan hábil que era capaz de coger las truchas con la mano y que se sentaba con gran cuidado para no pillarse " la potra " entre las piernas. Alguna vez nos enseñaba la enorme hernia que tenía en los testículos más grande que la cabeza de un niño cabezón. O con don Eloy, él médico de toda la vida, aunque ahora había otros en el pueblo, pero ninguno le ganaba en destreza o humanidad y al que bastaba con ofrecerle un buen habano para que fuese a ver a un paciente a su casa y que, mientras te exploraba las anginas con una cuchara de cocina, te echaba una bocanada de humo a la cara.
A un lado de la camilla estaba el teléfono, un viejo aparato de bakelita negra que se accionaba con ayuda de una manivela por el que, tras mucho insistir tras vuelta y vuelta, salía la voz de Manolita la telefonista, una coja tan malhumorada como pelirroja que siempre decía con voz de cascajo " con Ponferrada, seis horas de demora ".
En un ricón de la rebotica estaba la escalera que daba acceso al jardín de la vivienda, pero ese era territorio prohibido porque pertenecía a la vivienda del " Guevones " otro cojo malencarado, que tenía una nalga tan inmensa que parecía llevar un cojín bajo el pantalón y del que la gente explicaba que la causa de su mal caracter era un obús que le había barrido la entrepierna al final de la guerra. En el último escalón estaban los garrafones del aceite de ricino. Uno con el aceite más purificado, era para las personas. El otro, con producto más basto y económico, era para los gorrinos. Un día entró un paisano con una botella vacía y pidió un litro de ricino. " ¿ Para quien, para personas o para animales ?, preguntó mi tío, da igual, es para la suegra " respondió el buen hombre. Y como es lógico, le dió el barato.
De vez en cuando, aprovechando que no había nadie por medio, entraba el " Pata Chula " en la farmacia. Este vivía en la casa contigua y se decñia que había vuelto de la emigración en París tal como había ido, sin dar un palo al agua en su vida, que para eso estaba su madre y su mujer. Se acercaba como a saltitos, sujetando con una mano la rodillera de la pierna seca y me decía muy sigiloso que si le podía regalar algún condón sin que se enterase el tío . Yo, con mala leche, gritaba con todas las fuerzas " Tio, que no sé que quiere don Pata Chula " y este huía como alma que se lleva el diablo, amenazándome con el puño.
Y es que los condones se guardaban bajo llave en el cajón de los barbitúricos y de los opiáceos. Estaban colocados en cajitas de cartón que simulaban una estanteria de biblioteca y cada preservativo estaba encerrado en una artística cajita con los cantos dorados, que semejaba un libro artístico.
En otra ocasión llegó un abuelo con un frasco en la mano diciendo que quería otro igual, pues le había quitado todos los dolores del reúma. Era linimento del Doctor Sloan y se lo había ventilado sin abrasarse el esófago. O el bueno de otro que llega todo indignado diciendo que se había puesto un " opositorio " en cada oido, pero que no le había quitado el dolor y había puesto todo pringado.
Una noche de fin de año, a la salida del cine Kursaal, estaba esperándome mi hermano mayor para decir que esa tarde, cuando salía de casa, una hemorragia cerebral había dejado seco a tio Perucho.

2 comentarios:

relatosweb dijo...

gracias por el post

jajajjaa...veo que retocas constantemente el blog,...hace un par de horas te leí unas cosillas que me gustaron y ahora desaparecieron.
Una bajada a una playa del sur y una cena en Olimpia (lo de Olimpia me ha gustado, estuve allí hace 2 semanas, y siempre es bueno recordar momentos agradables).

De todas formas, nosotros a lo nuestro...a escribir de vez en cuando con el placer de saber que hay gente que tb nos lee.

un abrazo

cal_2 dijo...

no me descubras....la he retirado temporalmente para dar una sorpresa a los amigos, para mañana volvera al ruedo. Lo del 36 es duro, eh?.... Un abrazo fuerte