sábado, octubre 10, 2009

Fabiolita


Fabiolita levantó la vista del plato con las lentejas que estaba limpiando para la comida, cuando medio oyó el ruido que hacía el bote de leche condensada que rodaba por el pasillo y que indicaba que don Danilieto ya se había despertado. Desde que el malnacido de su marido la había dejado sorda de un bofetón ya va para veinte años, apenas si escuchaba ruidos fuertes por lo que su señorito recurría a ese sistema para hacerse notar.
Fabiolita llevaba cinco años en España, de ellos estos últimos tres en casa de este señorito baboso que no buscaba más que manosearla a todas horas, sin respetar que era una viuda que tenía que trabajar muy duro para poder mandar platita a su hija que allá, en Ciudad Esmeralda, tenia a cuatro gazapitos que sacar adelante.
Se levantó cansinamente y puso a calentar el tazon de café con leche en el microondas mientras cortaba un par de rebanadas de pan espolvoreándolas con bien de sal, a ver si revienta ese cabrito con una subida de la presión, pensaba para sí y las regó con mucho aceite, como le gustaban a don Danielito.
Se acercó al dormitorio y al ver como el viejo apartaba las sábanas, hurgándose con la mano en la petrina del pijama, al verla entrar, sintió que se le revolvían las tripas. Que no, don Danielito, que esto no fué lo pactado, que yo solo estoy para la casa pero no para la cama, que soy viuda y ya no quiero más macho, que con el que tuve quedé bien hartita.
Fabiolita no pudo oir su respuesta pero se la imaginó al ver como se baboseaba todo el señorito. Se zafó como pudo de sus garras y dijo que ahorita miosmo le servía el desayuno. Volvió a la cocina, colocó el café humeante sobre la bandeja, echó dos cucharadas colmadas de azucar puso el plato con las tostadas a un lado y se encaminó al dormitorio. De pronto se paró, dió la vuelta y depositó la bandeja sobre la mesa de la cocina. Abrió el cajón de los cubiertos, cogió el cuchillo de trinchar los asados y comrprobó con la yema del dedo que pinchaba bien. Lo puso en la bandeja al lado del plato de las tostadas y lo cubrió con una servilleta blanca.
" Don Danilieto, espere que ya voy para que se quede bien satisfecho ", gritó mientras se encaminaba de nuevo al dormitorio del señorito. Su única pena era pensar en que ya no podría mandar más platita a su hija.

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