martes, septiembre 01, 2009

" Las comedias bárbaras "



Hace un tiempo me llamó Elvira para comentar que Aurora, nuestra común amiga, está pasando por una mala racha pues a su marido le han diagnosticado un cáncer en el páncreas, pero dado que son una pareja muy cerrada en sí mismos, se están tragando todo ellos dos solos y que podíamos intentar ayudarles entre todos, sin que se notase mucho que nos entrometemos en su vida.
Así que tiró de listín, busco el número de los dos y hago una llamada casual. Que como están, que cuanto tiempo sin vernos, que a ver si vencemos la pereza y tomamos algo juntos y todas esas cosas que se dicen los amigos que llevan un tiempo sin verse para acallar la mala conciencia. Aurora capea el temporal como puede y ante mi mal disimulada insistencia accede a que nos acerquemos a la casa que han reconstruido en un pueblo cercano para charlar y tomar algo juntos.
La casa está en un pueblo practicamente abandonado de la Ribera y el camino de acceso está lleno de baches causados por continuo rodar los camiones de la cantera que está a un costado de la carretera y que ahora, abandonada hace unos años, ofrece un aire de derrota que sobrecoge el ánimo. Aurora y Justo hace unos años encontraron esta vieja vivienda casi en ruinas pero sus gruesos muros de piedra y la finca circundante hizo que se enamoraran del lugar y poco a poco, a lo largo de muchos fines de semana llegaron a convertirla en este pequeño paraiso que es en la actualidad.
El pueblo está practicamente desahibatado y las zarzas invaden la mayoría de las iglesias y el atrio de la vieja iglesia, cuya espadaña intenta mantener como puede restos de su viejo orgullo. Una sola vecina habita una casa próxima luchando con las hijas que quieren bajársela a un piso de la ciudad. Sorda y esquiva, con ella no se puede contar para mantener la más mínima relación, así que esto hace que Aurora y su marido, se refuguien uno en el otro con mayor fuerza los fines de semana que pasan allí.
Una tarde de mayo llegamos Elvira y yo para pasar la tarde en su compañía. Salieron a recibirnos un par de perros y al reclamo del claxon y de nuestros gritos, asomó la cara triste y resignada de Aurora por la ventana de la cocina. Entramos bullangueros para espantar nuestro miedo y en el zaguán nos recibió Aurora sacudiéndose las manos de la harina con la que nos estaba preparando un bizcocho. Atravesamos la sala y salimos a la parte trasera de la casa en busca de Justo.
Un murete de piedra bajo se alineaba a lo largo de la pared y en un extremo estallaba de flores rojas un rosal trepador. Apoyado en la pared estaba Justo para que su cuerpo absorbiese todo el calor que el sol había concentrado en los gruesos bloques de piedra. Entre sus manos mantenía una azadilla. Con aire cansino nos hizo la seña de que nos acercásemos a su lado y que guardásemos silencio.
Nos senatamos uno a cada lado bajo la atenta mirada de Aurora que observaba la escena entre preocupada y amable. En un tono muy bajo, como si temiese ser escuchado, Justo nos dijo que había una plaga de topos que estaba socavando toda la hierba y que no dejaba una sola planta en la huerta. Ni venenos, ni repelentes con ultrasonidos habían hecho nada por eso estaba expectante, azada en mano, esperando que asomase alguno para segarle la cabeza de un tajo seco, pero notaba que las fuerzas lo abandonaban.
Se puso el sol lentamente y seguimos sentados porque nuestras espaldas recibian con agrado el calor que iba soltando la piedra. Café, bizcocho y una conversación muy educada, sorteando como podíamos el tema del cancer de Justo. Finalmente conseguimos arrancarles la promesa de vernos una tarde todas las semanas para tomar algo e ir al cine. El próximo martes sería el primer día.
Besos, apretones de manos, miradas a Aurora en las que queríamos expresar lo que no nos atrevíamos a decir con palabras y Elvira y yo nos volvimos a la ciudad. Al atravesar la cantera las luces del coche al proyectarse sobre las máquinas abandonadas formaban figuras fantasmagóricas.
El lunes a la noche me llamó Elvira toda apurada para decirme que no podía acudir a la cita del dia siguiente pues su directora había programado un claustro urgente en el instituto y dadas las tensas relaciones entre las dos, no podía faltar. Pero que se había informado de la cartelera y había una comedia de cine canadiense independiente que le habían comentado que era muy divertida. " Las comedias bárbaras " era el títuo.
Cuando llegue a la cita ya me estaban esperando en una mesa al fondo del café. Aurora vestida siempre con una elegancia trasnochada, agitó el vestido de seda al levantarse para darme unos besos con ese aspecto suyo de poetisa al borde del suicidio. Justo, por el contrario, tenía el aspecto de un cartujo que hubiese cambiado el hábito del convento por un conjunto deportivo. Aurora pidió su infusión habitual y yo le comenté a Justo, buen conocedor de vinos, que había probado un Somontano estupendo, un Otto Bestué y que podíamos pedir un par de copas. Me respondió con mal disimula tristeza que ahora no tomaba vino porque le dejaba un regusto metálico en el paladar muy desagradable, que otra cosa sería al terminar con la medicación. Aurora, al oir este comentario, se levantó precipitidamente porque se nos hacía tarde para entrar al cine.
La película era una comedia amable hasta que llegamos a captar el nudo de la trama. Un hombre maduro, aquejado de un tumor en fase terminal, convoca a todos sus buenos amigos en una comida de despedida. El protagonista conectado a los frascos de suero contempla a los comensales desde su cama y cuando alguien le ofrece una copa de vino apra brindir, comenta que ahora el vino le produce mal sabor de boca.
Miré con disimulo a la apreja y tuve la sensación de que el perfil de ambos se había afilado como si fuesen aguiluchos. Se encendieron las luces, Aurora con los ojos brilantes de lágrimas mal contenidas y cruzamos cuatro frases convencionales sin hablar d ela película. Pretestando una cita que no podía dejar, salí casi huyendo después de quedar para el amrtes siguiente.
Camino del coche encendí el movil y le monté una bronca enorme a Elvira pero ella decía que, por el título, había pensado en una película de humor. Como es lógico, el martes siguiente ya no hubo cine. Ni al otro, ni al otro.

3 comentarios:

relatosweb dijo...

Gracias por la bienvenida...

Uf, vaya relatito te has marcado, triste, triste, triste...El siguiente, con alegría.

Del estilo que voy a decirte, una maravilla.

un saludo

cal_2 dijo...

pero no es un relato..aunque algo disfrazado, sucedio asi....
Un saludo

Anónimo dijo...

joer macho pues me viene a mi memoria a mi vecino que paso por lo mismo pero triste tristre es