sábado, junio 06, 2009

Un dia en el colegio


Toñín se sienta en un el poyete de la entrada para no ser de los últimos en la fila en cuanto el Prefecto toque el silbato para volver a clases. Mira con envidia a sus compañeros que chillan como locos mientras le dan patadas a la pelota o se persiguen unos a otros para darse zurriagazos. Con un soplido se aparta el flequillo que tapa a medias sus ojos y con las manos endereza la pierna seca que en cuanto se descuida un poco se despendola. Mierda de pierna, piensa una vez más. Toñín es un crío moreno, enjuto con un cuerpecito que parece quebrarse y una pierna mucho más delgada que la otra. Sueña con cumplir los quince años para que su madre le compre unos pantalones largos y evitar más rechiflas.
Un pitido largo y agudo, tan largo y agudo como es el Padre Prefecto, interrumpe todas las actividades en el patio y se producen carreras para formar las filas. Toñín se acerca renqueando y consigue estar a mitad de la hilera de su curso. El guasón de Pancho le da un empujón que casi le hace perder el equilibrio, pero no se vuelve para protestar porque sabe que habría más. Comienzan a serpentear las filas para entrar en el claustro del colegio, los más mayores primero y pitidos cortos y nerviosos del Prefecto consiguen que reine un silencio aparente entre los chicos, pero siguen los cuchicheos y los empujones disimulados.
Esta curso Toñín ha pasado al grupo de los mayores y para su desgracia la clase está en la segunda planta del claustro. A medida que se acerca a la amplia escalinata de granito, siente sus manos llenas de uns sudor frío. Procura ponerse en la parte externa de la fila para poder apoyarse con una mano en la baranda y con la otra obligar a la pierna seca que siga el paso. Uno, dos....va contando los escalones, hace el giro para enfrentarse al segundo tramo y espera ansioso que aparezca el rellano.
Suenan las botas de los alumnos en los amplios tablones de madera del piso alto del claustro. Hoy están abiertas las ventanas por que al fin parece que se fué el invierno. En las paredes cuelgan las orlas de generaciones pasadas, retratos en sepia de todos aquellos que han pasado por el colegio. Contigua a la puerta del Rector está la de su padre cuando fué alumno y dos más allá la de su tío Nicolas.
Los críos aceleran el paso al pasar ante la puerta del Rector, no sea que se abra y atrape a alguno de las orejas y lo meta dentro. Jarrones con calas y azucenas impregnan el ambiente compitiendo con el olor a cera de abejas con el que los becarios han sacado brillo al piso.
En las clases, los pupitres están fijos en el suelo para que no puedan hacer ruido arrastrándolos pero lo suplen moviendo sin parar las sillas de enea hasta que se abre la puerta y aparece el pofesor. La primera clase de la tarde es la de Filosofía y el encargado de ella es un cura jovencito apenas acabado de salir del noviciado. Ordena silencio, aunque esto sobra porque todos se aprestan a dormitar. El padre Floren es rubito y con voz de canario que intenta darse aires hablando con fuerza, lo que no evita que de vez en cuando le salga una frase con tono aflautado, aunque casi nadie se entera porque todos duermen. Platón y toda la comparsa. Y Descartes y todos esos señores que pensaban tan bien y que hace mucho años se han muerto.
El timbre despierta a todos y cunde el nerviosismo. Hoy tienen francés con el Rector
y todo el mundo tiene pánico a su forma de impartir la asignatura. El padre Gallo, " le coq " entra como un buque que se hubiese desarbolado con la tormenta. Redondo como un bocoy, avanza bamboleandose hasta el estrado y deja con fuerza el libro sobre la mesa. Hoy toca practirar las nasales, anuncia y el temor cunde de la primera a la última fila. Se oye el lento arrastar de las sillas con el vano intento de retrasar el tormento y todos los alumnos se colocan contra las gruesas paredes de piedra formando un semicírculo. Nadie intenta esconderse porque habrá docencia para todos, sin que nadie pueda escaparse. El Rector baja del estrado y el ruido de sus zapatones sobrecoge el ánimo de todos. Su media sonrisa hace que sus ojos parezcan más porcinos si cabe. Comienza la práctica por el primero. A ver esas nasales, hay que pronunciarlas como si la vocal golpease contra el suelo de la nariz. Ouououoo... Para ayudar a la pronunciación el fraile hace pinza con dos de sus dedos amorcillados en el labio superior y la nariz del desdichado que ocupa el primer lugar y presiona fuerte a la vez que tira con toda sus ganas hacia arriba. Cuando cree que el crío ha pronunciado la vocal como él desea, lo deja en paz con el morro como un tomate maduro y sigue con otro. Y así hasta el último. El cabrón tiene tan bien controlado el tiempo que acabará justo cuando suene el timbre. Pero nadie se habrá librado de quedarse sin docencia.
Cuando Toñín termina de recibir su ración de nasales siente que algo golpea con fuerza en su bragueta. Baja la mano con disimulo y nota una erección que levanta la tela del pantalón. Intenta colocarse de lado y se oculta en parte tras un compañero para evitar las bromas en el dormitorio. Ahora se mezcla el rebullir placentero de la entrepierna con el ardor del morro hinchado y no sabe bien si ambas sensaciones se enfrentan o se complementan.
Menos mal que el rato de estudio es un bálsamo. Reunen a los alumnos de los cursos superiores en la sala grande que, por su amplitud, cumple funciones de salón de actos en las fiestas solemnes o en las contadas ocasiones en que ponen alguna película edificante, de esas de reinas santas o de curas que se contagian con la lepra cuidando a indios en los mares del Sur.
El zumbido de las conversaciones planea sobre las cabezas de los alumnos durante el estudio mientras el padre Santiago dormita en el estrado sobresaltado de vez en cuando por los chivatazos de los cuidadores sobre algun alumno que habla más alto de lo conveniente. El fraile es muy viejo, tan ancho como alto y se deja resbalar en su silla sin llegar nunca con los piés al suelo. Le llaman " el peinachas " porque lleva los cuatro pelos muy engominados y cuando se enfada se le separan como si fuesen macarrones que se enfrentasen entre sí. Aunque solo se enfada los contados días que lo dejan ir al futbol pues ultimamente el Rector se lo ha prohibido ya que cuando pierde su equipo salta al campo paraguas en ristre y se lía a paraguazos con el árbitro y los jugadores del equipo contrario. O cuando se montan las trifulcan entre él y el padre Esteban " el matapegas ". El padre Santiago lleva los bolsillos del hábito como si fuesen alforjas llenas de todos los mendrugos que pan que va guardando para dar de comer a las palomas y el otro se encarga de dispararlas con un escopeta de aire comprimido lo que provoca la ira del " Peinachas " que blandiendo el bastón o el paraguas intenta hacerle pagar su acción.
Aparte del fútbol y el cuidado de las palomas el mayor placer del padre Santiago es fumarse un buen habano, cuanto más largo, mejor. Como su santo cae en julio, para poder celebrarlo dice que en realidad su día es el tres de mayo, fiesta de Santiago el Menor, a fin de cuentas tan apostol como el " Matamoros " con la ventaja de que, al coincidir con el curso, es sabido que todo aquel que quiera tener buenas notas en Historia le basta con regalarle unos puritos con su nombre bien sujeto al paquetito.
Tras el estudio viena la cena. Como siempre hay sopa de lluvias o de estrella o cualquier sopicaldo de esos que más que con cuchara habría que comer con un colador para poder encontrar los tropezones. De segundo tres albóndigas por cabeza. Hay que pincharlas con cuidado pues todos cuentan del día que un interno pinchó una con fuerza y salió rebotada dejando tuerto al gato de la cocinera. El postre, un día más hay polvorones de Estepa sobrantes de las navidades pasadas, o de la otra o de vaya usted a saber cuando. Los internos los hacen migas lo que provoca siempre la ira del hermano Felipe, el despensero porque como dice con rabia, así no se le pueden ni dar a los cerdos.
Los internos vuelven a formar fila para subir a los dormitorios. El claustro está a oscuras y las sombras de las pilastras de piedra adquieren aire amenazador por lo que todos van muy rápidos para alcanzar la seguridad de los dormitorios. Esta vez hay que subir dos plantas con lo que el esfuerzo de Toñín es mayor. Menos mal que su sitio está al principio de la larga hilera de camas todas iguales. Se pone muy rápido el pijama para que no vean ese adefesio que tiene por pierna, rezan atropelladamente las oraciones que guía el Prefecto y se apagan las luces del dormitorio. Al fondo como si fuese un ojo que vigilase todo está encendida la luz de los lavabos.
Cuchicheos de una cama a otra, chirriar de los somieres y los primeros ronquidos se entremezclan con movimientos rítmicos en algunas de las camas seguidas de risitas. La cama de Toñín es una de las que está haciendo ruido. Todas las noches cuando se acuesta jura que no va a hacerlo pero lo hace sin convicción. Vienen a su cabeza las imágenes de los frailes del colegio a los que se imagina siempre en calzoncillos
largos, no es capaz de imaginarlos desnudos del todo. La excitación va en aumento, el ritmo de la cama se acelera sumándose al ruido de los lechos vecinos hasta que un espasmo agudo da paso al silencio. Y al miedo. Toñín se arrepiente de lo que ha hecho. Ojalá estuviese interno en el colegio de las monjas, seguro que allí no se excitaba tanto, piensa él. Ahora tiene pánico a quedarse dormido y no despertarse en la cama, siempre se lo advierte el cura durante el sermón. Poco a poco se va apaciguando y nota que a su alrededor ha cesado el chirriar de las camas. Todos duermen.
En la mañana a la cola que se forma delante del confesonario del padre Esteban se la conoce como la de " los pajilleros ". Mientras delante de los demás confesonarios esperan tres o cuatro alumnos, en el del " Matapegas " son muchos más los que esperan su turno. El padre Esteban aparece y como es muy largo tiene que doblarse en dos para entrar en el cajón de madera. Se sienta cansinamente, deja sus gruesas gafas de miope en el asiento y espera pacientemente a que comience el primero a liberar el saco de sus pecados. El porqué de que todos los internos hagan cola ante él es muy sencillo. El fraile es sordo como una tapia y eso, unido a que no ve nada sin sus gafas convierte la confesión en un ritual muy sencillo. Se arrodilla ante él un bulto que bisbisea sus pecados, cuando este se echa hacía atrás es señal de que ya terminó la retahila, el fraile pronuncia cuatro latinajos, pone siempre un padrenuestro de penitencia, da la absolución y el siguiente. Antes de la comunión ya se ventila toda la fila de penitentes, que no arrepentidos pues mañana volverán a formar ante su confesonario.
La misa de los internos la suele decir el padre Gallo, el profesor de latín. Perfil de ave rapaz, muy repeinado hacía atrás, con el pelo engominado, pulcro y relamido habla con voz melíflua, es el intelectual del profesorado pues ha estado en Roma y en los extranjeros como le gusta recordar en sus sermones. Tiene dos defectos. Le gusta el vino y siempre empuja la mano del monaguillo para que siga poniéndole más y siente expecial predilección por los querubines rubios. En los recreos siempre va seguido de dos o tres angelotes a los que habla cuchicheando a los oidos mientras apoya su mano con ternura en sus inocentes cabecitas. Los mismos angelotes que se llevarán los premios en las redacciones del mes de la Virgen que, casualidades de la vida, juzga el padre Gallo.
Toñín siempre ha soñado con formar parte de ese grupo, acercarse al padre Gallo y se mata pensando en una redacción maravillosa que consiga algo más que los tachones rojos con los que se la devuelve el padre. Y Toñín se ahoga de celos y envidia. El único que parece sentir simpatía por él es el padre Floren, " el gorrión " o el " renco " como le han motejado los de sexto porque tambien cojea, no tanto como el crío, pero siempre va al trotecito corto aunque para su fortuna las faldas de la sotana lo tapan todo. Pero Toñín siente debilidad por los curas mayores y este le parece casi de su edad.
A la salida de misa el organista reclama a los integrantes del coro que se queden un rato en la iglesia para ensayar las canciones de la misa del domingo. Don Oscar como pide que le llamen o " el Peludez " como le llaman los alumnos fué para fraile, pero se quedó en el intento. Una mujer se cruzó por el camino y colgó los hábitos. En invierno y verano va vestido con chaqueta de terciopelo grana y da clases de pulso y púa para las rondallas o se encarga de la portería por donde entran los becarios al colegio y toca el órgano en la iglesia. Con una cabeza inmensa, como si fuesen dos medias calabazas unidas por el centro, los alumnos dicen que en su calva aterrizan todas las moscas del contorno y que el día que se haga un sombrero de paja los burros se quedarán sin comer. El cuerpo abulta menos que la cabeza y sus piernas en paréntesis se dice que se asemejan al túnel del tren. Imposta la voz, lanza gorgoritos y los alumnos boistezan descaradamente.
La primera clase de la mañana es de Arte. El padre Hugo es la pesadilla del Rector y del resto del profesorado. No lleva el hábito como los demás frailes y a duras penas accede a ponérselo cuando sale a la calle con gran escándalo de las personas de bien. Ha estado tres años en alemán y en sus clases insiste en que lo más importante es aprender a pensar en lugar de aprenderse retahilas de conceptos sin sentido. Hace deporte y, a la mínima, se queda en camiseta con lo que Toñín se extasia viendo lo anchísimos que son sus hombros y como le marca la musculatura del pecho. Tal vez por eso el padre Hugo sea uno de los que más frecuentan las ensoñaciones nocturnas de Toñín. Pero siempre sin llegar a estar desnudo del todo. El padre Hugo trae un pikh-up rojo a clase y alterna fragmentos de música clásica con el " Pregeró " de Celentano y este curso los abrasa con las Inmaculadas de Zurbarán, creo recordar que son doce, el único artista que merece ser estudiado en profundidad según repite en todas sus clases. Menos mal que en el examen de Reválida el tema de Arte fué referente a los bodegones y los frailes de Zurbarán, tal vez por ser ese año su centenario. Los chicos de los otros colegios preguntaban con asombro quien era, pero a los del nuestro nos permitió lucirnos en ese tema.
El padre Claudio viene después. Se considera el científico del profesorado porque tiene la llave del laboratorio pero nunca lo abre porque se gastan los reactivos y los alumnos pueden provocar una desgracia. Alto y enjuto con el pelo totalmente blanco y cortado al cepillo, tiene mirada de halcón y un gesto siempre duro como si su rostro fuese tallado en alguna de las piedras que trae a la clase de Biología. Hoy a acorralado a uno de los alumnos para que descubra que mineral es el que ha sacado de un bolsillo de la sotana. A ver, a que huele, apremia al que está sentado en el primer pupitre de la clase. " A que huele, a qué, a qué " y el pobre crio responde " pues a queso "...el fraile se pone como la grana, tira la piedra contra el suelo y levantando en vilo por los pelos al pobre crío, lo deja caer de golpe con lo que hace trizas la silla de enea. Y bramando sobre la incultura de estos cabestros, el fraile abandona la clase dando un portazo.
Llega la hora del recreo pero esta lloviendo. Salvo algunos que se aventuran a salir al patio, la mayoria remolonean por el claustro. Toñin busca un hueco apartado para que nadie se meta con él. Al pronto llegar Roberto, uno de los contados amigos que no se meten con él. Es un adolescente alto y moreno, de tez broncínea y perfil de moneda antigua, con una frente muy amplia, nariz de águila y la nuez muy prominente. Cuando pasado el tiempo Toñin sea Toño y se dedique a viajar, se sorprenderá al descubrir que el busto de Nefertiti que se exhibe en Berlín es igual a la imagen que conserva de su antiguo amigo. Tal vez por eso Roberto siempre esté hablando de momias y faraones y todo su sueño sea viajar a Egipto. A su lado, Toñín olvida que tiene una pierna seca que limita su viday lo acompaña en sus ensoñaciones viajando juntos con la imaginación. Y poco se va fraguando en Toñín el ansia de abandonar este pueblo gris y llegar a vivir un día en las orillas del Mediterráneo.
Se acaba el recreo y viene la comida. El padre Hugo con calzón corto sale a correr bajo la lluvia. Toñín lo mira con atención y piensa que no podrá esperar a la noche para desahogarse.

2 comentarios:

redondeado dijo...

Cómo enganchan tus descripciones... Supongo que no está en tus objetivos desarrollar los personajes que construyes, pero a veces, como con esta entrada, me quedo con ganas de saber cómo continúa la historia.

Mientras tanto, en estos tiempos que corren, el argumento de algunas películas o novelas cabe en una servilleta de bar. En fin.

cal_2 dijo...

Pasar a intentar ampliar estos bocetos me parecen palabras mayores. Pero mientras tu puedes imaginarte lo que desees....para mi eso es lo facil y deseado a un tiempo. Y gracias una vez mas por leerme