miércoles, junio 03, 2009

Relato de Alberto y el señor mayor


I. Alberto sale un poco preocupado de la consulta del médico. En el chequeo anual de la empresa le han dicho que tiene que cuidarse un poco pues la tensión arterial está algo desabaratada y tiene los niveles del colesterol muy altos. Así que, dieta más equilibrada, poca sal y que haga ejercicio. Se han colado en su vida los cuarenta de rondón y se siente algo torpe, así que tal vez sea hora de replantearse todo pues su día a día es muy sedentario. La dieta no le preocupa en exceso y la sal tampoco. Nunca ha sido muy exquisito con las comidas, de buena boca como decía siempre su padre, así que por ese lado no hay problema.
Lo del ejercicio ya es más problemático. Nunca le han gustado los gimnasios, la piscina le parece un muermo y con la bici no se mantiene recto más de dos metros, así que duda como organizarse. Lo primero es dejar a un lado el ascensor y se acostumbra a subir escaleras en el trabajo o cuando vuelve a casa. Pero piensa que es poco, así que se plantea recurrir al coche lo menos posible. Ya está. Todas las tardes al salir del curro va a buscar a Gloria para dar una vuelta y tomarse una cerveza o ir al cine. De su trabajo a la casa de esta hay poco más de media hora a buen paso, así que fuera coche, fuera " metro " e irá todos los días dando un paseo.
Alberto es hombre que pronto aprende rutinas así que desde el primer día adopta el camino a elegir, buscando calles secundarias para evitar el agobio del tráfico, usando siempre el mismo itinerari a la ida y a la vuelta. Por ello ataja por una plazoleta medio abandonada que los primeros días no reconoce hasta que tiene un fogonazo de la memoria y recuerda que en ese lugar cuando era crío venía con su madre para comprarle los babys del colegio en las mercerías que estaban situadas en las plantas bajas de la plaza.
Alberto suele andar siempre al mismo ritmo, rápido sin llegar al trote y ,aunque parece ir a lo suyo, siempre observa todo lo que lo rodea. Por eso al cabo de varios días de cruzar esa plazoleta se fija en su memoria de imagen de un viejecito que está trajinando entre los puestos de las mercerías. Pequeñito y vivaracho, vestido pulcramente con ropa vieja pero cuidada, la americana brillando en los codos por el roce, sombrero de fielto gris y una sempiterna colilla colgada de la comisura de sus labios ayuda a mover las cajas de mercancías y a echar los cierres de las tiendas. Ya de noche, cuando rehace el camino andado, el viejecito está echado sobre un colchón de espuma en un rincón de la plaza. Se cubre con mantas para estar al abrigo del relente.
A Alberto la vista del abuelo le provoca especial ternura por lo que, no se explica muy bien como, inicia el ritual de dejar una cajetilla de " Ducados " al lado del colchón del viejo cuando pasa por las tardes. A veces la acompaña con un billete de cinco o diez euros. El viejo nunca da las gracias pero por la noche está esperando el paso de Alberto para lanzarle un amistoso saludo de buenas noches.
Y así día a día los dos mantienen la misma rutina. Pero las cosas no van bien entre Alberto y Gloria, han empezado a chirriar las relaciones entre ambos y en más de una ocasión aquel emprende el camino de cada tarde más por deseo de dejar el tabaco al viejo que por soportar un par de horas con su novia.
El 17 de noviembre todo se va al traste. La pelea se hace violenta y los reproches cruzan como serpientes y ambos comprenden que no hay nada que hacer, que el cariño lo había matado la rutina. Un adios cortante por parte de él, un hasta nunca silbante por parte de ella marcan el final. Alberto, en contra de su costumbre, para un taxi para volver a casa.
Son unos días de rabia y de ansia de olvido. Una tarde decide empezar de nuevo a caminar y aparece casi sin darse cuenta en la plazoleta buscando al viejecito. Pero no está por allí, a pesar de que se queda media hora remoloneando por los alrededores. Incluso pregunta a un par de personas que trasteaban por allí, pero nadie sabe darle razón de él. Vuelve otro par de días a intentar averiguar algo, pero nadie tiene noticias del viejecito.
Alberto conoce a Mónica y ahora sus paseos diarios toman la dirección opuesta a la plazoleta.

II. Pedro ha tenido mala suerte en la vida. Todavía recuerda la época en la que era Don Pedro, pero ahora es simplemente " eh, tú " o " viejo ". Recuerda la época en que ha tenido casa y familia pero ha sido hace mucho tiempo, pero solo a él se debe esta soledad. Aunque tampoco va a arrepentirse a estas alturas de la vida. Con sobrevivir ya tiene bastante.
Se gana cuatro perras ayudando a los comerciantes de la plazoleta y tiene la suerte de que le han dejado un sitio al resguardo donde dormir. Además hace una temporada que pasa por aquí un chico que acostumbra a dejarle tabaco y dinero. Nunca ha querido darle las gracias, no es cosa de rebajarse porque todavía le queda algo de la pasada dignidad pero en el fondo del corazón agradece su ayuda. Y ese dinero nunca viene mal.
Pedro intenta mantenerse limpio aunque no tenga nada. Siempre recuerda que su madre decía que a los viejos solo les queda el recurso de ser pulcros para no ser rechazados y por eso se acicala todo lo que puede. Sombrero y americana, como los señores de toda la vida. Y que no le falte ánimo y tabaco.
El otoño viene duro, el aire corta la plaza en dos cuando se echa en su rincón y a pesar de que forra su cuerpo con periódicos y se arrebuja bajo las mantas, se levanta aterido. Esa maldita tos lo dobla en dos, no sabe si del tabaco o del frío. La noche del 17 de noviembre no puede dar y una ambulancia se lo lleva camino del hospital. A pesar de los tubos y de las sondas, es una delicia dormir en blando y con el cuerpo caliente. Los cuidados de las enfermeras, los caldos calientes y el reposo, tal vez la ayuda de los médicos, remontan su maltrecho cuerpo y después de Navidades sale de nuevo por la puerta del hospital tan pimpante con su sombrero de fieltro y una americana que le han dado las limpiadoras de la planta. Procura estar algo lejos antes de encender el primer cigarrillo, no sea que alguna enfermera pueda verlo.
Vuelve a su plazoleta. Algunos saludos de bienvenida a los que responde con dignidad, esperando que le den alguna faena y algunas perras. Una vez más Pedro piensa en que habrá sido del joven de los " Ducados ". Todas las tardes a la misma hora mira a la entrada de la plazoleta con la vaga esperanza de verlo aparecer. Y sigue esperandolo. Al hombre y al paquete de " Ducados ".

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