sábado, junio 13, 2009

Las cinco de la tarde



En cuanto suena la primera campanada de las cinco en el reloj de la torre de San Pedro el alguacil, siempre puntual, aparece en la plaza Mayor del pueblo con un manojo de llaves en la mano. Ante la puerta de la sala que está a un costado de los arcos del ayuntamiento esperan con impaciencia medía docena de críos y tres o cuatro abuelas bien abrigadas pues aunque hace sol, es un día engañoso en el que el azul del cielo lo corta el aire gélido del norte. El alguacil es un hombretón grande y barbado que oculta su bonhomía con un gesto entre serio y tímido. Manda esperar a la gente un momento mientras ponw todo en marcha y abre la puerta con una gruesa llave de hierro. Por las contraventanas abiertas entra la luz de la tarde pero hace tanto frío dentro como en la plaza por lo que enciende la estufa de butano para intentar caldear un poco el ambiente y pone en marcha todos los ordenadores.
Abre la puerta para que entren todos y da una voz firme para que se frenen los rapaces que van como locos a copar los monitores con el afán de piratear todo lo divino y humano. Primero se sientan los mayores, recuerda y los críos en los sitios que sobren, así que calma. Se oye un mosconeo de rebeldía que Félix el alguacil corta en seco con una mirada sin necesidad de decir nada más.
Desde que los del ayuntamiento han puesto esto del internet se ha abierto un mundo inimaginable para más de un vecino del pueblo. Suelen ser mujeres mayores las que vienen pues a los viejos no hay quién los arranque de la taberna donde pasan las horas muertas entre el humo y las cartas. La Justina ha podido conocer de este modo a las dos nietas que han nacido en la Argentina y poder ver de nuevo al hijo que se fué de joven esperando comerse el mundo y que nunca consiguió reunir un dinero con el que volver al pueblo. Las mujeres se pelean con el ratón, lo del doble clik es algo superior a su comprensión pero intentan una y otra vez que les salga bien.
La Pastorita se reía de sus amigas al principio pues esto le parecía una chiquillada pero comenzó a acudir al centro para controlar un poco a su nieto porque con los padres trabajando en Bilbao no hay quien pueda hacer vida de él. Al menos aquí se pasa las horas quieto y a su vista, piensa. La Pastorita no es de las más viejas, ni menuda ni grande, ni gorda ni delgada, una mujer de unos sesenta años, de esas personas que uno ha de mirar varias veces para fijarse en que están ahí, acostumbrada toda la vida a ser sombra y no cuerpo por haberle hecho caso a su madre y casarse con el que más tierras tenía. Tierras si tenía, pero menos alma que el can que lo seguia a él y a las mulas camino de los campos. Gracías a que también tenía muchas viñas y se encargaba de trasegar todo lo que podía de la cosecha, por lo que el hígado le reventó una tarde cuando subía por el camino del mesón.
La Pastora lo lloró lo justo, pero sin excederse. Los hijos tampoco gastaron muchas lágrimas y después de aviar al padre volvieron a sus vidas, unos por Bilbao yo los otros por Móstoles, dejando con ella al nieto, el Dani, no se sabe bien si para acompañarla o para deshacerse de él.
Desde hace unas semanas algo ha cambiado. Un día entró en un chat de gente solitaria y no se explica bien comoo, pero se dejó envolver por un hombre desconocido que le dijo en una hora más frases amables de las que le había oido toda su vida a su marido. Se pasaron toda la tarde contándose cosas pero de ellas muchas no era verdad. La edad, el físico y su mundo real no se corresponde con lo que le fué diciendo a Victor. Por que así se llama y le ha contado que es un hombre de poco más de cuarenta años que trabaja para el ayuntamiento de Buitrago y que se quedó solo hace poco tiempo, que es de la zona de La Ribera como ella y se confiesa un alma gemela.
Lo que ella cuenta procura adornarlo, sin llegar a confesar la verdadera edad que tiene. Pastora dice ser sensible, que le gusta mucho leer, ella que nunca tuvo un libro en casa y se inventa otro nombre, el suyo nunca le gusto. Mariana siempre la ha sonado bonito desde que lo oyó en una fotonovela de la tele hace unos años.
El problema es que él ha insistido mucho en conocerse en persona, están cerca y en el cara a cara podrán contarse muchas cosas y tal vez llegar a algo más.
Se citaron en una cafetería de Aranda. Ella bajó por la mañana en el autobús del correo y aprovechó para ir a la peluqueria por si podía hacer algo para arreglarla, no quería ni pensar lo que diría Victor cuando viese como era realmente pero Pastora ya no piensa en las consecuencias de sus actos, han sido mucho años de ser sombra y piensa que se merece un poco de vida.
Entra a las cinco en punto, siempre la misma hora, en la cafeteria con un clavel blanco en la mano como habían acordado. Se planta en la entrada y busca en las pocas mesas ocupadas a un hombre moreno que debería llevar otro clavel rojo. No puede ser, el hombre que sonrie timidamente con una flor en la mano y que hace intención de levantarse no puede ser él. Este se acerca y le dice que si es Mariana. Un silencio embarazoso se tiende entre los dos y no hay respuesta. Le pide que se siente a su mesa y ella no sabe si darse la vuelta y salir huyendo.
Pero acostumbrada como está a obedecer al hombre, va tras él. Se sientan uno frente al otro y para romper el hielo Victor le pregunta que va a tomar. Un cafeinado de sobre con sacarina, responde ella, ya sabes estoy de la tensión y tengo algo de azúcar. Pastora para salir del paso piensa en seguir con las mentiras, que no es Mariana sino una amiga mayor, porque esta se había puesto mala, pero decide que por una vez ya basta de mentir y de esconder sus sentimientos y le cuenta toda la verdad, ayudada en parte porque el hombre que tiene delante tampoco es como se había descrito por el chat.
Victor no es Victor sino Prudencio y se acaba de jubilar. Ha dejado las faenas de las tierras a sus hijos y ahora piensa que le ha llegado el momento de hacer un poco lo que quiera. Y moreno fué, pero de eso solo le quedan cuatro pelos blancos que van a su aire. Se piden perdón atropelladamente y no saben bien como se encuentran los dos con las manos entrelazadas. El le comenta que quiere irse una semana a Benidorm, que si se anima y que no piense nada malo, cada uno en su habitación o en una con dos camas para no gastar tanto, pero cada uno en la suya, que no piense que busca nada malo. Y que la quiere. Ella se ruboriza por primera vez en muchos años y siente un nudo en el estómago que apenas le deja decir que también. Se despiden con un beso en las mejillas y Pruden tropieza con un velador cuando se sale mirando hacia atrás para no perderla de vista,
De vuelta en el autobús de las nueve Pastora no siente el traqueteo del coche ni los botes que da este en los baches, solo piensa en como devolver al nieto con sus padres y en explicarles que se va a Benidorm una semana. Pero algo se le ocurrirá y que se vayan acostumbrando que ella ya no volverá a ser una sombra.

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