sábado, abril 11, 2009

Tres jueves....


Cuando era crío decíamos eso de que " tres jueves tiene el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión ". Y es que creo que antes había muchas más fiestas que ahora o, al menos, cundían más. En el instituto nos daban vacaciones por San Isidro y ya no volvíamos hasta pasado el Pilar. Cinco mesecitos para disfrutar sin el agobio de las clases. Una gozada.

Pero ahora el Jueves Ssanto es una fiesta de quita y pon, unos años el día sí es festivo y otros no,de acuerdo con el calendario laboral, con lo que la poca fe que nos queda se va por los desagues. El Corpus se han encargado de joderlo los curas pasándolo al domingo siguiente y lo de la Ascensión, con eso de los viajes interplanetarios, ya no sabemos cuando cae.
La semana santa de mi infancia era triste y gris como todo lo que tocaba la mano del general Patas Cortas y de sus fieles obispos, más atentos a pasearlo bajo palio acompañado del brazo incorrupto de la santa de Avila, que a aplicar las doctrinas que predicaban. En realidad, no solo era gris, sino también morada. En cuanto llegaba la cuaresma se ocultaban todas las imágenes de los templos con velos o cortinas de color lila y ya no se destapan hasta el domingo de Gloria. No había cines, los bares se cerraban, las emisoras solo radiaban música clásica y el no va más de la alegría era la trasmisióne del sermon de las Siete Palabras el Viernes Santo. Y en la tele estatal, la única, la mejor por tanto, se repetía año tras año en maravilloso blanco y negro películas tan edificantes como " El judas " o " Barrabás ". Un año nadie sabe se les coló en la programación el " Evangelio según san Mateo de Pasolini " pero la oportuna llamada de la mujer de un ministro a la tele hizo que se suspendiese a mitad de la emisión y rodase más de una cabeza en la emisora.
Para mi el mejor día de todos era, con mucho, el jueves. Después de asisitir a los soporíferos Oficios donde el oportuno sonido de las carracas nos sacaban de la modorra, ibamos toda la familia a hacer lo que se llamaba " las siete estaciones ". Había que recorrer siete iglesias diferentes de la ciudad y en todas se repetía lo misma rutina: había que rezar siete padrenuestros con sus correspondientes siete avemarías pero, en lugar del gloria final, mi padre siempre decia algo así como " Laude tibi Domine " y mi madre y nosotros repetíamos a coro " sempiterna gloria ". O sería Lau tibi Domine ?. No recuerdo bien, pero era una frase para paladear lentamente, haciendo rodar las palabras por la boca y empujarlas con la lengua hacia el corazón.
Las iglesias se adornaban con todo el despliegue de luces y flores posibles. Cientos de cirios de todos los tamaños ardían sin cesar y el aroma de las flores que llenaban jarrones de plata o cerámica unido al del incienso, embriagaban los sentidos. Digamos que había templos donde la decoración siempre era más impresionante y año tras año la gente se hacía, nos hacíamos, lenguas de lo maravilloso que era el pelícano de las Salesas formado por cientos de rosas blancas en las que se intercalaban otras de color rojo representando el corazón sangrante. O el trigal que habían reproducido en el seminario menor que parecía un inmenso mar de espigas doradas. Y para entrar en las iglesias había que hacer largas colas en las que nos mandaban guardar silencio, porque toda manifestación de alegría era el mayor de los pecados. Por contra esos días, vaya usted a saber por qué, uno tenía deseos irrefrenables de cantar, venían las coplas a la boca con una facilidad pasmosa y había que darse un manotazo en ella para que no aflorase la canción.
La última visita siempre era a la capilla de la Soledad, una pequeña iglesia adosada al costado de nuestra parroquia. Allí, ya con la noche bien entrada, lo que añadía otro aliciente al recorrido eclesial, había que hacer la más prolongada de las colas pues era la estrella del recorrido ya que en ella se adoraba la imagen del Cristo yacente en su ataud. Arrodillados ante ella, mirando a hurtadillas su expresión de sufrimiento y el cuerpo chorreando sangre, nos sentíamos verdaderamente malvados.
Menos mal que la Pascua estaba cerca......

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