sábado, abril 18, 2009

Pasa la vida


Mientras estamos sentados a la mesa esperando que la camarera nos haga caso se abre la puerta del restaurante y entran dos hombres, uno siguiendo al otro y desde el primer momento se percibe que son habituales de la casa. Son mayores, muy mayores, uno que avanza tieso como el cabo de una vela y el otro que camina renquante, bamboleándose hacia los lados, como si estuviese en la cubierta de un navío. Atraviesan toda la sala en busca de la que ha de ser su mesa habitual, al lado de la ventana que se abre a la carretera, saludando al pasar a las otras personas que, como ellos, seguro que comen allí cada día.
El cojitranco pasa a nuestro lado, quejándose de esas malditas ruedas que le fallan, caminando como ppuede hasta la pared del fondo donde está la nevera. Va abriendo las puertas, rebuscando entre las botellas de agua y de refrescos hasta encontrar el envase de gaseosa. Después coge un puñado de servilletas de papel, guardando algunas en el bolsillo del pantalón y vuelve a pasar quejándose de sus piernas, pero lo hace como si fuese algo jocoso, natural de su estado. En la mesa contigua a la suya está sentada una señora muy seria y muy digna, con cara de cotorra acatarrada, que no levanta la vista del plato y que responde con un gruñido al saludo del viejo. La misma rutina de todos los sábados.
La camarera, una jamona de media edad, rubia mal teñida y con gesto avinagrado, les pregunta si va a ser lo mismo de siempre. Sí, responden los dos viejos a duo. A ver si alguna vez nos sonries, añade el hombre tieso, pero avisa antes, no sea que nos falle el corazón, que ya no lo tenemos para muchos trotes. Las risas cascadas de los dos amigos tapan el juramento de la camarera. Vuelve con una botella de vino blanco y la planta ante los dos. Deserrosca el tapón de la gaseosa y este cae rodando por el suelo. Déjalo, no te agaches, dice uno de los viejos, total si se le va el gas, menos nos queda a nosotros. Ay que joderse, dice el otro, ahora tenemos que matar el vino con gaseosa, mientras atacan el plato de calamares fritos que les han puesto delante. Untan el pan con aceite en el tomate rallado y comienzan a comer, masticando muy despacito para que no les falle la dentadura.
Desde nuestra mesa espiamos a la pareja, son como Juan y José, esos amigos de la canción de Serrat y se hace patente esa camaradería de personas que han vivido siempre una al lado de la otra, oimos sus risas contenidas, las bromas que seguro que son tan viejas como ellos alternando con el gorgoteo de la bebida y los ruidos de satisfacción que acompañan a cada cucharada de arroz. Nos imaginamos sus vidas, ya sabeis que nos gusta novelar sobre las personas que nos rodean pero, por encima de todo, nos queda la sensación de ver la amistad hecha vida.
Pedimos la cuenta, la jamona casi nos tira la nota a la cara, sin dedicarnos una mirada. Definitivamente, hoy no es su buen día. Pagamos y al salir, les dedicamos un saludo de afecto a los dos amigos que acaban de comer satisfechos en su rincón.

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