sábado, noviembre 22, 2008

Nido de víboras


La siguiente escena me la ha descrito un buen amigo esta tarde. Se encuentra sentado en un vagón del Metro de Madrid. Frente a él, lo que describe como un cura-neocon. Joven y sonrosado, alzacuellos blanco e inmaculado, sotana impecable de la que sobresalen unos zapatos brillantes e impolutos, en la mano un breviario. Se detiene el tren, sale la gente a la carrera y entra otra con la misma prisa. Entre ellos u hombre de aspecto desastrado, tal vez sea un rumano, acompañado de una niña pequeña y empieza la ronda a lo largo del vagón, con un bote en la mano donde suenan unas monedas. Una mujer mayor deja caer unas cuentas, otra persona más añade su parte y cuando llega ante el cura este alza el mentón, esboza un gesto de fastidio y dirige una mirada de hielo hacia ninguna parte, como si no estuviese el hombre ante él.
Todo ha sido muy rápido, como todo lo que sucede en los vagones del tren. La mujer mayor, incrédula ante lo que ha visto, no aparta su mirada del cura, con la reprobación a flor de boca, pero se traga los reproches.
Y esto me afianza en mi rechazo ante esta caterva de personas, sentimiento que antes me inquietaba pero que ahora veo como algo natural pues una cosa es el ideario que dicen difundir y otra los gorrinos que pastan en él. Cañizares con su larga capa de seda carmesí atacando la igualdad entre los sexos, Rouco apoyando e inspirando a ese nido de serpientes radiofónicas y, de pronto, como si fuese un acto de prestidigitación, sacan de nuevo a Franco de la chistera o del solideo y siento como si la vida en gris de mi adolescencia nos acechase a todos de nuevo. Semana santa sin música, los cines cerrados, las imágenes tapadas con crespones en las iglesias, la asistencia obligatoria a misas y rosarios, las santas misiones en los pueblos para erradicar el demonio de nuestro interior. Y el miedo, siempre el miedo presidiéndolo todo. Y lo peor, el demonio que quieren desterrar es un corderillo al lado de todos ellos.