lunes, octubre 06, 2008

good morning America


Todavía resuenan en la cabeza de Emilio las últimas palabras que le dijo antes de salir de luna de miel con esa suavidad que usa su madre política, por favor, nunca me llames suegra, ahora para tí soy otra madre. Emilio piensa que sería capaz de repetir hasta el milímetro esa frase suave y viscosa al tiempo, con todo el veneno escondido que pretende pasar desapercibido bajo un manto de miel. A ver si a tu vuelta empiezas a trabajar en algo serio, ahora eres el cabeza de familia y no solo va a ser mi hija la que tire del carro.
LLevan una semana de vacaciones en Nueva York disfrutando de la luna de miel. Que lejos y que cerca están al tiempo los recuerdos de la boda, todos los preparativos, siempre con la advertencia de que no olvidase de que gracias a Maria Eulalia se había podiddo hacer todo, que ella sola había corrido con todos los gastos. Ya sabes, en casa siempre usamos el nombre completo, nada de diminutivos. Ella no para de trabajar y ahora lo va a gastar todo contigo. Como una gota de agua que taladrase su cabeza. Siempre doña Rosario tras ellos, con su media sonrisa colgando de la verruga de su labio superior. Que ganas de arrancársela de una tirón cada vez que soltaba una andanada de perdigonazos mientras le nena se probaba el equipo, o elegían los muebles o daban los últimos toques a los preparativos de la boda. Daban era un eufemismo porque allí la única que hablaba era ella.Ya ves, este mastuerzo mejor que siga amodorrado porque si despierta lo desbarata todo, decía mientras le daba un toquecito en la barbilla a su marido. y tus padres, pobres, tienen poca idea, así que mejor dejarlos tranquilos en su mercería, bastante tienen con llegar a fin de mes.
Iglesia, ropa, invitados, flores, fotógrafo....todo lo fiscalizaba ella mientras Maria Eulalia correteaba tras ella como un corderillo, asientiendo a todo y haciéndole gestos a escondidas para que se mostrase agradecido a su madre. Siempre soñó con hacer una viaje a Egipto y esta era la mejor ocasión pero a la nena le llamaba atención Nueva York, que nada mejor que empezar su vida en común en un lugar lleno de vida, en lugar de esos sitios polvorientos llenos de árabes desharrapados.
Emlio a lo largo de las noches que llevan aquí, cuando tiene libertad para pensar ha llegado a la conclusión de que este viaje fue planeado por la madre, así no asediaría tanto a su niña en la cama. En Egipto tendrían muchas horas en el barco para estar los dos tranquilos en cubierta y, sobre todo, pasar muchas horas amartelados en su camarote. Y está claro que a la nena no hay que agobiarla. Si ella se queda embarazada, ya sabemos que tú no harás nada y ya nos vemos a nosotros correr con todo. Eso tampoco puede olvidarlo.
Aquí en Nueva York todo es atosigante, carreras de la mañana a las noche, la gente como autómatas a los que les hubiese saltado el mecanismo. Al final del día llegan tan derrengados al Milford que apenas se dan un par de achuchones para caer después derrengados en la cama, sin poder dormirse tan pronto como lo pide el cansancio acumulado, tanto es el dolor que sienten en sus piernas. Y sin poder abrir la ventana porque hasta el piso 14 sube el olor a mantequilla y a comida que parece impregnar toda la ciudad. Maria Eulalia dice que ya harán los deberes con calma cuando vuelvan a casa, en la cama de su hogar, que en un hotel las cosas son un poco sucias, que no tenga prisa, que estarán juntos toda la vida.
Toda la vida. Esa frase también va taladrando su cerebro mientras corren por los pasillos del metro, en busca de lo que la nena ha programado para el día. Hijo, no pares, que tenemos muchas cosas que visitar y en diez días no da de sí. Muevete, que hay que ir al MOMA y después bajar hasta el barco para ir a la estatua de la Libertad.
Todos los días igual. Corre, muévete, tenías que estarme agradecida, ya sabes lo que dice mamá.....Siempre lo mismo. Toda la vida juntos. Toda.
Cada día al atravesar los vericuetos del metro de la estacion de Times Square para buscar la salida de la calle 42 ve a la misma persona en mitad de un largo pasillo por donde la gente corre como hormigas enloquecidas. Una abuela menuda, vestida con una bata de florecitas azules y unas enormes deportivas blancas, extiende su mano para que dejen caer algunos centavos algún despistado que se fije en ella, casi siempre un látino o un negro. Desde el primer día a Emilio le ha enternecido su figura como perdida en medio del tráfago de gente y deposita al pasar un dolar a escondidas de Maria Eulalia pues, si no es asi, nota su mirada reprobatoria o un ya verás en que se lo gastará, que trabaje, que aquí todos pueden hacerlo y tu todavía no ganas nada.
Hoy, al acercarse a la viejecita, Emilio nota como lo reconoce y que esboza una sonrisa en espera del dolar de cada día pero un empujón de María Eulalia impide que pueda entregárselo y le dice que se mueva, que no llegan, mientras trota tras ella con el dolar en la mano. Suben las escaleras mecánicas, traviesa el torno donde siempre teme quedarse aprisionado y salen a la calle.
En el cruce de la 42 con la séptima avenida una bofetada de ruido y luces lo sobresaltan. El perenne olor a mantequilla frita se cuela por su nariz hasta invadir toda su cabeza. Negros que agitan folletos de tours maravillososo ante sus narices o entradas para los musicales. Y policias por todas partes. A pié, en moto, a caballo o haciendo sonar las sirenas de sus coches que son como ráfagas de maetralleta. Dicen que la ciudad está llena de vida.
Mientras esperan al borde de la calle que cambie la luz para poder atravesar a la otra acera todas estas cosas pasan a velocidad e vértigo por su cabeza. Nota la mano de Maria Eulalia que tira de él y comienzan a cruzar la calle. Una riada de gente los separa, se sueltan sus manos, Emilio se queda quieto un instante para darse la vuelta de repente, choca con la gente que cruza la calle y de unas zancadas y se hunde de nuevo en las profundidades del metro. A lo lejos oye gritar su nombre con una voz desagarrada que pronto se borra con el barullo del metro.
Pasa su Metrocard por el control, ve un " Go " liberador que le permite entrar en el metro y respira hondo, libremente. Su tarjeta dura casi una semana, lleva más de 800 dolares en la bandolera oculta en su tripa y piensa que puede sobrevivir unos días en el metro sin que encuentren su pista. Se da cuenta que con la mano izquierda todavía aprieta el dolar arrugado, busca el largo pasillo y allí, como si lo estuviese esperando, una sonrisa lo ha visto aparecer. Se dirige hacia ella y siente que algo nuevo empieza en su vida.

No hay comentarios: