miércoles, octubre 15, 2008

Dios castiga....


Dios castiga sin palo, ni piedra. Esta frase era una constante en mi niñez, siempre con el afán de que me portase bien y me arrepientiese hasta de lo que no había hecho. Siempre en los labios de los mayores, hacía que la rabia por haber hecho algo mal, o que así lo considerasen ellos, aumentase hasta llenar el máximo.
Dios castiga sin palo, ni piedra decía mi madre cuando lloraba después de haberme destrozado la rodilla por correr como un loco y no hacerle caso. No importaba para nada la piel desollada de las rodillas, ni el dolor al curarlas con agua oxigenada. Solo preocupaba el pantalón que se había destrozado y la supusta desobediencia que lo había causado.
Te sentías como una marioneta que estuviese sujeta por unos hilos larguísimos e invisibles que iban desde tu cabeza a las manos de un dios oculto allí entre las nubes y que solo se preocupaba de pillarte en un renuncio, en una desobediencia para que, con un simple tirón del cordel, hacerte perder el equilibrio y purgar la desobediencia con el dolor físico y la humillación de sentirte torpe e impotente. Y siempre con la certeza de no poder escapar al castigo divino.

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